La juventud desconectada de África

La juventud desconectada de África

Con casi el 60% de su población menor de 25 años, África es el continente más joven del planeta. Y, sin embargo, se reconoce ampliamente que los jóvenes suelen quedar a la zaga. A menudo enfrentan oportunidades económicas inadecuadas y pueden sufrir exclusión social o política. A menos que se aborde el problema de la participación política y socioeconómica de la juventud, será imposible alcanzar varios de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas.

Cuando los jóvenes participan en sus sociedades, economías y las vidas políticas de sus sociedades, no solo son más productivos, sino que también contribuyen a la estabilidad y al desarrollo de sus comunidades y países. Esto es tanto más cierto en un continente donde para el año 2050 habrá más de 830 millones de jóvenes.

Sin embargo, en la actualidad la edad mediana de los líderes africanos es 62 años, mayor que la mediana de la OCDE. En las últimas elecciones generales de Sudáfrica, celebradas en mayo pasado, un 46% de los nueve millones de votantes elegibles que no se registró tenía entre 20 y 29 años, según datos de la Comisión Electoral Independiente.

Más todavía, los jóvenes representan el 60% de los desempleados africanos. En África del Norte, la tasa de desempleo juvenil es en promedio de un 25%. Y si bien la tasa es menor en el África sub-sahariana, eso se debe en gran medida a que no incluye la gran cantidad de jóvenes trabajadores que tienen empleos vulnerables o están subempleados en sectores informales.

El Centro para África del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se ha propuesto cambiar esta situación, permitiendo así la promoción de la misión básica de los ODS de no dejar a nadie atrás. Por ello, hemos estado desarrollando un índice de falta de compromiso socioeconómico y político de los jóvenes (SPDI), compuesto por diez indicadores igualmente ponderados, desde el nivel educacional hasta el ingreso en efectivo, pasando por la votación en elecciones o incluso la participación en protestas o manifestaciones.

El índice, que utiliza datos combinados de las encuestas del Afrobarómetro, cubre en la actualidad 12 países: Botsuana, Ghana, Lesoto, Malaui, Mali, Namibia, Nigeria, Sudáfrica, Uganda, Tanzania, Zambia y Zimbabue. Y ya ofrece al menos tres mensajes amplios que deberían guiar la definición de políticas.

El primero es que la ampliación de las libertades económicas, sociales y políticas puede alentar la participación juvenil. Desde 2011 a 2016, la proporción de jóvenes desencantados en los 12 países cayó significativamente –del 12% al 6%, en promedio- y la cantidad de indicadores de los cuales estaban desencantados se redujo de cuatro a tres. Son aumentos fuertemente relacionados con las mejoras en las libertades.

Por ejemplo, en Mali la participación juvenil tuvo sus mayores alzas en 2001, 2005 y 2008, durante un periodo de 12 años en que la Freedom House clasificó al país como “libre” en términos de derechos políticos y libertades civiles. En 2012, cuando el país bajó a “sin libertad”, la participación declinó en un 7%. El país recuperó ese 7% en 2016, tres años después de ser categorizado como “parcialmente libre”.

Pero la falta de libertad no es el único impedimento para la participación política y socioeconómica entre los jóvenes. La permanente inhabilidad de los países africanos para desarrollar economías diversificadas y sólidas que estén protegidas contra la volatilidad de los productos básicos también limita el progreso. Ese es el segundo mensaje del SPDI.

Después de que Malaui lanzara sus primeras operaciones mineras comerciales, la proporción de jóvenes desencantados cayó desde un 68% en 2008 a un 45% en 2012. Pero en 2014, las operaciones mineras se suspendieron en respuesta al declive de los precios globales del uranio, y el desencanto juvenil volvió a aumentar, llegando a un 65% en 2016.

En general, y este es el tercer mensaje del SPDI, si bien se están haciendo avances en fomentar la participación política y socioeconómica de los jóvenes, no está ocurriendo con la rapidez suficiente. La proporción de jóvenes africanos que no están empleados, capacitándose o en formación (los llamados NEET, por sus siglas en inglés) se redujo en solo un 7% desde 2005 a 2016, año en el que casi la mitad (47%) se mantuvo inactiva. A este ritmo, tomaría al menos 40 años para que los 12 países indexados por el SPDI alcancen siquiera la proporción de los NEET.

En la práctica, esto afectaría gravemente el ODS8: “Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”, y ello obstaculizaría el avance hacia otros objetivos, desde el ODS1 (“poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”) al ODS16 (“promover sociedades, justas, pacíficas e inclusivas, provisión de acceso a la justicia para todos y para la construcción de instituciones efectivas y responsables en todos los niveles.”)

Es más, es probable que la falta continua de participación de los jóvenes alimente la inestabilidad social y política. Según el Banco Mundial, el 40% de quienes se unen a movimientos de rebelión lo hacen por carencias de oportunidades económicas.

Para los gobiernos africanos, así como para sus socios extranjeros, es de la máxima importancia elevar la participación política y socioeconómica de la gente joven. El SPDI puede ayudar a guiar sus medidas, mostrándoles quiénes exactamente están quedando atrás y dando herramientas a los actores relevantes para monitorear los avances y ajustar sus estrategias según ello.

Hasta ahora, el mensaje del SPDI es claro. Si bien África se encamina en la dirección correcta, lo hace con demasiada lentitud. Para que el continente pueda cosechar su curva de juventud, en lugar de quedar encerrado en ella, es preciso desmantelar con urgencia las barreras al avance sobre la participación juvenil, desde la excesiva dependencia de los productos básicos hasta la debilidad de las libertades civiles.

George Lwanda, a regional program and policy adviser with the UNDP Africa Center, is a 2018 Asia Global Fellow at Hong Kong University’s Asia Global Institute and an alumnus of the Mo Ibrahim-SOAS University of London Governance for Development in Africa Initiative. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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