La Larga Marcha de Abe

La coalición de gobierno del primer ministro japonés Shinzo Abe decidió “reinterpretar” la constitución japonesa de posguerra. Según su artículo 9, redactado por juristas estadounidenses en 1946, durante la ocupación de los Aliados, Japón renuncia “a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales”. Pero con la nueva interpretación, Japón podría usar la fuerza militar en apoyo de un aliado si la seguridad de Japón se viera amenazada.

Abe optó por reinterpretar la constitución porque modificarla requería la aprobación de dos tercios de la Dieta japonesa. Como la mayoría de los japoneses todavía es alérgica al uso de la fuerza militar, hubiera sido imposible obtener los votos necesarios.

Es casi seguro que esto provocará protestas de China y Corea del Sur contra un resurgimiento del militarismo japonés. Tal vez atendibles, porque Abe es el nieto nacionalista de un ex primer ministro que estuvo en prisión como criminal de guerra y porque rindió tributo público a soldados que murieron peleando para el emperador en la Segunda Guerra Mundial.

La ruptura de Abe con el consenso pacifista japonés es indudable. Pero las circunstancias en las que Japón usaría la fuerza son tan limitadas que para un renacer del militarismo todavía falta un largo trecho. Más preocupante es el efecto sobre la democracia japonesa: no se estila que gobiernos electos cambien el significado de la constitución sin molestarse en obtener apoyo parlamentario.

Como sea, el nacionalismo de Abe es extrañamente contradictorio. El pacifismo constitucional forma parte del orden de posguerra, impuesto por Estados Unidos durante la ocupación y apoyado mayoritariamente por el pueblo japonés, que estaba harto de la guerra. A diferencia de Alemania, Japón no tenía un Hitler o un partido nazi al cual acusar por sus crímenes de guerra. En vez de eso, los reformistas de posguerra creyeron que lo que había que purgar era una forma específica de militarismo japonés, enraizado en la adoración del emperador, la tradición samurai, el “feudalismo” autoritario, etcétera.

Gran parte de los cambios hechos en Japón después de 1945 siguen siendo admirables: democracia, sufragio femenino, reforma de la tierra, libertad de expresión. Pero quitarle a Japón el derecho soberano al uso de la fuerza militar tuvo una importante consecuencia: que su seguridad quedara casi exclusivamente en manos de Estados Unidos, lo que lo dejó reducido a la condición de un estado vasallo. Por eso el objetivo principal de los líderes japoneses de orientación nacionalista, con Nobusuke Kishi (el abuelo de Abe) a la cabeza, ha sido lograr el retorno de Japón a la plena soberanía, mediante la revisión del artículo 9.

Eso era imposible a fines de los cincuenta, cuando Kishi era primer ministro. Los japoneses no estaban listos, y Kishi cargaba con su historial como ministro de municiones durante la guerra. Pero ahora, el sueño de Abe es lograr eso y más todavía. Abe quisiera restaurar algunos aspectos de un Japón anterior, que cayeron en descrédito por la conducta del ejército japonés, como el orgullo patriótico o un papel más central para la institución imperial; incluso, que se revise el historial de guerra de Japón.

De allí sus visitas al santuario de Yasukuni, donde se veneran las almas de soldados imperiales, entre ellos criminales de guerra famosos. Muchos en Asia, e incluso algunos en Japón, ven en esto la señal de un nuevo militarismo. Abe pretende que se lo vea como un intento de restaurar la reputación internacional de Japón como “país normal”. Pero su idea de normalidad todavía no la comparte la mayoría de los japoneses, y mucho menos el resto de los asiáticos.

La contradicción del nacionalismo de Abe es que por mucho que hable de recuperación de la soberanía y de orgullo patriótico, no hizo nada por distanciar a Japón del dominio estadounidense de posguerra. Por el contrario, el objetivo de su reinterpretación de la constitución es que Japón pueda ayudar a Estados Unidos a patrullar Extremo Oriente.

De hecho, más que un deseo de revisar el orden de posguerra, lo que aparentemente guía las acciones de Abe es un temor ampliamente compartido en Japón al creciente dominio regional de China. Basta echar un vistazo a la prensa o a las pilas de libros en las librerías para ver la magnitud del temor de los japoneses. En Tokio nadie habla de otra cosa que de las agresiones chinas en los mares al sur y al este de China.

O sea que en realidad, la reinterpretación de Abe no es ninguna desviación radical respecto del orden de posguerra. La verdad es que el creciente poder de China aumenta la dependencia de Japón respecto de Estados Unidos en materia de seguridad. La principal preocupación de Japón es que Estados Unidos no quiera arriesgarse a una guerra con China por disputas territoriales en el mar de China Oriental. El mayor temor, además del ascenso de China, es un posible declive de Estados Unidos.

La alianza Tokio‑Washington es un incordio para los chinos, que quisieran que Estados Unidos no se interpusiera, para poder ser los actores dominantes de Asia. O al menos es lo que dicen en público. Porque tal vez las posturas de los chinos sean más complejas y menos uniformes de lo que parecen.

De hecho, China se enfrenta a una elección bastante difícil: o aceptar la continuidad de la Pax Americana en Asia por tiempo indeterminado o tener enfrente un Japón provisto de armas nucleares y más independiente. En privado, puede ser que muchos chinos todavía prefieran lo primero.

Parece la solución más estable, pero en la práctica es muy peligrosa. La presencia militar de Estados Unidos todavía impone, sin duda, cierto orden aceptable para la mayoría de las partes; pero también supone el riesgo de que la principal potencia militar del planeta se vea arrastrada a terciar en conflictos regionales de bajo nivel. Y a un siglo de 1914, esta posibilidad debería alarmarnos.

Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance and, most recently, Year Zero: A History of 1945. Traducción: Esteban Flamini.

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