La irresistible proliferación del aire acondicionado

En estos días de calor, a menudo asfixiante, ¿quién no disfruta con el confort que proporciona el aire acondicionado? Ya sea en casa, en el cine o en el centro comercial, ese soplo de aire fresco artificial nos resulta extremadamente agradable, si no imprescindible. Al convertirse en un elemento clave de nuestro bienestar, la tecnología del aire acondicionado se extiende a toda velocidad a lo largo y ancho del planeta.

Un ingeniero neoyorquino de 25 años de edad, Willis Carrier, fue el inventor y gran impulsor de los sistemas individuales modernos de aire acondicionado. Intentando controlar la temperatura y la humedad en su imprenta, el joven ingeniero ideó en 1902 un sistema que hacía circular el aire por serpentines que lo enfriaban gracias a la utilización de un gas refrigerante. Manteniendo temperatura y humedad constantes, este sistema permitía almacenar el papel y realizar los trabajos de impresión con mucha mayor fiabilidad y eficiencia. Este primitivo sistema gozó de un éxito inmediato y saltó a sectores industriales muy diversos: del textil al alimentario. Los obreros apreciaron inmediatamente el bienestar de que se disfrutaba al refrigerar el aire y ello hizo que la producción se disparase. El mundo industrial pronto constató que la instalación de un sistema de aire acondicionado hacía aumentar la productividad de la empresa en un 25%, una razón de peso (la de la productividad, no la del bienestar) para lanzarse a la climatización sin vacilaciones.

Junto con otros ingenieros, Carrier montó la Carrier Engineering Corporation en 1915, una empresa que supo sobrevivir en los años de la depresión y que, tras múltiples transformaciones, ha llegado a nuestros días convertida en gran multinacional. Al sistema inicial de Carrier, una vez más perfeccionado, se le dio utilidad pública en la inauguración del Cine Rívoli en Times Square en el verano de 1925. Nuevamente un éxito total. Los cines, desiertos en verano, comienzan a llenarse con la llegada del aire acondicionado que se anuncia a bombo y platillo, con grandes dibujos de escenas polares a la entrada de los locales. Chicago no va a la zaga y en 1937 ya tiene climatizados 200 de sus 256 cines. La moda también se extiende a Los Ángeles y a las mayores ciudades de EEUU. De aquí proviene la costumbre de los taquillazos de verano (blockbusters), pues los cines pasan a estrenar las películas más exitosas para completar su oferta del aire fresco artificial.

Los defensores de la climatización destacaban sus propiedades higiénicas y sanitarias: según la publicidad de la época el aire acondicionado sería más puro y sano que el de las montañas nevadas. Avalado por tales ventajas, el aire acondicionado llegó a los hogares norteamericanos justo después de la Segunda Guerra Mundial. Carrier comercializó los sistemas fácilmente instalables en ventanas hacia 1951. Si en 1960 un 10% de los hogares ya disponía de aire acondicionado, la cifra creció de forma imparable llegando al 55% hacia 1980 y al 90% en la actualidad. Y, lo que es más destacable, tal y como señala el historiador francés Benoît Bréville, durante este período de tiempo el aire acondicionado pasó a ser un factor crucial en la urbanización de las regiones sureñas. Entre 1910 y 1950 la población de los estados del sur se había reducido en 10 millones de habitantes, una disminución causada por la emigración de ciudadanos de color promovida por las leyes raciales y por la destrucción de empleo que conllevaba la mecanización de las tareas agrícolas. Pero la tendencia se invirtió completamente a partir de 1960, cuando la llegada del aire acondicionado propició la llegada de nuevas empresas y la creación de empleos.

Gracias a la climatización, el infierno sureño se hace mucho más llevadero, incluso propicia la creación de grandes centros recreativos en sitios muy cálidos, como el parque Disney en la árida Orlando o el paraíso de Las Vegas en pleno desierto de Nevada. El aire acondicionado pasa a ser prácticamente de uso obligado, al mismo nivel que la electricidad o el agua corriente, y las ciudades no cesan de crecer. Phoenix, en Arizona, donde a menudo se sobrepasan los 40 grados Celsius y a veces se rozan los 50, contaba con unos 30.000 habitantes en 1930, pero gracias a sus centenares de miles de aparatos que acondicionan el aire de todos sus espacios cerrados (incluyendo por supuesto los transportes), hoy ya supera los 1,5 millones de habitantes.

El aire acondicionado se ha extendido ya a todos los rincones de EEUU, se estima que más del 90% de los hogares está allí climatizados (y este porcentaje llega al 97% en los estados del sur). Y, desde su origen en América, el aire acondicionado no ha parado de propagarse por todo el mundo. Aunque en Europa el éxito no haya sido tan rotundo -incluso en nuestra cálida España, el número de hogares climatizados tan sólo ronda el 30%-, los aparatos se extienden como una plaga por Asia. El porcentaje de hogares climatizados en Japón ya alcanza el 90%, similar al de EEUU. Se estima que existen hoy unos 1.600 millones de aparatos de aire acondicionado en el mundo, el 50% de los cuales se concentra en EEUU y en China. Las ventas crecen de manera galopante: se triplicaron entre 1990 y 2017, y hoy alcanzan los 135 millones de unidades al año; de éstos, unos 60 millones se venden anualmente en China. Y allí en China, por ahora tan sólo están climatizados el 4% de los hogares, por lo que se prevé un crecimiento desbocado. El legado del joven Carrier es hoy espectacular: la empresa realizó en el año 2007 una cifra de ventas de 1.500 millones de dólares y cuenta ya con más de 45.000 empleados.

Este auge de la climatización no viene sin excesos. Sobre todo en EEUU, donde todos los visitantes europeos nos quedamos sorprendidos por las bajas temperaturas que reinan en los espacios cerrados, a lo largo de todo el territorio. La temperatura estándar ha llegado a situarse en los 20 grados Celsius y no es extraño que, en pleno verano e incluso en las zonas más cálidas, debamos abrigarnos en los lugares públicos. Hay quien alerta sobre los peligros e inconvenientes de enfriar demasiado los hogares. Por ejemplo, el aire acondicionado se considera un factor importante que hace aumentar la obesidad. Al estar encerrados, se tiende a comer más y el cuerpo no necesita gastar calorías para mantener su temperatura constante.

Por supuesto hay que tener en cuenta la voracidad energética de los aparatos de aire acondicionado. Según datos de la Agencia Internacional de la Energía, estos aparatos consumen ya el 10% de la electricidad mundial y, como todos sabemos, cada aparato que enfría un espacio interior emite calor hacia el exterior. Estos sistemas llegan a aumentar la temperatura media de una ciudad en 2 grados Celsius, como sucede en el caso ya mencionado de Phoenix (Arizona). Se crea así la paradoja de que estos aparatos contribuyen a acentuar el calor contra el que deberían luchar. Mencionemos finalmente la emisión de dióxido de carbono y de otros gases de efecto invernadero, un problema que tienen muy en cuenta los aparatos más modernos que tienden a utilizar refrigerantes más respetuosos con el medio ambiente.

¿Debemos abandonar el aire acondicionado? Yo pienso que simplemente debemos comportarnos con mayor racionalidad y sobriedad. Hay que huir de esas temperaturas extremadamente bajas y tan artificiales que gustan en EEUU. Hay que apagar los sistemas cuando no se usan (evitando por ejemplo que las oficinas mantengan sus sistemas encendidos fuera de las horas de trabajo). En algunos casos será suficiente con utilizar un ventilador que es 10 veces menos costoso en energía que un climatizador. Y en las zonas cálidas hay que volver a organizar nuestras vidas y diseñar la arquitectura y el urbanismo siguiendo las exigencias del clima. Velar para que los edificios mantengan una orientación favorable que nos permita protegernos del sol, utilizar buenos aislamientos, cornisas con viseras, porches sombreados, colores claros en las fachadas, viviendas que permitan las corrientes de aire. En fin, todo ese saber que el hombre ha desarrollado durante siglos y que ahora tendemos a olvidar, profundizando así en un divorcio creciente entre el hombre y la naturaleza. Este divorcio ya fue puesto de manifiesto en 1945 por Henry Miller, cuando llegó de París para realizar un periplo por Norteamérica. Se lamentaba el escritor de que el mítico Sur había perdido sus raíces y parte de su encanto y, muy elocuentemente, tituló su relato The air-conditioned nightmare (Una pesadilla con aire acondicionado).

Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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