La izquierda mística

¡Qué chasco!, vi en las pantallas de televisión que Pedro Sánchez estaba presentando un ambicioso plan titulado La España que nos merecemos 2021-2026. Por un momento, pensé que se trataba de la puesta de largo de un ejercicio de prospectiva elaborado por el partido socialista en el que, tras un concienzudo análisis de la situación actual, se darían a conocer las líneas maestras del desarrollo económico y social de nuestro país, para los próximos seis años. Pero no, nada más lejos de la realidad. Cuando llegué a casa y pude descargar en YouTube la perorata inmensa de nuestro presidente (casi 50 minutos), me di cuenta de que mis esperanzas eran infundadas: a babor y a estribor, en la política española, se sigue sin tener ni pajolera idea de lo que es la prospectiva.

Según Godet, uno de los mayores referentes sobre la materia, «la prospectiva es la ciencia que permite orientar las acciones del presente a la luz de los futuros posibles y deseables». Quizá el primero y el último de los políticos españoles que se dio cuenta de las enormes posibilidades que para el avance social tiene tal ciencia fue Joaquín Garrigues, ministro de la UCD, fallecido prematuramente en 1980 y fundador del Instituto Nacional de Prospectiva, que tristemente sucumbió con él. A pesar del aparente título de su mal leído discurso, Sánchez no dijo nada sobre prospectiva, ni siquiera sobre una mínima planificación quinquenal de corte estalinista que, aunque no tiene nada que ver con aquélla, al menos implica cierta previsión –si bien irreal y voluntarista– tal y como la Historia terminó por demostrar en la URSS. La palabra «futuro» fue pronunciada por Sánchez solo tres o cuatro veces, al principio y al final de su monserga, cuando citó a la escritora María Lejárraga. Por tanto, nada nuevo bajo el sol. Seguimos sometidos a la improvisación, y también al misticismo.

De manera recurrente, la izquierda trata de endilgarle a la derecha la religiosidad, reservándose para sí misma el racionalismo. En los orígenes de la distinción entre izquierda y derecha, esta burda ideación pudo tener sentido si se tiene en cuenta lo escrito por Jaime Balmes y, sobre todo, por Donoso Cortés (tan mal citado por Iglesias en la última moción de censura), durante la primera mitad del siglo XIX. Especialmente, lo dicho por el segundo de aquellos pensadores en Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo, cuya tesis principal es que no puede haber ningún poder cuya legitimidad no provenga de Dios. Motivo por el cual, tanto el liberalismo (que él mismo había profesado hasta el momento de su conversión, tras el fallecimiento de su hermano) como el socialismo, son doctrinas erradas.

Pero esto es cosa del pasado, hay que seguir la recomendación de Jesucristo y dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, alejando cualquier misticismo del ejercicio de la política. Sin embargo, con el paso del tiempo parece que los roles se han invertido. No resulta extraño que en octubre Sánchez visitase a Bergoglio y que Iglesias dijera hace algunos años, en un programa de televisión de máxima audiencia, «estoy a muerte con el Papa». Sin embargo, a lo que me estoy refiriendo no es a la religiosidad de Sánchez o de Iglesias, de lo que hablo es de política, concretamente de marxismo. López Aranguren lo definió como una «religión secularizada», mientras que Spengler, previamente, había advertido que «el cristianismo es el abuelo del bolchevismo», avalando, de alguna manera, el recorrido personal, pero inverso (desde el marxismo a la religión), de personajes como Bergoglio, o el filósofo católico Alasdair MacIntyre que, en su obra Marxismo y Cristianismo, escribió: «El marxismo no está, en modo alguno, en una relación de antagonismo frontal respecto del cristianismo, sino más bien tiene muchos rasgos de una herejía cristiana».

A juicio de los marxistas cristianos, como el propio MacIntyre, «el marxismo ha heredado algunas de las funciones de la religión» y, de entre ellas, acaso la más terrenal, que es la de consolar y redimir a los oprimidos. Entre otras cosas, por esto, no le falta razón a Aranguren cuando afirma que es un sistema moral. No obstante, un sistema que no se conforma con señalar lo que está bien o mal –como hacen las religiones comunes u otros sistemas filosóficos– sino que pretende ser una moral práctica y revolucionaria –la praxis– que, cuando es necesario, echa mano de la violencia o, como mínimo, de la ingeniería social.

Como escribió una filósofa norteamericana de adopción en el año 1963, «los místicos declarados sostenían la arbitraria, impredecible voluntad de Dios como norma del bien y como validación de su ética. Los neo-místicos reemplazaron esto por el bien de la sociedad, con lo cual cayeron en la circularidad de una definición tal y como el bien es aquello que es bueno para la sociedad». El pseudónimo de esta filósofa –nacida en San Petersburgo, pero emigrada a Nueva York– era Ayn Rand que, casualmente, adoptó como apellido las siglas de la primera organización de prospectiva constituida en Norteamérica en 1948, la Rand Corporation. Se dice que el embrión de la Rand, formado por estrategas militares y científicos fue el que planificó, entre otras cosas, el Desembarco de Normandía.

En la cena de la Asociación de la Prensa de Barcelona, del 8 de mayo de 1978, Felipe González proclamó su firme intención de enterrar el marxismo y asentar al PSOE en la socialdemocracia. Y, aunque 10 meses después perdió el primer envite dentro del partido, finalmente consiguió modernizar el PSOE y ganar las elecciones generales de 1982 con la mayoría más absoluta que ha conocido nuestra democracia. Hoy, Pablo Iglesias ha vuelto a meter el marxismo dentro del socialismo español, por medio de una vicepresidencia segunda del Gobierno de carácter expansivo y metomentodo. Quizá aquí se halla una de las causas del actual enfrentamiento entre el PSOE moderno de González y el místico-retrógrado, pero prevalente, de Sánchez e Iglesias. Por el camino que vamos, de acuerdo con las tendencias internacionales, el que triunfa es este último, porque estamos en la era del postmarcusianismo.

Los místicos son aquellos que piensan que se encuentran en posesión de la verdad y, por ello, están en condiciones de decir a la gente lo que tiene que hacer o decir, e incluso lo que debe pensar. También son los únicos que saben, a base de dogmatismo, lo que es verdad y es mentira, quién propaga las fake news, qué es lo que los estudiantes deben aprender en las escuelas (y en qué idioma) y, en general, qué es bueno y qué es malo para el pueblo, debido a que poseen una moralidad (práctica, en este caso) que les hace superiores al resto de sus compatriotas. Entre los grandes místicos del universo social se puede citar, entre otros, a Lenin, Hitler, Stalin, Mao-Tse Tung, y los camaradas Fidel Castro y Che Guevara. Nadie mejor que ellos sabía lo que convenía a su pueblo, con la misma claridad que ahora lo conoce Pablo Iglesias.

Sánchez trató de hacer un poco menos aburrido su discurso con sus habituales cursilerías, tales como «queremos una España luminosa», «regalemos seguridad» o «que nadie se quede atrás» (que aparecía en la gran pantalla coloreada a sus espaldas, junto con las siglas del PSOE pegadas a un corazón). Todo aderezado con supremacismos morales del tipo «somos más conscientes que nadie porque somos socialistas» (dime de lo que presumes y te diré de lo que careces). La perorata fue repetitiva como siempre, llena de bucles que giraron en torno a cuatro ideas vagas y generales: la digitalización (somos los reyes de la fibra óptica), la sostenibilidad (la Agenda 2030, grabada en el cuero de la cartera que porta con orgullo Iglesias), la cohesión social y territorial (teledirigida por Junqueras desde Lledoners, por el PNV y por Bildu) y el feminismo (escindido, dentro de su propio Gobierno, entre tradicionalistas y transgeneristas).

¡Qué gran momento! Debería aprovechar la derecha para poner su proa hacia el racionalismo (que nos hace comunes a todos los hombres) y, de paso, producir prospectiva, que tanta falta nos hace a los españoles, hartos de improvisación y verborrea. Prospectiva es construir la sociedad partiendo de lo posible para llegar a lo deseable.

Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI, ensayista y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica, su último libro publicado es La Derecha (Almuzara, 2020).

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