La izquierda radical se olvida de la igualdad

Desde Estrasburgo, en la sede de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, organismo que trabaja y vela por los derechos humanos, entre los que se encuentra la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, asistía hace unos días atónita al vergonzoso hecho de ver cómo Syriza, el partido que ha ganado las elecciones en Grecia, y su presidente, Alexis Tsipras, conformaban su nuevo Gobierno con treinta y nueve miembros entre los que se encuentran ministros, ministros alternos y viceministros, entre los que tan sólo figuraban seis mujeres y ninguna de ellas ocupaba ninguna de los diez ministerios que forman el Gobierno.

La izquierda radical, desgraciadamente, se ha olvidado de la igualdad. Ha dado la espalda al 51 por ciento de la población griega, porcentaje compuesto por mujeres y, lo que es peor, ha despreciado su talento y su capacidad, tirando por tierra el esfuerzo y el trabajo de miles de mujeres que durante las últimas décadas, con una revolución callada y silenciosa, hemos conseguido poco a poco que la igualdad sea un derecho y no sólo un valor.

Un derecho que, como no podía ser de otra manera, incluye la presencia de las mujeres en la toma de decisiones y, por tanto, en los gobiernos, de forma que podamos estar representadas como en justicia merecemos.

Ante semejante desatino me surgen varias preguntas. ¿Cómo se puede prescindir de la mitad del talento de una sociedad? ¿Cómo se puede negar y dejar de lado a las mujeres en un Gobierno que se autodefine de izquierda radical y que defiende los derechos de todos, o al menos así lo vende, o es sólo humo?

Una sociedad sin igualdad no es una sociedad justa, ni equitativa. ¿Son esos los valores por los que apuesta la izquierda radical? ¿Ese es el verdadero cambio que ocultan tras sus discursos plagados de demagogia y populismo?

La izquierda radical ha quedado en evidencia al demostrar, en la primera ocasión que se le ha presentado de estar al frente de un gobierno, aquello de «dime de qué presumes y te diré de lo que careces».

La izquierda radical que en Grecia encarna Syriza ha dado no un paso atrás, sino una gran zancada, en el camino de la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, que ninguna sociedad moderna, en pleno siglo XXI, debe permitir y que no podemos desde luego tolerar.

Siempre he afirmado que la igualdad y su defensa no es sólo bandera de la izquierda, sino del sentido común y de quienes creemos que todos debemos tener los mismos derechos, las mismas oportunidades y las mismas opciones, con independencia de que seamos hombres o mujeres y de que todos debemos participar en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad para alcanzar un mundo más igual y más justo.

Syriza y Tsipras no sólo nos han dado la razón, sino que han dejado a la izquierda radical al descubierto. Con acciones como esta han mostrado un radicalismo que no sólo no enarbola la bandera de la igualdad, sino que se olvida de ella y, por extensión, se olvida por tanto de los derechos de las mujeres en Grecia y en el resto de Europa.

Un radicalismo de izquierda que, en cuanto ha llegado al poder, ha enseñado su verdadero rostro, ha dejado atrás su careta electoral y ha decidido gobernar sin las mujeres para decepción de muchos de sus votantes y para la indignación de las miles de mujeres que en las últimas décadas han dedicado todos sus esfuerzos a conseguir que la igualdad sea una realidad.

Quienes creemos en la igualdad y apostamos de verdad por ella debemos condenar actitudes como estas, en las que la igualdad se queda tan sólo en la utopía y en la demagogia de la que ha quedado demostrado que viven estos partidos de izquierda radical que, finalmente muestran su verdadera cara, la del engaño, la falsedad o, en el mejor de los casos, la de la incoherencia.

María del Carmen Quintanilla, presidenta de la Comisión de Igualdad del Congreso de los Diputados y vicepresidenta de la Comisión de Igualdad y No Discriminación de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa.

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