La izquierda o el fin del sentido común

Medio gobierno de Sánchez se muestra contrario a la OTAN en plena guerra de Ucrania, lo que viene a ser tanto como decir que medio gobierno apoya a Putin. Algo que ratifica el centenar de ultras concentrados en la plaza de Tirso de Molina al grito de «Zelenski nazi». Se aprueba una ley trans en la que el sexo es sentido y, por tanto, atrás quedaron el heteropatriarcado como construcción cultural, así como la biología, el género o la ciencia. Podemos y Más Madrid salen en defensa de una política, Mónica Oltra, imputada por haber, presuntamente, encubierto los abusos sexuales a una niña de catorce años de edad. PSOE, Podemos y Más Madrid aplauden el indulto a una maltratadora infantil, María Sevilla, que había secuestrado a su hijo, a quien tuvo durante meses desescolarizado y sin apenas ver la luz del sol. En el colmo del absurdo, Irene Montero, ministra de Igual-da, califica como maltratador al padre de la criatura. Es el fin del sentido común. Mientras la inflación se desboca, Irene Montero convoca concursos para estudios de igualdad de género dotados con medio millón de euros. Un estudio universitario dotado con 60.000 euros llega a la surrealista conclusión de que el terremoto de Lorca fue machista. Y así podría seguir interminablemente.

Para llegar a tanto despropósito sin que se produzca un verdadero levantamiento popular ha sido necesario infantilizar durante décadas la sociedad española. Hasta llegar al punto en que el comportamiento de las oligarquías actuales se puede explicar por el principio de Hanlon: no atribuyas a la maldad lo que puedas atribuir a la estupidez. De ello se han encargado la hoy extinta socialdemocracia y el estatismo. Basta con ver qué genios se han hecho con las más de veinte carteras ministeriales y su inacción de gobierno para darse cuenta de ello. 383 asesores presidenciales son incapaces de darse cuenta de que al presidente le han puesto del revés la bandera de España. De ahí que haya quien califique la forma de gobierno de Sánchez de estúpidocrática. El gobierno de los estúpidos. Un gobierno cuyo máximo dirigente solo tiene como fin mantenerse en el poder al precio que sea. Esto explica la continua demagogia, la mentira como herramienta política, el desprecio a los votantes, la colonización de las instituciones, la violencia contra el discrepante (que se lo digan a Isabel Díaz Ayuso, víctima de una cacería del régimen sanchista), las políticas maoístas de destrucción de la familia o la explotación de las clases medias y bajas por la vía de la coerción impositiva y la inflación. Todo ello enmascarado tras religiones sustitutivas e histéricas de corte biologicista como el ecologismo radical, el feminismo absurdo o las bioideologías de la salud que tanto gustan a Alberto Garzón.

Los estúpidos no saben que lo son, puesto que, además, son vanidosos. Voltaire sostenía que el estúpido es un narcisista. Los narcisistas no tienen arreglo, puesto que, además de su autopercepción de grandiosidad y falta de empatía hacia los demás, carecen de principios morales y éticos y son incapaces de medir las consecuencias de sus acciones. Carlo Cipolla ya había advertido, con razón, que los estúpidos son más peligrosos para la sociedad que la mafia. Para Ortega los estúpidos son malvados que jamás descansan.

España está viviendo en estos momentos una verdadera revolución de los estúpidos, empeñados en destruir la civilización occidental sin percatarse, porque son estúpidos, que con ello se están destruyendo a sí mismos. Se han llevado por delante el sentido común, que si bien antaño era el menos común de los sentidos, hoy en día está en extinción. Y contra ello hay que rebelarse. Algo que está sucediendo de forma intuitiva en la sociedad, como pudimos ver en las elecciones andaluzas, donde frente al griterío y la polarización lo que se impuso fue, precisamente, el sentido común.

Almudena Negro Konrad es diputada autonómica del PP de Madrid y vicesecretaria de comunicación del PP de Madrid.

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