La investidura sin defensa

Es patente que las cuestiones de Defensa están en baja en España, pero su recuperación no se produciría, precisamente, por los candidatos a gobernar este país, en este momento enfrascados en la formación de mayorías para alcanzar la ambicionada presidencia. Ni una sola palabra de Defensa Nacional, y las Fuerzas Armadas están calladas, haciendo válido aquello de la grande muette, a pesar de los desaciertos, para con ellas, que en algún caso se están produciendo por alguna formación populista, quisiera decir política, cuestión aquella meritoria y conveniente. Sin embargo, este lapsus general de no tratar la Defensa no es porque no haya cuestiones graves que graviten sobre España y su entorno; se trata del momento de mayor incertidumbre sobre los riesgos y amenazas desde el final de la Guerra Fría.

«La France est en guerre», exclamaba el presidente Hollande, solicitando vivamente la reglamentaria cooperación de sus aliados. Esta pretendida solidaridad animó la interpelación al Gobierno en plena precampaña electoral, convirtiendo en político un debate estrictamente de seguridad nacional. Los sucesos de París y Bruselas conmocionaron al mundo, pero no fueron más graves que los del 11-M en España; tampoco se solicitó la solidaridad de los aliados, y la reacción política fue de una gran mediocridad; solo se produjo un despreciable debate que dio la razón a los autores intelectuales del atentado; cambio de Gobierno, repliegue de tropas e inacción, contraste evidente con las decisiones francesas y belgas.

La situación en Siria, aun viviendo la tregua y conversaciones en Ginebra, está lejos de estar arreglada; las operaciones contra el Estado Islámico continúan con la misma virulencia y todavía no se atisba su fin; Daesh sigue manteniendo el poder de agredir, en su espacio de batalla y en las retaguardias occidentales. La extensión del yihadismo a la caótica Libia es un hecho desde hace muchos meses; el control argelino de la oleada terrorista no es tan eficaz en el sur del país, donde campa por sus respetos Al Qaeda del Magreb Islámico, y sus grupos afines, interesando el Sahel. Por el sur de este espacio impreciso se encuentra Boko Haram, grupo que, hipotecado por Estado Islámico, es capaz de cometer las mayores atrocidades, comprometiendo la zona norte de Nigeria y por tanto el Sahel. En Europa central y el Mediterráneo, la nueva Rusia recupera su protagonismo pasado y procura su acceso a zonas que no le corresponden según la legalidad internacional, imponiéndose por la fuerza y anexionándose territorios, como en Osetia, Abjasia y Crimea, proyectando decididamente su pretendida influencia sobre el este de Ucrania.

Todos estos riesgos y amenazas interesan a España, a su Defensa, y alguno de ellos están en sus puertas, en su zona principal de defensa, soportando sus Fuerzas Armadas uno de los esfuerzos más significativos de reacción ante cualquier crisis o agresión, al constituirse en Componente Terrestre de la Fuerza de Respuesta de la OTAN (NRF) y tener encomendada la misión de ser su punta de vanguardia.

No es significativo que el Gobierno en funciones no esgrima su política de Defensa, ya que los debates al respecto siempre han brillado por su ausencia, pero es patente la poca conciencia y cultura de Defensa que ostentan los candidatos a formar gobierno: ni una sola palabra de estos temas, ni un solo pacto general sobre seguridad y defensa, cuando la amenaza y los riesgos son tan evidentes. En estas condiciones de falta de unidad en los temas clave, ¿como se puede esgrimir un esbozo de disuasión creíble?

La situación general exige elegir; la estrategia para la derrota de Estado Islámico debe cambiar, no solo por los productos de su terror en Europa, miedo, refugiados, sentimiento de impotencia, etcétera, sino porque la actual estrategia exigirá muchos años, dado el calado de la amenaza que representa Daesh, y Occidente no se lo puede permitir. Es necesario «poner botas en el terreno», con legalidad y legitimidad internacionales. Los Ejércitos de Tierra son los únicos preparados para conquistar el terreno, ocuparlo, mantenerlo y actuar en el ámbito humano ante un enemigo que posee territorio, lo administra, lo utiliza para aterrorizar y tiene voluntad de expandirse.

Las bajas en la zona de operaciones, que se esgrimen cínicamente por sus consecuencias políticas, son algo que los ejércitos saben soportar; para ello están preparados y tratarán de evitarlo o minimizarlo. En cualquier caso, esta guerra de usura en la que los asesinatos, las enormes bajas colaterales, los desplazamientos de enormes masas de refugiados y los ataques terroristas a las retaguardias occidentales son admitidos como moneda corriente por la actuación, eminentemente aérea, de la Coalición debe ser más resolutiva, y eso solo se logra con una intervención terrestre, eso sí, sabiendo lo que hacer al día siguiente de la victoria.

Ricardo Martínez Isidoro, General de División (R). Fue segundo jefe de la División Multinacional en Irak en 2003.

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