La ira de los palestinos

Para comprender la nueva ola de violencia en Israel, donde colonos y pacíficos ciudadanos son acuchillados por airados palestinos, es preciso buscar las razones objetivas y subjetivas que lo explican aunque no lo justifiquen. No hay nada mejor que comprender un problema para tratar de solucionarlo. Entre las primeras están la frustración palestina ante la parálisis del proceso de paz por causas imputables a ambas partes; la ilegal ocupación israelí que ya dura casi 50 años, desde la Guerra de los Seis Días; la continuada construcción de asentamientos judíos en territorios que un día podrían formar parte del Estado Palestino, hasta el punto de que cada día queda menos tierra para edificarlo; y el tratamiento de los palestinos, incluidos los que tienen nacionalidad israelí, como ciudadanos de segunda clase sin los mismos derechos que los israelíes.

Esta falta de expectativas, esta frustración, es sublimada por algunos en ataques suicidas, ahora con cuchillos. No hay como visitar un campo de refugiados palestinos para entenderlo. Hoy los palestinos vuelven a sentirse olvidados por todos, por unos árabes más divididos que nunca entre sunnitas y chiítas y ocupados en los conflictos desencadenados por la primavera árabe y por el regreso de Irán al juego geopolítico regional, y olvidados también por el resto del mundo, que concentra su atención en la terrible guerra de Siria, en la expansión y atrocidades del Estado Islámico o en el drama de los millares de refugiados que alcanzan las costas europeas en incontenible avalancha. En estas condiciones, la única posibilidad que los palestinos tienen para hacer avanzar su causa es recuperar la atención mundial y ven en sus revueltas la única forma de lograrlo.

Por eso desencadenaron en 1987 la primera Intifada a base de tirar piedras en una revuelta popular que luego la OLP trató de aprovechar y de reconducir. Duró cuatro años y condujo a la Conferencia de Paz de Madrid de 1991, que fue la primera y única vez en la que todos, palestinos y resto de árabes e israelíes, se encontraron frente a frente y se dijeron lo que estimaron conveniente en una cita que concentró la atención del mundo y que fue un triunfo diplomático para España. De Madrid surgieron unas negociaciones bilaterales que derivaron en el proceso de Oslo y unas multilaterales que dieron lugar al proceso Euromediterráneo de Barcelona. La segunda Intifada comenzó en 2000 tras el fracaso de Oslo y el asesinato de Rabin, tras una intempestiva visita de Ariel Sharon a lo que los judíos llaman el Monte del Templo y los árabes la Explanada de las Mezquitas.

El drama es que ambos tienen razón pues allí coinciden los restos del Segundo Templo, el Muro de las Lamentaciones, con la mezquita de Al Aqsa, la tercera más santa del islam. Para complicarlo más, Al Buraq, caballo de Mahoma, saltó al cielo desde esa misma explanada, desde una roca en torno a la que se ha edificado la mezquita del Domo de la Roca y que es el mismo lugar donde la tradición hebrea sitúa el sacrificio de Abraham y la aparición de Dios en forma de zarza ardiente. Bastan esos mimbres para explicar lo visceral y poco racional de los enfrentamientos por tan reducido espacio. Esta segunda Intifada duró cinco años. Ahora hay otra revuelta que algunos han bautizado ya, algo apresuradamente, como la Intifada de los cuchillos y que se ha iniciado tras otra visita a la Explanada de las Mezquitas por parlamentarios judíos que pretenden orar en ella.

Algunos van más lejos, como la diputada del Likud Tzipi Hotovely cuyo sueño es “ver la bandera israelí ondear sobre el Monte del Templo”. La consecuencia es que las redes sociales palestinas arden con mensajes vírales como #stabajew y otros igual de terribles mientras se detecta el resurgir de actos antisemitas en otros países. Como consecuencia, la combinación formada por la paralización del irónicamente llamado proceso de paz, la continuada construcción de asentamientos, la consiguiente frustración palestina, las ubicuas redes sociales y la necesidad de volver a atraer la atención mundial hacia su predicamento son los ingredientes de una tormenta perfecta de la que el mismo Estado Islámico trata de obtener ventajas animando en sus vídeos a los palestinos a seguir acuchillando “hasta que no quede un solo judío vivo en Jerusalén” en lo que para unos es terrorismo y para otros formas legítimas de resistencia.

Ni el consejo es bueno ni la compañía es deseable, y por eso algo debemos hacer para acercar la paz a tan doloridas latitudes.

Jorge Dezcallar es embajador de España.

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