La intolerancia detrás del atacante de la mezquita de Quebec

Flowers at a makeshift memorial near the Islamic Cultural Center in Quebec City, Canada. Credit Alice Chiche/Agence France-Presse — Getty Images
Flowers at a makeshift memorial near the Islamic Cultural Center in Quebec City, Canada. Credit Alice Chiche/Agence France-Presse — Getty Images

El domingo pasado un hombre armado abrió fuego en una mezquita en la Ciudad de Quebec; mató a seis personas y dejó heridas a otras ocho. El primer ministro, Justin Trudeau, llamó a la balacera “un ataque terrorista contra los musulmanes”.

Devotos atacados en una mezquita… los canadienses asocian más ese tipo de noticias con Estados Unidos que con Canadá. Que esto haya sucedido en Quebec ha impactado profundamente a muchos, como a mí.

Como canadiense siempre tuve un optimismo incurable y por mucho tiempo creí que Canadá sería inmune a la histeria contra los musulmanes. Estaba equivocado. Este ataque se veía venir desde hace mucho.

El primer indicio vino después del 11 de septiembre. Hasta entonces, yo solo era un periodista canadiense más. Después de eso, solo me veían como musulmán; mi identidad quedó reducida a mi religión. La confusión, o deliberada combinación, de los extremistas terroristas con musulmanes ordinarios y respetuosos de la ley significaba adjudicar una culpa colectiva a todos los musulmanes.
“¿Qué tienes qué decir tú, Siddiqui, sobre tal o cual acto horrible de terrorismo?”, me preguntaban como si yo fuera responsable.

Pronto las mezquitas sufrieron actos de vandalismo o ataques con bombas incendiarias. A las mujeres que tapaban su rostro les escupían, empujaban o pateaban en lugares públicos. Los musulmanes canadienses denunciaron que se sentían presos psicológicamente, como si se sospechara de ellos o estuvieran bajo vigilancia.

Esto fue bastante nuevo. Históricamente, los canadienses se preciaban de ser diferentes, en especial en cuánto a las armas y el racismo. Sin embargo, en términos de islamofobia, Canadá le lleva la delantera al trumpismo, tanto en retórica como en políticas.

Mucho antes de que Donald Trump y algunos republicanos comenzaran a demonizar a los musulmanes y al “islam radical”, el gobierno de Stephen Harper, el predecesor de Justin Trudeau, calumniaba al islam y discriminaba a los musulmanes. Lo mismo hacían los gobiernos de las dos provincias más grandes, Ontario y Quebec.

Harper, elegido por primera vez en 2006, planteó una guerra en términos culturales contra los musulmanes y aprovechaba cada oportunidad para asociar el terrorismo con ellos. Su gobierno prohibió la niqab, el velo que visten algunas musulmanas en ceremonias civiles, y le dio la espalda a las organizaciones musulmanas. En 2011, dijo que la mayor amenaza contra Canadá era el “islamicismo”.

En 2015, sugirió que las mezquitas eran incubadoras de radicales. Siempre declaraba que Occidente no solo luchaba contra el Estado Islámico, sino que también estaba en guerra con “el movimiento yihadista internacional”. Intervino para hacer más lenta la admisión de refugiados de Siria con el argumento de que algunos eran terroristas potenciales, y le daba prioridad a los cristianos de Siria e Irak que buscaban asilo. ¿Les suena familiar?

A principios de los años 2000, mucho antes de que algunos estados en Estados Unidos aprobaran medidas legales o administrativas para prohibir la sharia, o ley islámica, Ontario ya había pasado por su propia histeria antisharia. Cuando un pequeño grupo de musulmanes pidió permiso para usar el arbitrio religioso en pleitos comerciales y cuestiones familiares como el divorcio (con lo que se replicaría lo que las iglesias y cortes rabínicas habían estado haciendo desde hacía mucho), se despertó el furor público. El primer ministro de la provincia, Dalton McGuinty, un liberal, fue forzado a prohibir la práctica para todos los grupos religiosos.

En Quebec, la islamofobia se manifestó en una serie de casos sensacionalistas, en 2007 y 2008, acerca de la “convivencia racional” de las minorías religiosas, los musulmanes en particular. La federación de fútbol de la provincia prohibió que las niñas usaran hijab con el pretexto de la seguridad. Se requirió de una comisión oficial para calmar el estrés público. Su informe de 2008, escrito por el eminente filósofo Charles Taylor, encontró que no había ninguna crisis: la cobertura de los medios sensacionalistas había distorsionado las percepciones pero los musulmanes no estaban haciendo peticiones insensatas.

Sin embargo, en 2010 el primer ministro de Quebec, Jean Charest, avanzó con una prohibición del niqab para empleadas gubernamentales y cualquiera que recibiera un servicio público, incluyendo atención médica. Los ataques a los musulmanes continuaron en 2012 con la elección del separatista Parti Québécois (PQ), que el siguiente año propuso una prohibición de todos los símbolos y vestimentas religiosas como el kipa, el hijab y el turbante sikh en todo el sector público. El objetivo principal eran los musulmanes y el gobierno fue bastante claro al proponer el despido de las mujeres que usaran hijab en cualquier empleo público incluyendo guarderías, escuelas y hospitales.

Sin embargo, como se trataba de Canadá, nos confortaba que el gobierno del PQ hubiera sido rechazado en las elecciones de 2014, precisamente por sus políticas reaccionarias de identidad, y que los seguidores de Harper fueran derrotados en las elecciones federales de noviembre de 2015. Finalmente los canadienses habían decidido que Harper se había pasado de la raya en su acoso a los musulmanes. En esas elecciones, el 79 por ciento de los musulmanes votaron, en contraste con el habitual 68 por ciento.

En su discurso de victoria, el primer ministro Trudeau contó que se había encontrado con una mujer hijabi muy preocupada durante la campaña, y le aseguró al país que “un canadiense es un canadiense”. Trudeau revirtió la política de Harper sobre los refugiados sirios y recibió a más de 35.000 refugiados durante su primer año de gobierno. Hoy, es difícil que pase una semana sin que yo escuche sobre un vecino, amigo, iglesia, sinagoga o grupo comunitario que va al aeropuerto a recoger a su familia siria.

Sigo siendo un canadiense con un optimismo incurable, y quiero creer que Canadá no es Estados Unidos. No obstante, como demostró el ataque del domingo pasado, enfrentamos el reto de deshacer el daño causado por años de sospechas e intolerancia.

Haroon Siddiqui, excolumnista y editor de la página editorial de The Toronto Star, es autor del libro Being Muslim.

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