La interrogante mexicana

La comunidad internacional asistirá este 1 de diciembre a una extraña, tensa y, en muchos sentidos, peligrosa transmisión de poderes en México. La llegada de Vicente Fox a la presidencia hace hoy seis años animó enormes esperanzas, no sólo por haber desbancado del poder al eternizado, corrupto, autoritario y con frecuencia defraudador PRI (Partido Revolucionario Institucional) sino por las numerosas promesas de una larga campaña en la cual logró desmarcarse de la imagen de derecha aristocrática, rancia y de sacristía que tiene su propio organismo político, el PAN (Partido Acción Nacional).

Pero ninguna promesa de Vicente Fox cristalizó. Su compromiso de llevar a los tribunales a anteriores gobernantes que amasaron fortunas orientales a la sombra del poder se hizo humo: ni un solo priísta fue siquiera acusado de malversación de fondos. Para asombro de muchos, además, numerosos militantes del PRI se reciclaron en el Gobierno de Fox, ocupando ministerios tan delicados como el de Hacienda. El crecimiento del 7% anual, oferta de por sí inalcanzable, fue en realidad del 2% anual entre 2000 y 2005, sólo la mitad del conseguido por América Latina en ese lapso.

También fueron papel mojado las promesas de resolución del conflicto en Chiapas, de mejorar la seguridad ciudadana, de impulsar el desarrollo social, de reforma fiscal, de reforma del Estado, de negociación de un convenio migratorio con Estados Unidos, de reapertura del caso del rescate bancario que costará a los mexicanos más de 120.000 millones de dólares, de lucha contra una pobreza que ya agobia al 60% de la población, de combate al narcotráfico. En varios aspectos, como el elevadísimo coste del dinero y el muro fronterizo, el resultado del sexenio fue el opuesto al prometido. En la percepción popular, el 'gobierno del cambio' no lo fue. El parecido de la gestión de Fox con las anteriores del PRI adquirió tintes de gran guiñol con las frecuentes declaraciones triunfalistas y la descripción de un país que el ingenio popular bautizó como 'Foxilandia' o 'El país de las maravillas'.

En este contexto, no era difícil prever las consecuencias del proceso electoral, manejado de manera desaseada desde antes de empezar, con el esperpéntico intento de desafuero del muy popular jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, para excluirlo de la contienda. A ello seguiría una campaña electoral plagada de irregularidades, con un amigo cercano del candidato Calderón al frente de un Instituto Federal Electoral del que se había excluido al izquierdista PRD (Partido de la Revolución Democrática) que postulaba a López Obrador. Sobre los extraños e inesperados resultados de esa jornada electoral sigue pendiente la sombra de la duda, pese al dictamen final del Tribunal Electoral, cuyos argumentos para rechazar el recuento de votos resultaron poco convincentes para grandes sectores.

Como culminación de este proceso, sigue el conflicto en Oaxaca, donde el Gobierno privilegia la represión por parte de la fuerza pública y de grupos violentos 'extraoficiales' por encima de la negociación política, en lo que es para muchos prueba de que las prácticas del poder del PAN son similares a las del PRI, y así seguirán en el sexenio de Calderón, del que poco se espera.

Ciertamente López Obrador ha cortejado el desastre con algunas posiciones, pero ha contado con el respaldo de un importante porcentaje de la ciudadanía, difícil de calcular en un país donde, todavía, se sospecha que cada encuestador es agente de la seguridad del Estado. Pero también es cierto que Felipe Calderón ha sido una rara ausencia desde la proclamación de su triunfo. Satisfecho con vencer, no parece interesado en convencer, en construir consensos, en mostrar liderazgo, en obtener el apoyo popular más allá de las urnas. Por el contrario, en la formación de su gabinete ha seguido los pasos de Fox, incluyendo en él a distinguidos miembros del PRI, al menos a un miembro del consejo de administración de una empresa estadounidense y poniendo al frente de las tareas de la seguridad interior, en la Secretaría de Gobernación, a un militante de su partido que tiene abiertos diversos expedientes ante organismos nacionales e internacionales por violaciones a los derechos humanos en el desempeño de sus anteriores puestos.

La oposición a Felipe Calderón no implica directamente el apoyo irrestricto a todas las posiciones de Andrés Manuel López Obrador, sino que se inscribe en un entramado mucho más complejo, impermeable a la intensa campaña nacional e internacional destinada a desprestigiar y ridiculizar a López Obrador y a quienes persisten en la duda sobre la legitimidad de Felipe Calderón.

En el momento de escribir estas líneas, después de un enfrentamiento a golpes y empujones sin precedentes en México, los diputados del PAN y del PRD mantienen la tribuna del Congreso tomada, los primeros intentando garantizar que la ceremonia de investidura se lleve a cabo según lo dispone la Constitución, en el recinto del Congreso, y los segundos tratando de evitar lo que consideran una usurpación. El viejo PRI, dinosaurio experimentado, parece acechar para sacar partido del conflicto.

Dividido el país como dividido está el Congreso donde los representantes populares viven, duermen y comen desde el día 29, las más graves son las dudas respecto a la capacidad de Felipe Calderón de hacerse con el poder, garantizar la gobernabilidad del país y cerrar heridas que no sanarán con declaraciones ni campañas de propaganda, sino con una actitud política que legitimase plenamente su mandato.

Mauricio-José Schawarz