La izquierda empantanada en la pequeña burguesía

¿Qué nos dice la protesta de los camioneros sobre la izquierda y su forma de entender a los trabajadores por cuenta propia? Si de algo es revelador este conflicto es de la dificultad que tiene cierta izquierda a deshacerse de una lectura fordista de las clases sociales. Ésta, simplificando, reduce a los asalariados a clase trabajadora y a los trabajadores independientes a (pequeña) burguesía. Los primeros serían entonces automáticamente defendibles, mientras los segundos desestimables. La “pequeña burguesía”, propietaria de su herramienta de trabajo, se ha transformado también dando lugar a fracciones precarias y populares del mundo de los independientes.

El sociólogo francés Pierre Bourdieu nos invitaba a salir de una concepción de las clases sólo basada en la relación con los medios de producción. Ante la proliferación de los dispositivos de autoempleo parece que la relación con los medios de producción no es suficiente para delimitarlas. Bourdieu invitaba a ir más lejos con un enfoque multidimensional de las posiciones sociales que tenga también en cuenta los recursos culturales o las proximidades entre condiciones y estilos de vida. Pequeños agricultores, taxistas, repartidores, camioneros, pequeños comerciantes, el sector de servicios a particulares, empleados comerciales, policías y militares, artesanos o jefes de pequeñas empresas hacen parte de la “esquina inferior derecha” del espacio social que dibuja el sociólogo francés. En esta esquina las profesiones se caracterizan por una baja cualificación, pero con la posibilidad de obtener ingresos satisfactorios, y por tender a posiciones conservadoras. ¿Por qué trabajadores de las zonas bajas de la jerarquía social se inclinarían hacia estas actitudes conservadoras?

Según Bourdieu, la posición social y profesional pesa claramente en las afinidades políticas. En estas profesiones es el predominio del capital económico sobre el capital cultural (diplomas escolares, pero también las formas transmitidas de hablar, de escribir o de aficiones practicadas) lo que explica que adopten potencialmente posiciones conservadoras. Estas trayectorias se caracterizan por una orientación hacia el capital económico, es decir, una búsqueda de ingresos más altos y rápidamente alcanzables.

Es en esta óptica que muchos trabajadores (a menudo asalariados) se dirigieron hacia el sector del transporte autónomo que aparecía como un sector de “fácil acceso para las clases populares españolas durante los años del “milagro económico español””, explica el sociólogo López Calle. En los trabajos a cuenta propia se tiende también a sacralizar el valor del trabajo y el sentido del esfuerzo: los beneficios van a depender de tu ‘esfuerzo’ y las horas que le pongas. Estas trayectorias profesionales producen una legitimación de las jerarquías económicas, que parecen más fáciles de sortear que las jerarquías culturales demandantes de títulos escolares. Los trabajos sociológicos muestran que en este proceso algunas élites económicas y patronales no son repudiadas y pueden ser vistas como modelos a seguir. Fuera de un marco propicio a la lectura del mundo social en términos de lucha de clases, estos trabajadores no suelen comprender a la izquierda que se opone al mérito cuando ellos demuestran que uno se puede espabilar.

Repetir que las protestas son un “paro patronal” no busca describirlas, tiene como objetivo la simple descalificación. Esta estrategia reposa en una dicotomía simplona entre trabajadores y empresarios que no entiende bien la emergencia de las micro-empresas o los autoemprendedores como estrategia para reducir costes patronales. Es verdad que hay empresarios con varios camiones y que pueden velar por sus intereses privados, pero gran cantidad de transportistas son autónomos, aunque trabajen solo para una empresa y en la mitad de las ocasiones no sean propietarios del camión. La asociación automática con la burguesía parece bastante grosera. La multiplicación de autónomos en el sector se inscribe, según López Calle, en una reorganización más amplia de las economías del sur de Europa, marcada por la liberalización del mercado común, y sus procesos de individualización e intensificación del trabajo que condenan a los camioneros autónomos a la “autoexplotación”. Esta atomización del sector ha dificultado a menudo que puedan ejercer algún poder colectivo de negociación y explicaría el triunfo de la plataforma convocante erigiéndose contra el Comité Nacional de Transporte por ser “el mayor enemigo del pequeño transportista” y por sobrerrepresentar a las grandes empresas.

Las tentativas de capitalización del movimiento por parte de la ultraderecha española (Vox) son reales y pueden jugar un papel importante. Sin embrago, su repetición ad nauseam revela más, en parte de la izquierda, unos esquemas de representación de las clases trabajadoras (“despolitizadas”) como manipulables por cualquiera (patrones o ultraderecha) o, en su defecto, condenadas a actitudes reaccionarias. El fantasma de la ultraderecha opera más como espantapájaros y profecía autocumplida. Responde a una lógica circular: se renuncia a toda estrategia alternativa o a dar la batalla política al temer que esté capitaneado por la ultraderecha y así termina necesariamente liderado por ésta, sola sobre el terreno. Así, uno siempre tiene la razón.

Además, deducir que hay unas clases trabajadoras “fascistadas” a partir de las expresiones de ciertos líderes auto-proclamados no tiene sentido. La ciencia política muestra que las concepciones más rígidas e ideológicas de la política sólo cobran sentido entre aquellos individuos, pertenecientes a las clases medias y superiores, más familiarizados con la política y la militancia. No tiene sentido proyectarlas también hacia las clases populares, que suelen tener una relación mucho más distanciada hacia estas concepciones.

Como ejemplo de reivindicación sospechosa se ha expuesto que las demandas vayan dirigidas más hacia el Gobierno que hacía la patronal. Puedo confirmar, tras haber trabajado sobre un colectivo de falsos autónomos como los riders, que una politización conflictiva contra la patronal no cae por su propio peso y es muy difícil de articular sin la presencia importante de un sindicalismo combativo. A menudo inmersos en una lógica de subcontratación infinita que “invisibiliza” al patrón, el Estado aparece en la diana como el que roba el fruto de un “trabajo duro” con su presión fiscal y su cuota. De todos modos, las demandas no son sospechosas de ultraderecha. Aunque interpelen más al Estado, que tiene su responsabilidad en el proceso de liberalización, lo hacen en su función de regulación del sector privado y pueden profundizar en una politización anti-liberal.

Asimismo, el caso de los taxistas es un buen ejemplo para poner en perspectiva este paro y comparar reacciones frente a grupos populares de un perfil sociológico similar. En sus luchas, los taxistas también han tendido a ser históricamente caricaturizados por sus posiciones conservadoras. Fue, en su lucha contra Uber que parte de la izquierda decidió apoyar al fin sus movilizaciones: la defensa de un servicio público antes que la uberización (proceso que sufre el sector de los transportistas). Y su lucha contra la liberalización construyó politizaciones progresistas, como en el sector del taxi de otros países u otros movimientos populares como los chalecos amarillos franceses. El caso de Tito Álvarez es igual el más enigmático, pero muestra que se pueden recoger frutos de tales apoyos y que es un error esencializar las identidades sociales y políticas de las clases populares.

Parece reinar en parte de la izquierda la idea de que las posiciones conservadoras de ciertos grupos populares son una condena de la que no podrían escapar. Siempre serán reaccionarios, mejor darlos por perdidos. Lo que la izquierda tiene por tanto que plantearse es si cree, realmente, que es una opción a largo plazo ser, exclusivamente, partido para profesores, estudiantes y trabajadores del sector público, es decir de aquellos grupos que parecen encajar espontáneamente con las representaciones progresistas esperadas.

Aldo Rubert es investigador doctoral y docente en sociología política en la Universidad de Lausanne. Colaborador de Agenda Publica.

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