La izquierda catalana y la España de todos

La presencia de Cataluña en la política española contemporánea con una o más voces diferenciadas ha sido una de sus constantes. Lo fue con la Lliga Regionalista bajo el liderazgo de Cambó durante el primer tercio de siglo XX, lo fue con la presencia de Esquerra Republicana durante la II República, y se ha mantenido, bajo formas distintas, hoy con la democracia. Incluso, para recordar hechos poco divulgados, lo había sido en los años ochenta del siglo XIX cuando los diputados conservadores y liberales constituyeron en varias legislaturas una minoría catalana que, de acuerdo con el color del gobierno existente, fue presidida sucesivamente por Manuel Duran y Bas y por Víctor Balaguer.

No es, por tanto, un fenómeno nuevo, ni es sólo producto de un humor pasajero; ni tan sólo es el resultado de una única concepción ideológica. Según los momentos, ha sido impulsado por regionalistas, federalistas o nacionalistas; por las derechas o por las izquierdas. De todas formas, debe recordarse siempre que debido al compromiso de cada tendencia con sus programas globales nunca ha debilitado su actitud corresponsable para conseguir una España más moderna que asuma su propia realidad, que se asuma a sí misma tal como es, y por tanto la expresión de la pluralidad de sus pueblos.

La persistencia histórica del hecho muestra que se trata de un rasgo constitutivo más que accidental, razón por la cual la Constitución ha establecido un marco institucional que permite el acceso a la autonomía de las nacionalidades y regiones, al mismo tiempo que un régimen de libertades democráticas garantiza la expresión de la opinión de sus ciudadanos. Hasta entonces la cuestión no había encontrado una solución estable, puesto que la obtención de un Estatuto de Autonomía de Cataluña fue imposible en 1918 y el aprobado en 1932 encontró la férrea cerrazón de amplios sectores de la derecha. Más de medio siglo después, el marco autonómico aparece hoy como un esquema institucional consolidado que goza de un amplio consenso, y que ha constituido uno de los grandes aciertos de nuestra Constitución. En el pasado, Cataluña, casi en solitario, con el apoyo de los sectores más progresistas, abrió este camino; es cierto que a costa de grandes desconfianzas, aunque hoy se ha convertido casi en un patrimonio común. Y en el 2005, cuando se ha iniciado un nuevo impulso autonómico, hemos vivido una resistencia similar.

Como es sabido, la democracia moderna se concreta en instituciones y procedimientos, así como en la formación de grandes alternativas de opinión, organizadas en partidos políticos. Por ello los grandes partidos catalanes, al tiempo que expresan su ideario y personalidad propia han intentado establecer vínculos sólidos con quienes defienden valores, intereses y creencias compartidos en un proyecto común para configurar una mayoría política y social en España. Cataluña no puede limitarse a participar sólo en aquellos momentos en que su concurso resulte indispensable o rentable, como si fuera un grupo de presión, ni España puede aislar a los catalanes, en la vía de considerarlos fuera del "territorio nacional", ni minusvalorar su capacidad como motor y generador de dinámicas colectivas. Por ambas razones, la mayoría política en España no puede ser indiferente a los catalanes, ni la voz de los catalanes puede ser indiferente al progreso de la España realmente existente. El título de uno de los libros de los años treinta del socialista Rafael Campalans sintetiza bien el objetivo: Hacia la España de todos. La tradición catalanista de todos los colores ha sido, y es, participar, proponer, asumir responsabilidades y llegar a acuerdos.

En el pasado el problema para España (y para Cataluña) fue que Cambó, a pesar de su audacia, no consiguió coincidir con la derecha española de Maura, porque la creación del Centro Constitucional en 1931 llegó demasiado tarde y sus intentos de conectar con Gil Robles fracasaron; más tarde los republicanos de izquierda tampoco alcanzaron la colaboración en profundidad con Azaña de una forma estable (a pesar de los esfuerzos de Marcelino Domingo y Jaume Carner); así como tampoco posteriormente, en el campo del comunismo, el PSUC tuvo éxito en estabilizar su relación con el PCE.

En la década de los setenta, la unidad de los socialistas retomó el viejo proyecto de impulsar un esfuerzo común para modernizar y conseguir una España más justa, con más libertades y más oportunidades para las personas y capaz de asumir su pluralidad como uno de sus activos más valiosos y no como una debilidad, para mantener el mismo discurso en Cataluña que fuera de ella. Discrepando de la opinión de quienes consideren un error la unificación de los socialistas catalanes hace treinta años en el Partit dels Socialistes de Catalunya, con Joan Reventós al frente, y su vertebración con personalidad propia con el socialismo español, en mi opinión, y visto con perspectiva histórica, constituye un hecho de una gran trascendencia. No fue sólo una exigencia de los electores, sino una opción de fondo, porque afirma Cataluña como un único pueblo, que no acepta divisiones internas por razones de lengua, origen o clase, y hace posible la participación de la izquierda catalana como tal en el esfuerzo de modernización y reforma social de España, y por tanto de Cataluña. Su personalidad en el fondo deriva de la personalidad propia de la formación social de la que formamos parte, de sus características y de sus raíces progresistas. Somos socialistas y somos catalanistas por las mismas razones: porque creemos en la libertad, en la reducción de las desigualdades, en la solidaridad y en la justicia social.

De acuerdo con la tradición federalista de las izquierdas catalanas, el socialismo catalán concede un gran valor a los poderes locales y cree que la diversidad es un factor positivo que enriquece, mientras que la uniformidad empobrece. Quizá la configuración del mapa político catalán le ha dado ciertos rasgos peculiares como resultado de la existencia de un espectro político basado en cinco espacios ideológicos, con proporciones cambiantes según los momentos y las consultas, que es distinto al bipartidismo imperfecto existente en gran parte de España. Por ello desde el comienzo el socialismo catalán se ha esforzado por conectar con los sectores creativos e innovadores y las clases medias, y por buscar acuerdos en función de sus programas inmediatos de gobierno, con nobleza y lealtad, sin ocultar las discrepancias, pero con capacidad para encontrar coincidencias con otros sectores políticos.

Para aproximarse mejor a su comprensión, tal vez sea relevante recordar el carácter de la formación social en que se inserta y su transición desde una sociedad industrial a una sociedad posindustrial, inmersa hoy en el esfuerzo por remontar el momento económico, que para los socialistas exige unas políticas sociales que aseguren la cohesión social de sus ciudadanos, competencias que corresponden a la Generalitat, la cual padece un modelo de financiación injusto y lesivo para los catalanes, que fue forjado por las derechas españolas. A nadie debe sorprender la tenacidad del presidente de la Generalitat en la defensa de los intereses de los ciudadanos de Cataluña, con razones, con propuestas y con el fin de llegar a un acuerdo, a un buen acuerdo. Es su obligación. Los socialistas catalanes, con sus aciertos y sus errores, con pragmatismo y flexibilidad, con la sólida defensa de su personalidad y su lengua, con fidelidad a los valores centrales del socialismo democrático, han expresado y expresan su voluntad de llegar a buenos acuerdos que sumen; también a nosotros, por supuesto.

Querer avanzar hacia la España de todos no es una manía; es una característica, que se ha mantenido constante con expresiones diferenciadas a lo largo del siglo XX en los diversos sectores del arco político. En política no existen fórmulas mágicas que lo resuelvan todo. Pero creo que debe admitirse que el gran acuerdo de convivencia en libertad y de reconocer la existencia de un derecho igual a ser distintos está en la base del gran avance que ha supuesto la organización de las autonomías, uno de los grandes logros de la España democrática. Cataluña ha sido pionera en ello, aunque le haya reportado incomprensiones y sinsabores. Lo fue en 1931, lo fue en el periodo final del franquismo y lo ha vuelto a ser en 2005. En política siempre hay quien genera avances y quien genera resistencias al avance. Es ley de vida. Pero el camino lo vamos a hacer juntos.

Isidre Molas, presidente del PSC.