La irritación de las clases medias

Una amplísima mayoría de los ciudadanos suizos votó el domingo a favor de la limitación de los sueldos abusivos de los directivos de las grandes empresas –incluidos muy especialmente los bonus, las indemnizaciones, las comisiones y los blindajes–, en un referéndum que comportará que a partir de ahora serán los propios accionistas quienes aprobarán anualmente estas retribuciones. La iniciativa popular fue promovida por el empresario Thomas Minder, que entró en política y se convirtió en senador cuando su empresa familiar se arruinó como consecuencia de los impagados por la quiebra de la compañía Swissair; Minder se sublevó cuando el presidente de la compañía aérea fue indemnizado con diez millones de euros –por pocos meses de trabajo ineficaz–, mientras los acreedores eran empujados a la ruina.

Antes del referéndum, el debate político en Suiza se incendió por las revelaciones sobre prácticas indignas de dirigentes empresariales que juegan con el dinero de los accionistas como si fuera suyo y no arriesgan en ningún momento su propio patrimonio: el ejecutivo mejor pagado del país, el presidente de la farmacéutica Novartis, Daniel Vasella, había recibido sesenta millones de euros para no pasarse a la competencia y sólo renunció a la prima forzado por las protestas populares; durante la campaña también se confirmó que muchas de las decisiones erróneas que llevaron a la banca UBS al borde de la quiebra estuvieron motivadas por el afán de los directivos de asegurarse primas millonarias.

Muchas de las consecuencias más sangrantes de la crisis tienen el origen en estos ejecutivos que imponen su beneficio por encima del interés general de los accionistas, de la empresa o del país. Han asaltado el poder empresarial y se han creado un marco de referencia a medida en el que no se valora la creación de riqueza, sino el oportunismo, el tacticismo y la especulación; a menudo destruyen contingentes enormes de riqueza sólo para cumplir objetivos inmediatos y percibir primas previstas irresponsablemente en los contratos. Por eso los ciudadanos suizos han dicho basta y por razones similares proliferan por todas partes los gestos de revuelta de las clases medias europeas, que se acercan cada vez más a las clases trabajadoras.

La irritación social está forzando a los viejos actores políticos a tomar decisiones a las que negaban cualquier viabilidad: en el Reino Unido, el Gobierno prepara una ley que dará a los accionistas la oportunidad de decidir cada tres años los sueldos y los incentivos de los directivos; Holanda limitará a 75.000 euros los blindajes en los contratos de los ejecutivos, y la Unión Europea ya ha empezado a fijar topes para las retribuciones de los ejecutivos de banca.

El protagonismo de las clases medias también ha ido en aumento aquí, en las protestas contra la corrupción, los recortes y los excesos de las grandes compañías. Las protestas por el abuso de las preferentes o las campañas contra los desahucios también han acabado despertando la simpatía de unas clases medias que ven en su propio futuro las amenazas que ahora sufren los más débiles. En estos casos, los ciudadanos reniegan tanto de la pasividad de las grandes formaciones políticas como de la incapacidad de los partidos pequeños para generar resultados.

Durante mucho tiempo hemos esperado inútilmente la rectificación de las clases dirigentes europeas y hemos reclamado un ejercicio de autocrítica por su responsabilidad en la gestación de la crisis y en el reparto injusto de sus costes. Hasta hoy, la falta de respuesta ha sido decepcionante y ha alimentado muchos de los fenómenos electorales antipolíticos y antieuropeos que se han extendido por todo el continente; en un futuro inmediato, la alianza entre trabajadores y clases medias impulsará a la sociedad a dar la espalda no sólo a los partidos tradicionales sino a las clases dirigentes en su conjunto.

Muy de vez en cuando llegan noticias de dirigentes empresariales que moderan las ganancias en tiempo de crisis, de entidades bancarias que en vez de desahuciar se esfuerzan por dar una oportunidad a los clientes con dificultades o de empresas que todavía apuestan por los productos, por los territorios y por las personas. Son actitudes loables que no compensan la falta de compromiso con la sociedad de la mayoría de sus colegas. Los dirigentes políticos, económicos, empresariales y sociales se pasean desnudos por los escenarios devastados de la crisis y muestran impúdicamente sus miserias, su ambición descontrolada y su falta de principios éticos y morales; desde la llegada de la crisis, su desnudez nos los ha mostrado también enormemente perezosos, frívolos e ineficientes.

La inhibición de los dirigentes durante la crisis está resultando escandalosa. Ha llegado la hora en la que deben decidir si están dispuestos a asumir un compromiso sólido y recíproco con la sociedad que los ha encumbrado. Si sólo aspiran a disfrutar de sus privilegios, encerrados en torres de marfil reconvertidas en castillos de máxima seguridad, y no consiguen restablecer un pacto de confianza con las clases trabajadoras y medias, no habrá ni regeneración democrática, ni salida de la crisis (ni ejercicio de soberanía). Y unos y otros lo pagaremos muy caro.

Rafael Nadal

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *