La izquierda y la ilusión

Hay algo fundamental que le falta a Pedro Sánchez para liderar esa reedición aumentada del zapaterismo que sería la «coalición del cambio» con la que sigue soñando en voz alta. Le falta la ilusión infantil que tenía Zapatero en la provocación, aquella ingenuidad ofensiva, aquella frescura fatua, aquella arrogancia prístina y novicia para permanecer sentado ante el paso de la bandera norteamericana creyendo que el gesto le saldría gratis; para prometer a los nacionalistas vascos y catalanes lo que no podía darles; dejar temblando las arcas del Estado como si no hubiera un mañana; desenterrar los mohosos rencores de la Guerra Civil y atormentar a las víctimas del terrorismo con las sonrisas de la negociación ominosa. Excepto la pátina amable, el actual secretario general del PSOE ha heredado todo del zapaterismo, incluido el clásico «odio al PP». Pero se trata de un rencor sombrío, destemplado, hosco, romo, gris, sin duende ni ángel ni promesa; sin «ilusión», como digo; sin magia potagia, sin la osadía utópica ni la bobaliconería buenista que sirvieron a aquél de careta. Pedro Sánchez carece de aquella alegría insensata que caracterizó al ideario zapateril; de aquella espitosa y espirituosa fe en escandalizar y estremecer a la ciudadanía cabal proponiéndole la refundación de la democracia, de la izquierda, del lenguaje y del mundo.

La izquierda y la ilusiónEstá claro que hoy el relevo de esa ilusión lo ha tomado Podemos con toda su bisutería ideológica e iconográfica, con esa plebeya desfachatez con la que su jefe aprovecha las visitas a Felipe VI para nombrarse a sí mismo vicepresidente de un gobierno aún inexistente y vender esa exigencia como un favor a quienes serían sus socios. Se buscan interpretaciones tácticas y maquiavélicas a esos movimientos que ciertamente han servido para que se olvidara la división que Pablo Iglesias tiene en su partido –o en «sus partidos»– y que han tenido algo o mucho de huida hacia adelante. Pero quizá no se está teniendo en cuenta ese factor elemental, cegador y enajenante, ilusorio e iluso de la ilusión. La ilusión no tiene pudor, como el descaro. En ambos viajes a la Zarzuela, el líder de Podemos ha humillado al PSOE, pero ignorándolo, sin mirarlo siquiera, como si no lo viera. La ilusión es solipsista y no ve a quien ofende. A ella se refirió Iglesias explícitamente tras la primera de esas visitas con unas chirriantes dosis de narcisismo y una falta de sentido del ridículo que no son las del cerebro frío y calculador: «Gracias a mi propuesta, una ola ilusión recorre España». Y es que una propuesta semejante no tiene cabida en una entrevista con el Rey de España sino que debe ser leída en clave de carta a los Reyes Magos. En esa carta sólo faltaba que le pidiera al Rey la bicicleta, el monopatín y la pistola láser. Como siga visitándole va acabar pidiéndole un virreinato con esa ciega fe que tienen, paradójicamente, nuestra izquierda más republicana y nuestros nacionalistas más secesionistas en el poder omnímodo de la Corona.

Hay quien piensa que el populismo de izquierdas no cree en los Carnavales por ese número atroz que han montado en un espectáculo de títeres del Ayuntamiento de Madrid, pero es al revés: están de carnaval todo el año y en los disfraces está su esencia. Ése es uno de los indiscutibles puntos que tienen en común con el abertzalismo radical al margen de sus flirteos con la violencia. Les quitas los carnavales, los títeres, las fiestas populares en las que siempre tienen que hacer acto de presencia revolucionaria y se quedan en nada. Aún suponiendo que al equipo de «Ahora Madrid» se le haya ido la mano al contratar a esa gentuza que sacó la pancarta de «Gora Alka-ETA», lo que resulta innegable es que unos y otros tienen en común el concepto de celebración unido al de provocación. Su seriedad ideológica es tal que necesitan de las verbenas para sobrevivir.

Nos hemos tragado que ese populismo no cree en los Reyes Magos por esa travesurilla de los Siete Secretos que se le ocurrió a la pandi de Carmena en las pasadas Navidades de cambiarles el sexo y el guardarropa a sus Majestades de Oriente cuando la verdad es que esa peña es la única que cree en estas sinceramente, la única a la que le palpita el corazón aceleradamente y se le ilumina el rostro cuando se arrodilla ante Baltasar en este país en el que es tan abúlica, desabrida y escéptica la derecha que últimamente ha ocupado el poder. No hay más que ver la cara de inenarrable felicidad de la alcaldesa madrileña en esa foto reciente en la que aparece dentro del escarabajo del expresidente de Uruguay para percatarse de quién es quien conserva de veras la bendita inocencia de la infancia. Si aquí alguien cree en los Reyes Magos son ellos, no Montoro ni de Guindos. Lo que pasa es que creen en unos magos distintos. Cree en las gallinas y los patos que cría José Mújica en su chacra de las afueras de Montevideo y confunden las barbas de Marx con las de Santa Claus.

Pero toda esa incongruencia frívola y conmovedora no nos puede resultar nueva. Nos tiene que sonar de algo porque ya la hemos vivido. Tiene su claro antecedente en la amalgama llena de contradicciones ideológicas en que consistió el zapaterismo, del cual Podemos es una visceral mutación genética. Por esa razón, el PSOE –y no sólo Pedro Sánchez– tiene una gran dificultad en sustraerse a su atracción y su influencia. Quieren librarse de ellos porque su proximidad los destruye como en esas películas de ciencia-ficción en las que el reencuentro de un personaje con su doble cósmico produce una contradicción temporal que volatiliza a uno de ellos. El PSOE de Zapatero y Podemos son variantes de una misma anomalía. Por eso no caben juntos en el mismo Universo. Y por esa razón también, nada habrá conseguido el PSOE conjurando momentáneamente ese pacto de Pedro con Pablo mientras no se haga una revisión clínica que extraiga de sus entrañas y arroje al espacio exterior a ese Alien que lleva dentro y que le empuja a la fusión como un fatal atavismo. Ha sido Nicolás Redondo Terreros quien ha apelado a los más de cien años que tiene de historia el PSOE para conjurar el sarampión del pacto con Podemos. Tiene razón, pero ya era ése un partido centenario cuando se permitió a su vejez las viruelas del zapaterismo de las que no sólo no se ha curado, sino que han sumido a la socialdemocracia española en un estado de postración anémica susceptible de peores contagios. Y se las permitió en nombre de esa misma ilusión cuya antorcha tiene hoy otros portadores.

Se está imponiendo como un axioma la idea de que la corrupción del PP no le autoriza moralmente a oponerse a un gobierno del PSOE apoyado por Ciudadanos como si dicho gobierno fuera una suerte de castigo que Sánchez tuviera derecho a infligir no sólo a Rajoy sino a toda la ciudadanía; como un pecado que tuviera que purgar no sólo la derecha sino todos los españoles por ella. Lo siento, pero no compro esa tesis. Por mucho que me indigne la corrupción y la inhibición de Rajoy ante ella, no acepto la superioridad moral que me quiere vender el partido de los ERES frente al de la Taula valenciana. Creo más bien que eso sería sumar a la responsabilidad de la corrupción la irresponsabilidad de la abstención. Creer que hemos conjurado el peligro del desastre económico dejando que gobierne Pedro sin Pablo es dejar que gobierne el rencor sin ilusión. Es volver a la situación de 2004 pero sin Alianza de Civilizaciones, sin fiesta. Es volver al zapaterismo pero sin talante.

Iñaki Ezquerra, escritor.

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