La integración musulmana

Rosa Meneses: Sin prejuicios al juzgar

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha emigrado para encontrar una vida mejor. Emigrar forma parte del ADN humano, pero mucha gente tiene una visión negativa de la inmigración, debido a los prejuicios. Estos son causados, casi siempre, por la ignorancia, el desconocimiento y una visión de el otro basada en estereotipos. Hay un discurso estereotipado recurrente que es que «las personas inmigrantes no se quieren integrar». La integración se basa en la igualdad, el respeto mutuo y el intercambio y es un proceso en dos direcciones que implica tanto a la sociedad receptora como a los inmigrantes.

Otro de los prejuicios que se suelen tener es que las personas inmigrantes tienen un bajo nivel educativo. Según datos de Cruz Roja, sólo el 5% de la población inmigrante no tiene estudios y más del 20% tiene estudios universitarios. Casi la mitad de los inmigrantes trabaja en puestos en España por debajo de su nivel de cualificación. Se suele argumentar también en contra de la inmigración que copan los servicios de Sanidad, cuando está demostrado que los inmigrantes acuden menos al médico que la población española: un 12,7% frente al 57,75%, según Cruz Roja.

La integración musulmanaY está el estereotipo de que los inmigrantes de países árabes o musulmanes son extremistas y misóginos, incapaces de adaptarse a las costumbres españolas. Episodios como los atentados de París se usan interesadamente para nutrir esta falsa idea. En todo caso, si el interés de nuestra sociedad es fomentar la tolerancia y la integración de las personas que proceden de otras culturas y religiones, lo que hay que hacer es abogar por más integración y por no establecer guetos, cuya existencia favorece la marginación.

Los terribles atentados terroristas sucedidos en Francia esta semana no deben usarse para estigmatizar a toda una comunidad. Por el contrario, sí deben servir para hacer autocrítica, para pensar soluciones para los jóvenes de segunda o tercera generación que se están quedando fuera del sistema a causa de la crisis económica, la falta de identidad y la alienación social. Frente a actos de violencia de unos pocos, debemos presentar iniciativas que fomenten una mayor cooperación mutua. ¿Podemos respetar a una mujer que lleve hiyab (velo) en vez de mirarla como si fuera sospechosa de algo? La respuesta a crisis como la que ha vivido París esta semana no debe ser una justificación para convertir Europa en una fortaleza ni para aislar aún más a la comunidad musulmana.

Otra cosa es el control de las personas con un claro historial radical, entrenados en Irak, Siria o Yemen y pertenecientes declarados a redes yihadistas, como era el caso de los hermanos Kouachi, que cometieron el sangriento atentado del miércoles en el que murieron 12 personas. En este caso, ambos estaban fichados tanto por los servicios de seguridad franceses como por los estadounidenses, pero aun así nadie los vigilaba desde 2012. Una mayor conciencia de esta amenaza y una mayor cooperación entre comunidades hará nuestras sociedades más seguras, fuertes y unidas frente al extremismo de unos pocos.

Ignacio Cembrero: Líneas rojas contra la sharia

Al iniciarse las competiciones la Federación de Fútbol de Ceuta hacía una ofrenda floral a la Patrona de la ciudad en el marco de una misa oficiada en la Iglesia de Nuestra Señora de África. Como al menos la mitad de los ceutíes son musulmanes y muchos juegan al fútbol, los equipos locales se desplazan ahora también a la mezquita de Mulay Mehdi donde se celebra una plegaria por el buen desarrollo de los partidos.

La población musulmana de muchos países europeos, entre ellos España, crecerá en las próximas décadas por dos razones. Las primeras generaciones de inmigrantes superan, en número de hijos, a la media nacional. Con una población envejecida Europa va a necesitar de nuevo mano de obra extranjera. Parte de esa fuerza laboral está al sur del Mediterráneo.

Su traslado a Europa va a suscitar debates que ya han surgido con fuerza en Ceuta y Melilla y allí donde hay lobbies musulmanes dinámicos como en el Reino Unido, Canadá. ¿Debe el Estado introducir las fiestas religiosas musulmanas en el calendario oficial? ¿Debe proporcionar la enseñanza del Islam y la comida halal en los centros de enseñanza públicos? ¿Deben los parlamentos retocar el Código Civil y el Penal para tener en cuenta algunas sensibilidades religiosas?

En España los musulmanes, entre 1,2 y 1,5 millones según las estimaciones, no gozan aún de todos sus derechos. Un dato, entre otros muchos, lo demuestra. En ninguna de las comunidades autónomas donde la educación religiosa está transferida, empezando por Cataluña, se imparten clases de Islam. Sólo allí donde el Ministerio de Educación tiene a sueldo a un puñado de profesores de Islam (País Vasco, Andalucía, Canarias etcétera) se enseña esa religión.

Pero si hay que satisfacer estas aspiraciones, equiparando a los musulmanes con otras confesiones, también hay que marcar una clara línea roja infranqueable ante otras reivindicaciones que afloran en países occidentales con una presencia musulmana más enraizada que en España. Acaso el ejemplo más inquietante sea el del Instituto Islámico de Justicia Civil que lucha en Canadá para que la comunidad musulmana sea juzgada en función de sus valores y creencias.

Adentrarse por esa senda puede suponer, en un primer momento, aceptar los arbitrajes fundados en la sharia, como ya sucede en Ontario (Canadá) desde hace una década, y a más largo plazo, modificar el Código Penal para reintroducir el delito de blasfemia, como lo pide en Francia la Liga de Defensa Judicial de los Musulmanes, o imponer incluso a los mahometanos penas acordes con la ley islámica.

Ante el reto migratorio musulmán, la solución pasa porque el Estado español sea de verdad aconfesional y acabe con esas inercias religiosas que impregnan la vida pública y, a veces, jurídica. Hay que predicar con el ejemplo. No más militares ni guardias civiles en las procesiones de Semana Santa, no más homologaciones de las sentencias canónicas de nulidad matrimonial. Y que los futbolistas ceutíes no acudan a la parroquia ni a la mezquita.

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