La jueza murió: descanse en poder

Una imagen de la juez Ruth Bader Ginsburg sobre la leyenda "Descanse en poder", desplegada en la Corte Suprema de Nueva York.ANDREW KELLY / Reuters
Una imagen de la juez Ruth Bader Ginsburg sobre la leyenda "Descanse en poder", desplegada en la Corte Suprema de Nueva York.ANDREW KELLY / Reuters

La jueza murió. Ruth Bader Ginsburg era una jueza de la suprema corte de los Estados Unidos y su muerte fue anunciada en todos los rincones del mundo. La escalera de la corte se llenó de flores, las luces de Manhattan en Nueva York tornaron azules el día siguiente de la muerte. Una imagen de la jueza fue proyectada en la fachada del edificio de la Corte Suprema del Estado de Nueva York con la frase “Descanse en Poder”. La muerte de la jueza fue llorada en luto público —un evento que raras veces es concedido a las mujeres en el poder. Y no solo porque somos raras en la cumbre de los espacios de poder, sino principalmente por lo que la jueza Ginsburg representaba para la igualdad de género en los Estados Unidos y sus efectos en el sur Global. Ella era un voto y un cuerpo disidente al poder patriarcal y, por ser tan única, resistió a la llegada de la muerte: “mi deseo más intenso es que no sea substituida hasta que un nuevo presidente asuma el cargo”.

Cuando fue interrogada sobre cuántas juezas serían suficientes en la Suprema Corte de los Estados Unidos ella dijo “cuando hayan nueve”. Hubo sorpresa en la respuesta, pero la jueza explicó, “ya hubo nueve hombres, y nadie nunca cuestionó eso”. Es así que el patriarcado racista se mueve: naturaliza los paisajes del poder, conforma incluso nuestra indignación, pues reduce la capacidad de imaginación sobre otras formas de vida en el común ejercicio del poder en una democracia. En Brasil, apenas tres mujeres han sido ministras del Supremo Tribunal Federal, dos de ellas aún hoy en la corte, ninguna de ellas negra. La primera de ellas en la historia, la ministra Ellen Gracie, vivió un espectáculo de horrores al ser cuestionada en el Senado Federal sobre lo que debería ser conocimiento jurídico. Los diálogos se remontan a 2006, un tiempo que no nos conforta por la distancia de la historia:

“Mi voto aún lleva en consideración la belleza y el encanto. Así, voto con mucho placer”.

“Como ginecólogo, aprendí a lidiar de cerca con las mujeres, a entender muy profundamente la sensibilidad femenina”.

“La señora no vino a ser cuestionada, vino a ser homenajeada”.

Las mujeres son raras en las cortes. Según datos del Centro por la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL), somos apenas 17% en las cortes internacionales. La Corte Interamericana de Derechos Humanos (IDH) recibió la primera mujer jueza en el 2016. En América Latina, apenas 30% de las cortes superiores o supremas son ocupadas por mujeres. Muchos países de la región tuvieron las primeras mujeres en los últimos veinte años, como fue el caso de Brasil, Chile o Colombia. Como ocurrió con la jueza Ginsburg en los Estados Unidos, también fue necesario que las mujeres llegasen a lo más alto de la carrera jurídica para que las medidas de combate a la discriminación de género fuese parte de las cuestiones judiciales en las cortes — Chile fue uno de esos ejemplos con la ministra Andrea Muñoz, quien lideró un protocolo y una campaña de enfrentamiento al acoso sexual en el poder judicial. Recientemente, la jueza Gloria Ortiz, la primera mujer a ocupar la presidencia de la Corte Constitucional de Colombia, denunció casos de acoso y discriminación contra mujeres en el tribunal.

En esa escasez global de mujeres como autoridades jurídicas, la jueza Ginsburg hará aún más falta. Su voz era más que la de las métricas de representatividad de género: ella partía de una conciencia de género y sus efectos perversos para la igualdad democrática, pero también poseía un plan pedagógico soportable al patriarcado. Se describía como el voto disidente. La expresión no debe ser tomada como un caso aislado de la corte de los Estados Unidos. Una investigación conducida por la Fundación Getúlio Vargas en Brasil mostró que los ministros del Supremo Tribunal Federal divergen 20% más cuando las relatoras de los votos son las ministras. El estudio analizó una década y más de mil procesos. Hay una variable aún más delicada para demostrar cómo se mueve la retórica de la divergencia por las desigualdades de género en las cortes: cuando el juzgamiento está en plenaria, o sea, con todos los ministros juntos, el índice de divergencia a los votos de las ministras es aún mayor, 37%. O sea, cuando hay performance pública, la masculinidad se vuelve aún más feroz contra las mujeres y sus causas.

La jueza Ginsburg decía que “a medida que las mujeres alcanzan el poder, las barreras caen”. Vimos que tanto las barreras impuestas por la pandemia de covid-19 fueron enfrentadas con mayor sensibilidad de género por países liderados por mujeres y por gobiernos con compromiso feminista. Varios estudios realizados en los Estados Unidos ya mostraron cómo las juezas fueron las voces favorables a casos de acoso sexual, discriminación de género, abuso policial e igualdad LGBTQI. La transformación política exige la presencia de mujeres con conciencia feminista en la política, en espacios de poder democrático, representativos o no, como es el poder Judicial. Debido a la configuración de los modelos republicanos de América Latina, en particular entre países que vivieron años de dictaduras militares, la asunción de las cortes como espacios de disputa para los derechos de las mujeres y grupos subrepresentados es aún reciente, pero de fundamental importancia. Cambios recientes en la legislación del aborto, violencia contra las mujeres o derechos sexuales pasaron por las cortes. Es exactamente en este momento político de encantamiento de las cortes para el feminismo en América Latina que el legado de Ginsburg será duradero.

Debora Diniz es brasileña, antropóloga, investigadora de la Universidad de Brown. Giselle Carino es argentina, politóloga, directora de la IPPF/WHR.

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