Hace diez años, a Alemania se la consideraba el enfermo de Europa. Su economía no podía salir de la recesión, mientras que el resto de Europa se recuperaba; su tasa de desempleo era superior a la media de la eurozona; mantenía déficits excesivos contrarios a las normas presupuestarias europeas; y su sistema financiero estaba en crisis. Una década después, se ve a Alemania como un modelo que todos los demás deberían imitar. Pero, ¿es así?
Para analizar las lecciones que deja el vuelco de la situación alemana y hasta dónde son aplicables a otros países de la eurozona, hay que distinguir entre lo que es tarea de los gobiernos y lo que aún es responsabilidad de empresas, trabajadores y de la sociedad en su conjunto.
El único ámbito que es claramente responsabilidad estatal es el de las finanzas públicas. En 2003, Alemania tenía un déficit fiscal cercano al 4% del PIB, cifra que tal vez no sea alta según criterios actuales, pero que en aquel momento era superior a la media de la UE. En la actualidad, el presupuesto de Alemania está equilibrado, mientras que el resto de la eurozona mantiene, en su mayor parte, déficits más altos que el que tenía Alemania hace diez años.
El vuelco fiscal alemán se debió en su mayor parte a la reducción del gasto. En 2003, el gasto público general fue igual al 48,5% del PIB, cifra superior a la media de la eurozona. Pero en los cinco años siguientes, el gasto se recortó cinco puntos porcentuales del PIB, de modo que en vísperas de la Gran Recesión comenzada en 2008, la relación gasto/PIB en Alemania era una de las más bajas de Europa.
Pero el gobierno no podía hacer mucho en relación con el problema principal de Alemania, a saber, su visible falta de competitividad. Hoy resulta difícil de imaginar, pero durante los primeros años de vida del euro, la opinión generalizada era que los altos costos salariales hacían de Alemania un país poco competitivo.
Tras la introducción del euro, muchos temieron que al quedar las autoridades imposibilitadas de ajustar el tipo de cambio, el problema de competitividad de Alemania ya no tendría solución. Pero (como ya sabemos) una combinación de restricciones salariales y reformas estructurales dirigidas a mejorar la productividad permitió a Alemania recuperar competitividad (incluso demasiada en opinión de algunos).
En realidad, este análisis es correcto a medias. En cuanto a lo primero, las restricciones salariales fueron fundamentales, pero no fueron obra del gobierno. Lo que obligó a los trabajadores a aceptar salarios más bajos y jornadas laborales más extensas fue la persistencia de una alta tasa de desempleo (al mismo tiempo que los países de la periferia experimentaban un auge y sus salarios aumentaban a un ritmo del 2 o el 3% anual).
En cuanto a lo segundo, si bien es cierto que hace más o menos una década el gobierno alemán implementó importantes reformas del mercado laboral, no parece que esas medidas hayan influido en la productividad. Todos los datos disponibles muestran que a lo largo de los últimos diez años, el ritmo de crecimiento de la productividad alemana fue uno de los más bajos de Europa.
Esto no debería sorprendernos, dada la falta absoluta de reformas en el sector servicios, que muchos consideran excesivamente regulado y protegido. En el sector fabril hubo un ligero aumento de la productividad, debido a la intensa competencia internacional, pero incluso en Alemania, el sector servicios sigue siendo el doble de grande que la industria.
De modo que para generar aumentos de productividad significativos en la economía alemana se necesitarían profundas reformas del sector servicios. Sin embargo, eso no ocurrió ni siquiera en 2003, porque toda la atención estaba puesta en la competitividad internacional y en el área industrial.
Aún así, el modelo alemán contiene algunas lecciones que pueden ser útiles para los países periféricos de la eurozona que están en problemas. Una es que para lograr la consolidación fiscal a largo plazo es necesario en primer lugar restringir el gasto público; y otra es que, con el tiempo, las reformas del mercado laboral pueden sacar del desempleo a grupos marginales.
Pero el desafío más grande que enfrentan países como Italia o España sigue siendo la competitividad. La periferia no podrá volver a crecer a menos que logre aumentar sus exportaciones. Aunque las tasas de desempleo extremadamente altas ya están provocando una caída de los salarios, esta salida es la más dolorosa y genera una intensa inestabilidad social y política. Un modo mucho mejor de reducir los costos laborales sería aumentar la productividad, y en ese sentido, Alemania no sirve de modelo.
Afortunadamente, la presión de los acreedores está obligando a algunos países de la periferia a encarar reformas drásticas no solo del mercado laboral, sino también del sector servicios. Estas reformas son el principal motivo para ser optimistas, incluso aunque al principio se implementen a la fuerza. Con el tiempo, fomentarán la productividad y la flexibilidad, y es de esperar que los países que las implementen a conciencia se volverán más competitivos.
La lección más importante que puede extraerse de la inversión de papeles que hubo en la eurozona en los últimos diez años es que no hay que extrapolar a partir de las dificultades del momento. Algunos países periféricos han emprendido reformas mucho más profundas que las que encaró Alemania hace una década, y es posible que los que perseveren por esta senda terminen siendo más eficientes y competitivos.
Los que no lo hagan (e Italia parece ir en esa dirección) quedarán atrapados por mucho tiempo en una trampa de bajo crecimiento (y la actual primacía de Alemania tampoco está garantizada para siempre). De hecho, es muy difícil prever dónde estará cada uno de los países de aquí a diez años: el orden de precedencia dentro de la economía europea puede cambiar de un día para el otro.
Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance. Traducción: Esteban Flamini.