La 'joint venture'

A las 10 de la noche del 11 de marzo de 2004 el aún líder de la oposición José Luis Rodríguez Zapatero me hizo su tercera llamada telefónica de la jornada. Su tono nada tenía que ver ni con el abatimiento de por la mañana («Nunca sabes lo que te puede deparar el destino») ni con la tensa resignación de primera hora de la tarde («Que sepas que estábamos en empate técnico y que el domingo podía pasar cualquier cosa. Ahora ya no, claro»). Esta semana, repasando más de tres años después la transcripción de las notas que, con bastante detalle, tomé sobre la marcha, me he dado cuenta de su enorme relevancia informativa y de mi obligación de divulgarlas sin esperar a incluirlas en un hipotético futuro libro.

Esta fue la conversación, en la que él entró directamente en materia:

- Bueno, menudo vuelco ha dado esto...

- Lo dices por lo de la cinta coránica en la furgoneta y lo de la reivindicación islámica en Londres...

- Y lo peor es que el Gobierno lo sabe desde primera hora de la tarde y está ocultando la información.

- ¿Qué quieres decir?

- Me ha llamado Aznar a media tarde para contarme lo de la furgoneta. Mira, menudo personaje. Me alegro de no haber sido amigo suyo. Menudo personaje, es una mala persona. Mira la llamada que me ha hecho por la mañana. Ya te lo contaré porque no es para hablarlo por teléfono.

- ¿Tan grave ha sido?

- Me ha llegado a decir con todo retintín: «Bueno, espero que nadie dude de que esto ha sido un atentado...».

- Eso es por la tontería que dijo Ibarra de que la caravana de la muerte de ETA en Cuenca a lo mejor la había puesto el Gobierno.

- Pero, oye, cuando hay 200 cadáveres, ¿cómo se puede hablar así? Yo sé que tú has sido amigo suyo...

- No, tú estás siendo injusto con él y yo sigo siendo amigo suyo. Lo que no sé es si él sigue siendo amigo mío y si tú tienes algo que ver con ello...

- Saben desde hace horas que ha sido Al Qaeda pero no lo quieren reconocer... Mira, yo sé por medios policiales que se han encontrado ya incluso restos de uno o dos de los suicidas.

- ¿Estás seguro de eso?

- Es una información que nos llega de dentro. Oye, hemos gobernado durante 13 años y tenemos gente dentro.

- Creo que os habéis puesto de acuerdo sobre la manifestación de mañana...

- Bueno, de acuerdo por decir algo. Aznar me ha dicho que la manifestación la convocaba el Gobierno y que el lema lo ponía él. Chico, yo... ¿qué vas a decir? Pero lo lógico es que la manifestación la hubiéramos convocado los partidos. ¿No te parece que lo normal es que hubiera habido una reunión en la Moncloa de todos los partidos?

- En eso tienes razón.

- O por lo menos del Pacto Antiterrorista.

- Desde luego... ¿Pero por qué estás tan seguro de lo de Al Qaeda?

- Estamos en contacto con la gente de Kerry. Tienen topos en la Casa Blanca y les han dicho que aunque avalen oficialmente la tesis del Gobierno sobre ETA, ya saben que ha sido Al Qaeda.

- ¿Oye, y no ha podido ser una faena a medias, una especie de joint venture?

- Eso es lo que dice Felipe, que ha sido un trabajo por encargo de ETA. Sería la primera vez que pasa algo así.

Con la perspectiva actual me ratifico en el diagnóstico de que Aznar se equivocó gravemente en la gestión política de la crisis y en esta conversación están las claves de sus errores. Pero de lo transcrito también se deduce, a la luz de todos los indicios acumulados desde entonces, que alguien en el seno de las Fuerzas de Seguridad conocía un guión según el cual entre la furgoneta de Alcalá y la mochila de Vallecas debían aparecer los restos de terroristas suicidas como definitiva marca de la casa del integrismo islamista. Mi única duda es si, además de conocer el guión, ese alguien había contribuido también a pergeñarlo.

A juzgar por las nuevas conversaciones que mantuvimos durante los días siguientes no me cabe ninguna duda de que Zapatero creía a pies juntillas lo de los kamikazes. Incluso el domingo mientras yo volvía de votar me dijo que tenía datos de que se habían encontrado restos de hasta tres suicidas y que el tiempo lo demostraría. Lo que yo recuerdo no era, como sugirió el PP en la Comisión de Investigación, la actitud de quien está intoxicando a un periodista, sino el prurito de probar que tenía mejores fuentes de información que yo.

Pero aun siendo esto extraordinariamente relevante, lo que de verdad me ha impulsado a evocar todo aquello ha sido la parte final de la charla, puesta en combinación con las referencias que ETA hizo al 11-M el pasado fin de semana en la entrevista publicada en Gara y con los últimos avatares de la vista oral por la matanza. Es cierto que fui yo quien invoqué la hipótesis de la colaboración entre etarras e islamistas y que Zapatero se mostró escéptico, pero en medio quedó la espontánea referencia a que González sostenía que eso era lo que había ocurrido.

Aunque uno de sus ideólogos más notorios, el dirigente de Batasuna José María Olarra, ya había hecho en sendos artículos un par de referencias en el mismo sentido, la del domingo fue la primera vez que ETA estableció una relación de causa a efecto entre la masacre -dice que fue uno de los «factores» desencadenantes- y lo que define como «proceso para la resolución del conflicto vasco» en el marco de una «segunda reforma del Estado español». Junto a ese reconocimiento expreso de su condición de gran beneficiaria del cambio de gobierno y de política antiterrorista derivados de la tragedia, llama la atención el lenguaje de ETA al mencionar «los ataques armados del 11-M», perfectamente coherente con la atribución que Otegi hizo en caliente a la «resistencia árabe».

Podría pensarse que, mientras no aparezcan pruebas que la vinculen a los hechos, a ETA no le viene mal que la sombra de la sospecha fertilice la leyenda de su maquiavelismo. Pero la deducción más obvia es que ETA no quiere condenar lo ocurrido e incluso lo asimila semánticamente a su propia «lucha armada», desdeñando una oportunidad única de trazar una raya de gran eficacia propagandística entre la matanza indiscriminada de civiles y la «ejecución» selectiva de políticos, policías u otras personas que representan o simbolizan los obstáculos para esa «resolución del conflicto vasco».

Debería bastar que la propia interesada agitara tan desafiantemente su bandera, recordándonos que la doctrina del qui prodest sigue siendo uno de los mejores abrelatas lógicos de cualquier enigma criminal, para que esa hipótesis, en la que concurrí aquella tarde del 11-M con quien durante tantos años me había considerado su Némesis, continuara siendo debatida e investigada hasta apurar todas las posibilidades humanas de confirmarla o desmentirla. Pero si junto a ello nos encontramos con la montaña de elementos indiciarios que, jornada tras jornada, van saltando persistentes en la sartén de la sala de justicia habilitada en la Casa de Campo, sólo quienes -tal vez para compensar la recién curada miopía de Zapatero- sufran de una hipermetropía moral o política tan aguda que les impida no ver nada de lo que ocurre ante sus mismísimas narices, pueden desechar de plano esa interpretación.

Que en la izquierda y sus medios periodísticos proliferen las víctimas de esta epidemia de cegatos no debe extrañar a nadie, pues no hay enfermo más feliz que el que se lo hace y obtiene partido de ello. Lo verdaderamente extraordinario es el caso del alcalde de Madrid y su menguado boletín propagandístico, que parecen empeñados en comunicar cada mañana a sus votantes, seguidores, suscriptores y anunciantes que la verdad y la razón en el gran debate que desde aquellos idus de marzo sacude y angustia a la sociedad española corresponde por completo a sus adversarios. Aceptar la evidencia y encajar con elegante fair play una derrota -como por ejemplo lo hizo Zaplana la noche del 14-M- es algo que honra a todo buen competidor. Pero rendirse preventivamente como viene haciendo Gallardón con contumacia digna de mejor causa no es una muestra de centrismo sino de estupidez política. Juegue usted primero el partido y ya analizaremos después el resultado. O por lo menos deje de chutar contra la propia portería. O por lo menos disimule, señor alcalde, para que no se le noten tanto las ganas de anotar a favor del equipo visitante.

Comprendo que haya quien se inflame de ira y catalogue como infamia que precisamente sea el alcalde de la ciudad en la que se fraguó y consumó la masacre quien más ansioso parezca por asfixiar bajo la losa de la burocracia administrativa y la prosopopeya judicial cualquier esfuerzo en pos de la verdad de lo ocurrido. Yo creo que resulta mucho más eficaz conservar la calma y situar a este excelente gestor y pésimo dirigente político ante el espejo de la información de la que todos disponemos. ¿De verdad cree Gallardón que una instrucción durante la que se permitió el desguace de los trenes sin tan siquiera practicar una prueba pericial sobre los explosivos acorde con los requerimientos de la Ley de Enjuiciamiento Criminal fue «profesional» y «minuciosa»? ¿De verdad cree Gallardón que «si hubiera relación con ETA ya habría salido durante la instrucción», cuando desde el episodio del ácido bórico hasta el de la mención de Trashorras a la relación de El Chino con los etarras de Cañaveras, pasando por las consignas de silencio a Cartagena o la supresión de los datos aportados por el tal Omar a la Policía, existe ya una pléyade de pruebas que demuestra que su prima la fiscal y el patético Del Olmo fueron víctimas complacientes de una acción sistemática de obstrucción a la Justicia para yugular cualquier pista que condujera a ETA? Y, por último, ¿de verdad cree Gallardón con su formación jurídica, con su perfecto conocimiento del derecho procesal, que «si al final ETA ha tenido algo que ver, aparecerá reflejado en la sentencia», cuando lo único que podrá hacer el tribunal es pronunciarse sobre la culpabilidad o inocencia de los acusados y sobre si el relato del Ministerio Público y las acusaciones privadas se corresponden o no con los hechos probados?

Dejemos al alcalde en su laberinto autodestructivo y volvamos al otro lado del río. Por mucho que se empeñe el ideólogo de la bodeguilla de los GAL, ni al juez Bermúdez y sus compañeros, ni menos aún al PP o a los contados medios que seguimos investigando sin prejuicios, nos corresponde establecer una verdad alternativa sobre el 11-M. Ni es nuestra misión, ni sobre todo disponemos de los instrumentos legales para ello. A lo máximo que puede llegar el tribunal es a deducir testimonio en relación a los presuntos nuevos delitos que encuentre por el camino -por ejemplo contra los policías que no hayan colaborado adecuadamente con la justicia, como ha ocurrido con Díaz de Mera- y a suscitar con su sentencia nuevas investigaciones sobre todo aquello que no considere suficientemente aclarado. Lo que no va a decir el tribunal es que ha sido la ETA. Entre otras razones porque no hay ningún etarra en el banquillo.

En cuanto a la prensa, nuestro papel no es dictar sentencias, sino descubrir hechos y aportar elementos de juicio. Seguiremos haciéndolo subrayando que en el sumario no se aclara por qué ETA robó o recogió uno de sus coches bomba precisamente en el callejón del mismo Trashorras con el que, según al menos cuatro testigos, mantenía vínculos relacionados con el tráfico de explosivos.

Tampoco se aclara por qué se produjo la simultaneidad de las dos caravanas de la muerte ni si es cierto o no que entre sus conductores -El Chino y los etarras de Cañaveras- existieran lazos personales, tal y como el policía Parrilla ha declarado que aseguró Trashorras.

Tampoco se aclara quiénes fueron los etarras con quienes intimó en la cárcel -uno de ellos le dio, según Omar, sus primeras lecciones de terrorismo- este Jamal Ahmidan que inmediatamente antes del 11-M traficaba con drogas en el País Vasco, tiraba de pistola en el País Vasco y aseguraba proveerse de armas y explosivos en el País Vasco.

Tampoco se aclara quiénes fueron los misteriosos visitantes que El Chino cobijó en secreto en la casa de Morata, protegiéndolos de cualquier indiscreción hasta de sus más íntimos colaboradores, en los días en los que supuestamente se prepararon allí las bombas con móviles.

Tampoco se aclara ni por qué ni para qué el álter ego de Allekema Lamari conservaba en su celda los nombres y direcciones de etarras caracterizados por su línea dura, además de la fórmula habitual con la que la banda fabrica la cloratita.

Tampoco se aclaran cuáles fueron las palabras exactas que empleó este Abdelkrim Benesmail cuando el socialista y espía asturiano Fernando Huarte le pidió su opinión sobre la colaboración con el terrorismo vasco, toda vez que la propia nota del CNI, en vez de seguir transcribiendo la conversación, resume elípticamente su actitud diciendo que «justifica y apoya las reivindicaciones de ETA».

Es inevitable que la flagrante falta de una investigación policial digna de tal nombre en relación a todos estos aspectos esté pesando cada día más en el análisis que especialistas de la seguridad del Estado hacen del desarrollo de la vista oral, desde un punto de vista estrictamente profesional. Si algo han puesto de relieve los interrogatorios a los acusados y testigos es que ni los fallecidos en Leganés ni los que se sientan en el banquillo tenían capacidad tecnológica para preparar un atentado de tanta precisión. Además no fueron ellos, sino unos supuestos «búlgaros» quienes compraron los teléfonos. Complementariamente y, aunque tampoco consta en el sumario, estos analistas tienen muy en cuenta que el ingeniero electrónico de ETA Tomás Elgorriaga Kunze había desarrollado en 2002 una técnica para manipular los móviles y utilizar su despertador como iniciador de una explosión, idéntica a la que presuntamente se utilizó el 11-M.

Unase a todo ello el hallazgo en los restos de los focos de nitroglicerina y DNT, que no son componentes de esa Goma 2 ECO que los asturianos pudieron facilitar a los islamistas, sino del Titadyn o la Goma 2 EC, y se entenderá que cada día vaya cobrando más cuerpo entre los expertos la tesis de que ETA habría aportado asistencia logística a los autores de la masacre. Los términos de su hipotética joint venture están perfectamente recogidos en la denuncia que el confidente Cartagena hizo llegar al tribunal, cuando relata lo que otro islamista radical le dijo en presencia del acusado Said Berraj: «A los de ETA les vendría muy bien colaborar con islamistas en actos terroristas en lugares públicos. Por un lado porque así no estaría hecho por ellos mismos y conseguirían su objetivo; y por otro lado, porque obtendrían un beneficio económico -cobrándoselo tal vez en droga, apunto yo- con la venta de explosivos».

Nada de esto va a quedar demostrado ni hoy, ni mañana, ni el día de la sentencia. Pero con tantas vías y pistas abiertas, la investigación seguirá adelante. Tendría gracia -si no se tratara de algo tan trágico- que un día se comprobara que las dos primeras personas en intuir lo sucedido, o al menos en contárselo a Zapatero, hubiéramos sido Felipe González y yo.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.