La reelección de Matteo Renzi como secretario del Partito Democratico es un hecho importante por dos razones. La primera radica en que la política italiana podrá ponerse de nuevo en marcha tras el 'impasse' que ha seguido al referéndum constitucional del 4 de diciembre de 2016 y la dimisión del propio Renzi como presidente del Consejo de Ministros de Italia. Sobre todo porque, en virtud de los estatutos del PD, el secretario del partido se convierte automáticamente en el candidato a primer ministro. En segundo lugar, el resultado de las primarias legitima ampliamente el modelo de partido y la idea de socialdemocracia que Renzi ha querido incorporar al PD desde su primer paso por la secretaría del partido. Y éste es un hecho de especial relevancia, pues permite una lectura en clave europea.
A la hora de valorar la impronta de Renzi en su partido merece la pena recordar que el PD nace en 2007 como fruto de la fusión de las dos culturas progresistas presentes en la vida política italiana: la católica y la comunista. El propio Renzi dio sus primeros pasos en política en las filas del PPI, como joven democristiano, haciendo campaña por Romano Prodi. Sin embargo, no es ésta la principal fractura que ha determinado la difícil vida interna del partido en su corta vida. El PD es el principal partido italiano, con más de 400.000 afiliados, y la mayoría de los católicos italianos, hasta el 28% según últimas encuestas, le da su voto. Muy por encima de los que prefieren, por ejemplo, Forza Italia, que no llega al 18%. Como ha señalado el profesor Gianfranco Pasquino, el principal origen de los problemas internos del PD es la ausencia de un modelo de partido definido. Así las cosas, en el PD han convivido dos modelos de partido que, además, apuntan a dos fuentes de legitimidad distintas. El primero, representado por la secretaría de Walter Veltroni (2007-2009), es un modelo de inspiración norteamericana, diseñado para ganar elecciones y orientado a los votantes. El segundo, representado por la secretaría de Pier Luigi Bersani (2009-2013), defiende un modelo de partido orientado, principalmente, a los militantes y sus intereses. El primero, reforzado por el método de elección directa del secretario en elecciones abiertas a militantes y simpatizantes, tiene una clara vocación mayoritaria y busca, de manera consecuente, abrir el partido más allá del electorado natural del centro-izquierda. El segundo, en cambio, muestra su principal atención a la defensa de los intereses de los grupos a los que representa -principalmente, los sindicatos- y busca armonizar sus intereses con los objetivos del partido.
El periodo de competición bipolar que inauguró la Segunda República italiana nacida tras la crisis 1992-1994 explica tanto la lógica política que llevó al nacimiento del PD, como la razón de la convivencia de ambos modelos de partido. La ley electoral mayoritaria favoreció la agregación de partidos en torno a dos coaliciones y la irrupción de Berlusconi facilitó que las diferencias ad intra del campo progresista, primero como coalición y luego como PD, fuesen resueltas gracias al antiberlusconismo, principal sinónimo de la izquierda italiana durante dos décadas. Sin embargo, las elecciones del 2013, celebradas tras el final del Gobierno tecnocrático de Mario Monti, dieron paso a un escenario tripolar con un nuevo invitado, el Movimiento Cinco Estrellas del cómico Beppe Grillo, dispuesto a hacer saltar por los aires la división clásica izquierda-derecha con un discurso netamente populista. Y con el fin de la competición bipolar y la caída del berlusconismo las contradicciones internas del PD afloraron.
El mejor ejemplo fue el empecinamiento de Bersani, secretario del PD y vencedor de las elecciones de 2013, en rechazar cualquier alianza a destra y esperar un apoyo gubernamental del M5S que el partido de Grillo nunca le brindó. Este ejemplo demostró la incapacidad del PD de Bersani para interpretar la particular naturaleza ideológica del populismo. Y pensar que, grosso modo, todos pertenecían a la familia de la izquierda condenó a Bersani a dimitir.
Esta pequeña historia de la izquierda en la Segunda República italiana viene a cuento porque la llegada de Renzi a la secretaría del PD en 2013 da vida a todas las contradicciones internas del partido hasta provocar la salida de la formación de nombres clásicos de la vieja guardia como Massimo D'Alema o el propio Bersani. Lo cierto es que Renzi se ajustó a la perfección al modelo de partido con vocación mayoritaria de Veltroni y lo explotó al máximo tratando de sacar partido al desamparo del votante moderado de centro-derecha. Aprovechó, sobre todo, un contexto de ascenso del populismo en el que la polarización izquierda-derecha dio paso a la ruptura política-antipolítica.
Así las cosas, Renzi innovó el lenguaje de la izquierda italiana incorporando préstamos liberales. Asoció la modernización del país a la rapidez, la eficiencia, la meritocracia, la simplificación de la administración o la necesidad de desterrar la idea de un Estado que se haga cargo del ciudadano de la cuna a la tumba. Y, sobre todo, inició una guerra sin cuartel contra los sindicatos, a los que acusó de encarnar el verdadero conservadurismo por oponerse a cualquier tipo de cambio. Al punto de realizar como primer ministro una reforma del mercado laboral mucho más radical que la realizada por cualquiera de los gobiernos de Forza Italia. No llama la atención que en una ocasión Silvio Berlusconi aprovechase para preguntar a Renzi: "¿Y qué hace un tipo como tú, que viene del mundo del márketing, entre comunistas?".
A pesar de que la primera singladura de Renzi en el poder terminó con su dimisión tras perder el referéndum constitucional del 4 de diciembre, con el que pretendía terminar con el bicameralismo perfecto italiano establecido por la Constitución de 1948 para facilitar la gobernabilidad, su aplastante victoria en las primarias del domingo, superando el 70% de los votos con una participación que dobló las expectativas, supone un fuerte respaldo a su programa de renovación del PD.
Resulta cierto que sin oposición interna Matteo Renzi puede sucumbir a la tentación personalista, su verdadero 'talón de Aquiles', y convertir el PD en el PdR, el Partido de Renzi, como ha advertido el politólogo Ilvo Diamanti. No debe perderse de vista que en la vida política italiana existe un gran consenso antipolítico que tiene su reflejo en la falta de confianza de los ciudadanos en los partidos. Por ejemplo, en el último estudio anual de la firma Demos&Pi para La Repubblica, el 48% de los italianos piensa que una democracia puede funcionar sin partidos. Lo que ayuda a explicar por qué el M5S, a pesar de todas sus contradicciones y problemas de funcionamiento interno, está a la cabeza en intención de voto.
Sin embargo, la perspectiva de una victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales francesas puede reforzar la agenda centrista, liberal y reformista de Renzi, quien nunca, como el propio líder de En Marche!, ha escondido su admiración por el proyecto de la Tercera vía de Tony Blair. Como señalaba Anthony Giddens, teórico del Nuevo Laborismo, la renovación de la socialdemocracia debía venir de la mano de la superación de uno de los errores fundamentales de la socialdemocracia clásica: a saber, no haber entendido la capacidad del capitalismo para innovar, adaptarse y generar bienestar, del mismo modo que para proveer información sobre los ciudadanos y sus preferencias. La Tercera vía de Blair buscaba una posición original entre el neoliberalismo conservador y la socialdemocracia clásica. Según Matteo Renzi, el centro radical al que Giddens aludía como el nuevo espacio de la socialdemocracia se ubica entre el populismo y la tecnocracia.
Jorge del Palacio Martín es profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid y UPCO-ICADE.