La lección del doctor Fajardo

Sergio Fajardo, matemático, profesor, exalcalde de Medellín y autoproclamado político de centro, debe apelar a la polarización para pasar a la segunda vuelta y encontrar una posibilidad en el voto en contra del poder establecido.
Sergio Fajardo, matemático, profesor, exalcalde de Medellín y autoproclamado político de centro, debe apelar a la polarización para pasar a la segunda vuelta y encontrar una posibilidad en el voto en contra del poder establecido.

Se había levantado a las cuatro de la mañana en su casa de Medellín para tomar un avión a las seis y llegar a Bogotá a las siete y tantas, pero ahora —nueve menos cuarto— el doctor Sergio Fajardo se ve fresco, risueño, dispuesto a saludar y sonreír a quien se le cruce en el pasillo del canal. En el estudio del programa La tele letal lo esperan dos presentadores graciositos para torearlo con preguntas patinosas; el doctor juega el juego, se ríe, habla de fútbol y demás deportes —“no, debo decir que nunca le he mirado las nalgas a Duque ni a ningún otro candidato”—, y demuestra o quiere demostrar que no es solemne, pero un par de veces para la pelota:

—Yo soy un matemático.

Dice, cuando quiere marcar las diferencias. O si no, que fue alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia, que tiene dieciocho años y medio de experiencia: que está adentro pero está afuera, o viceversa.

—Soy profesor y me siento orgulloso, aunque nuestra sociedad no nos valora. Pero los maestros tenemos ciertas habilidades: entre ellas, sacar lo mejor de cada persona. Por eso yo voy a liderar un gran proyecto de cultura ciudadana en Colombia para acabar con la fragmentación que vivimos: nunca hemos tenido un proyecto conjunto de país. Nos ha unido la rabia con la corrupción o el miedo con el narcotráfico o la violencia, pero nunca nos ha unido algo positivo.

Los graciosos se callan, lo dejan hablar; el doctor se entusiasma:

—El Proceso de Paz con las Farc fue la gran oportunidad perdida: tendría que haber sido el momento de unirnos y terminamos más divididos de lo que estábamos. Pero ahora sí lo vamos a hacer. Vamos a apostarle a la decencia y a la educación y yo voy a liderar ese proyecto: voy a ser el primer profesor presidente en la historia de Colombia.

El primer profesor nació en Medellín hace 61 años, se educó en un colegio de curas, estudió matemáticas en Bogotá, se doctoró en Wisconsin, se hizo con una cátedra. Ya tenía 43 y una carrera cuando se cansó de decir “Hay que hacer algo”, y decidió intentarlo. Un grupo de amigos entusiastas, militantes sin partido, lo postuló para la alcaldía de Medellín; perdieron. Cuatro años después lo intentaron de nuevo y lo lograron.

El doctor se hizo cargo de una ciudad en llamas, unos cien asesinatos por año cada 100.000 habitantes y en tres años los redujo a una tercera parte. Para eso la construcción de escuelas y bibliotecas, la educación y la cultura, tuvieron un papel decisivo, que hizo de Medellín un modelo imitado. El doctor se volvió una figura. Así que en 2010 quiso ser presidente, pero no ganó las internas de su coalición y en 2011 fue elegido gobernador de Antioquia, su región. Y ahora es candidato en una de las elecciones presidenciales más imprevisibles de la historia colombiana.

‘Cuando sea presidente’

El programa de televisión se ha vuelto muy bizarro, con un payaso que hace de político y hace chistes pesados. El doctor sonríe, simula divertirse, pero no muy bien. Más tarde, ante un jugo de mandarina y una galleta de chocolate en un café de Bogotá, le diré que su paciencia me pareció admirable.

—No es natural, es adquirida. Yo soy una persona impaciente, he tenido que trabajarlo mucho. Si no, no puedes dedicarte a esto.

—¿Y cómo se te ocurrió dedicarte a esto? Convengamos en que es algo que se le ocurre a muy poca gente.

—Yo nunca pensé ser presidente. Pero tampoco había pensado ser alcalde ni gobernador. Y nos metimos, decidimos que ya estaba bien de hablar y esperar que otros hicieran. Nunca había estado en una campaña política, así que tuve que construirme una nueva vida, casi desde cero, y me fui encontrando con mucha gente que tenía las mismas inquietudes, que quería hacer cosas.

—Sí, hay mucha gente que quiere hacer cosas y entonces se mete en un grupo, una oenegé, un partido. Pero hay muy poca gente que dice “quiero ser presidente”. No parece del todo razonable.

—Es un camino largo. Lo extraordinario fue el primer paso: decidir que quería ser alcalde, hacer campaña, perder, volver a hacerla, ganar. Eso sí fue un gran cambio; después lo demás parecen consecuencias lógicas.

–Es como la rana a la que le van calentando el agua poco a poco y cuando quiere darse cuenta ya está hirviendo.

–Algo así.

Dice, y se sonríe, y le pregunto si no se mira a veces como de lejos y piensa “Qué delirio”.

—Sí, a veces pienso que esto es muy increíble, muy extraordinario. Me dicen arrogante y soberbio, pero en el fondo no me tomo muy en serio muchas cosas. Yo hago seriamente las cosas, disciplinado, trabajando; esto no es mamar gallo. Pero tengo ese humor negro, que no se ve, que me lo aplico sobre todo a mí. Y esta vez ya he dicho algo que en la política no dice nadie: que es la última campaña que hago en mi vida. Apenas termine la presidencia lo que quiero ser es rector de una universidad.

—Uy, ahí sí que se pelean por el poder en serio, no como estos con los que juegas ahora.

Le digo y se sonríe, pero lo que me impresiona es la fórmula: “Apenas termine la presidencia”, dice, cuando tiene solo algunas posibilidades de empezarla. Un candidato debe falsear los tiempos: no puede decir “Si yo soy presidente”, debe decir “Cuando yo sea presidente”; no puede decir “Quiero hacer tal cosa”, debe decir “Voy a hacer tal cosa”.

—¿Ustedes no pueden decir que quizás no consigan lo que quieren, no?

—Es imposible.

Dice, y se queda pensando con media sonrisa, la que le sale cuando todavía no sabe bien cómo seguir.

—Pero además tienes que estar convencido de que vas a ganar. Si no, se te cruzan los cables. Al que va a perder ya se le ve desde el principio.

Quizás esta vez no esté tan claro. Hace un año, el candidato ¿de derecha? Germán Vargas Lleras, exvicepresidente de Santos, lideraba todas las encuestas. Hace tres meses, el candidato ¿de centro? Sergio Fajardo iba en punta. Hace una semana, el candidato uribista Iván Duque le llevaba diez puntos al segundo, el candidato ¿populista? Gustavo Petro. La campaña presidencial colombiana es una montaña rusa de votantes indecisos y agitados, o las encuestas colombianas son más mágicas que realistas. A 38 días de la primera vuelta, todo parece posible todavía.

La política del siglo XXI

Quizás estos vaivenes no son producto de la confusión, sino del rechazo: una encuesta de Gallup mostró que más del 80 por ciento de los colombianos repudia los partidos tradicionales. Así que todos, incluidos los políticos más tradicionales, se pelean por demostrar que no lo son. El doctor dice que su forma de gobernar también es diferente: que consiste en dialogar con los legisladores y otros interesados, conocerlos, respetarlos, convencerlos de que vale la pena secundar sus proyectos.

—Porque ganar la elección significa que esos proyectos tienen apoyo de la ciudadanía y por eso los legisladores de los demás partidos van a apoyarlos sin que haya que darles a cambio puestos ni contratos, que es el sistema habitual. Nosotros queremos debatir las cosas, no negociarlas. Es una gran ruptura con las formas actuales de hacer política.

—Suena un poco idílico.

—Van dos. Lo hicimos en Medellín y en Antioquia. Y funcionó, y eso es lo que nosotros representamos y por eso nos van a votar.

Fajardo es guapo —una buena sonrisa, mucho pelo enrulado, los huesos de la cara muy marcados— y se lo han dicho tanto. En un país donde muchos hombres —y sobre todo los públicos— se avejentan para hacerse presentables, sigue vistiéndose con el Levi’s 501 azul y la camisa arremangada con que debe haber pasado la mayor parte de su vida. Esta es blanca con rayitas azules. Ya es mediodía; camina por la calle buscando que lo miren: intenta saludar, sonreír, hablar con todos. Muchos le contestan, lo alientan, le piden una foto.

–Pero uno imagina que el poder real tiene mecanismos para evitar que un sistema tan democrático los afecte, ¿no?

Le digo y me mira, gana tiempo. Entonces dice algo vago sobre el espíritu de transformar la ciudadanía y esas cosas; lo interrumpo:

—¿No crees que si esas medidas consensuadas afectan a ciertos intereses se ponen en marcha mecanismos para impedirlo, que incluyen a los partidos, los bancos, los medios…?

—Puede ser, pero la fórmula es la misma: transparencia. Vamos a discutir, vamos a ir al debate público. Y yo creo que muchos dentro de los partidos son conscientes del rechazo que hay y les interesa trabajar de forma transparente para ver si lo cambian.

—¿Tú representas ese rechazo, la antipolítica?

—Pues esa es la expresión que se usa, antipolítica. Pero estamos en política y yo soy un político. Nosotros hablamos de la otra política, la política del siglo XXI. No se puede condenar la política en general porque te quedas sin instrumentos de cambio. Lo que hacemos es condenar esa política asociada con el clientelismo, que es la forma de llevar la corrupción al poder. Ese es el malestar de la ciudadanía.

—¿O sea que querrían transformar esa condena de la política en la búsqueda de otra política?

—Exacto, tramitarlo dentro de la política pero de otra forma. Entre nosotros hay personas que han gobernado ciudades y departamentos importantes. Pero aquí vamos por el gobierno nacional. Es la batalla final: por eso se va a juntar contra nosotros todo el establecimiento. Iván Duque representa esa estructura política tradicional, dieciséis años de gobierno: el presidente Santos ganó las elecciones porque era de Uribe y ahora Duque también viene de la mano de Uribe.

Sergio Fajardo suele decir que no es de izquierda ni de derecha y que esa clasificación pertenece a la vieja política; a veces se define como “independiente”. Pero sus enemigos de derecha dicen que se ha ido a la izquierda y viceversa. Viceversa es una palabra que se le cruza mucho.

—Dices que ustedes están contra el establecimiento, ese entramado de partidos, personajes e intereses. ¿Qué papel juega en esta pelea el establecimiento económico, el poder en serio? Porque ellos funcionan desde siempre con esta política…

–Eso tiene que ver con nuestra historia, con cómo nos gobernaron. Cuando las reglas son claras, cuando hay transparencia, cuando todo se hace público, la confianza…

Dice el doctor, se lanza a la retórica. Le digo que la hagamos más simple:

—¿Los grandes poderes económicos prefieren que siga el establecimiento político tal como está o tienen algún interés en que ustedes lo remplacen?

—Creo que hay una parte de los poderes económicos que prefiere el statu quo, el que han tenido toda la vida. Pero algunos entienden la naturaleza de lo que está pasando en Colombia, la indignación ciudadana que hay en todo el país y creo que algunos estarán con nosotros. Digo conmigo, no con Petro, quien es la amenaza al establecimiento en todas sus formas. Lo que yo represento para muchos genera confianza…

—¿Ustedes serían una forma confiable de canalizar el descontento?

—Sí, eso está bien dicho.

Más eslóganes

El trabajo del candidato en campaña consiste en aprovechar cada ocasión para decir las cuatro o cinco cosas que ha decidido decir en cada ocasión: sus temas de campaña. Estamos en una radio muy escuchada; la periodista le pregunta sobre un exabrupto de Claudia López, su candidata a vicepresidenta y quien lo acompaña en la estación, y el doctor dice que quizás “se le saltó la piedra”; es decir: perdió los estribos. La periodista ve la oportunidad y le pregunta que a él qué le hace saltar la piedra. Fajardo se lanza a lo suyo:

—La corrupción, ese mundo de ilegalidad y de trampa que hay detrás de la política. Ese mundo me fastidia profundamente. Pero bueno, por eso es que les vamos a ganar. Por eso es que estamos en política, para derrotarlos y llegar al poder a transformar la sociedad.

Es duro seguir a un candidato: se empiezan a acumular los estribillos, las frases dichas y redichas.

—En Colombia se llenó la taza. O, dicho de una forma que me da un poco de pudor: Colombia está mamada, remamada de esa política. Ahí están, son todos lo mismo, tienen las mismas raíces, se juntan para repartirse el poder. Y nosotros los vamos a derrotar, porque eso es lo que no queremos más en nuestro país.

Dice, casi intenso. Todavía en la radio, su compañera de fórmula apunta:

—En la segunda vuelta, cuando Sergio Fajardo se enfrente a cualquiera que pase, va a ser una elección de Colombia contra la clase política, porque toda la clase política termina uniéndose, ahí no hay lealtades de ningún tipo, ellos solamente van por la plata y los contratos.

López es pequeña y enérgica, enfática: algunos le reprochan que lo sea demasiado, otros dicen que equilibra la paciencia de Fajardo.

–Me dicen que soy tibio, que soy gaseoso porque me pongo a explicar cada cosa, pero cada uno tiene su identidad, y si yo tengo la propuesta que tengo es porque soy este que soy.

Dirá después el doctor, otro café. En su equipo de campaña hay quienes le insisten en que sea más agresivo y menos doctoral: más eslóganes y menos desarrollo. Pero él dice que no puede ser lo que no es. Y no es un orador de barricada: no tiene ese énfasis repetitivo que suele pasar por elocuencia. Muchos dicen que los votos se consiguen con esos trucos de feria, y quizás sea cierto. Si él los consigue con su cadencia y sus explicaciones será una diferencia. Es un punto: que si gana Duque o Vargas Lleras será más de lo mismo; que si gana Fajardo será que hay cosas que han cambiado en Colombia.

El estoicismo del doctor

—La educación deberá dar oportunidades a todos. No puede ser que el origen social determine qué tan lejos puede llegar una persona; tenemos que darles a todos el equipaje para desarrollarse plenamente.

Dice ahora el doctor. Ya son más de las seis y estamos en una universidad de clase media bogotana: muchos cientos de muchachos reunidos para escucharlo. Lleva catorce horas en la brecha: la camisa se le ha ido arrugando; la voz no, ni las ganas. Le hacen preguntas y él explica que prevé reactivar la economía con grandes trabajos de infraestructura, carreteras, riegos, energía, que servirán para crear empleo y mejorar la producción agraria. Y que votó por el sí en el Proceso de Paz y volvería a votarlo, pero que el gobierno está en deuda, que no ha llegado a esos territorios donde las Farc eran el Estado. Los muchachos tienen carteles contra la corrupción, por la decencia. Un estudiante le pregunta por el tema. El doctor, feliz de contestar:

—Algunos candidatos proponen que se hagan más leyes contra la corrupción. Cuando el fiscal anticorrupción de Colombia es capturado por corrupto, ¿les parece que el problema es la falta de leyes? Es un problema ético de entender lo público: por qué llegamos al poder y cómo lo ejercemos. Por supuesto que necesitamos leyes, pero lo que más necesitamos es respetarlas. Y el problema ético está claro: en la forma en que se llega al poder, así se gobierna. No duden ni por un segundo que los que pagan para llegar, llegan para robar.

Dice, y hace la pausa apropiada y lo aplauden: es un momento eslogan y funciona.

—Entonces el primer paso en la lucha contra la corrupción es participar y votar y escoger personas honestas. Nosotros nunca hemos pagado un peso por un voto ni un puesto para un concejal o un diputado, entonces cuando llegamos podemos gobernar con transparencia. Y así ya avanzamos profundamente en la lucha contra la corrupción. Por eso los invito a que participen, a que voten. Se suele decir que los jóvenes en Colombia se entusiasman pero que después no votan. Hay que votar y si me permiten, una última recomendación: voten por mí. ¡Somos la opción política que es capaz de cambiar la política y unir a Colombia! ¡Muchas gracias!

La sala aplaude, grita. Después viene media hora de saludos, firmas, fotos. El doctor la soporta con estoicismo —e, incluso una sonrisa, cierta apariencia de placer—.

La única chance

Falta poco y nada está jugado: las encuestas no son fiables. En 2010, por ejemplo, Antanas Mockus, otro matemático que había sido alcalde de Bogotá, se presentó contra Juan Manuel Santos, el candidato del todavía presidente Álvaro Uribe. Las últimas estimaciones para la segunda vuelta daban a Mockus —con Fajardo como vicepresidente— el 45 por ciento de la preferencia de voto contra un 40 de Santos. En la primera vuelta Mockus sacó tres millones de votos —un 21 por ciento— y Santos más del doble. La explicación más aceptada fue que Mockus solo tenía a los votantes convencidos —lo que los colombianos llaman voto de opinión, que las encuestas registran mejor— mientras que Santos tenía “la maquinaria”, el aparato de producción de votos de los viejos partidos.

Ahora Fajardo sigue sin tener “la maquinaria”. En un país de clientelismos y aparatos y dineros, su campaña no tiene ni mucho dinero ni mucho aparato ni clientes: ese es su orgullo y su debilidad. No puede llenar la calle de carteles ni las teles de sonrisas ni las radios de canciones, así que va a todos los programas y habla en todos los sitios. Le pregunto si no le resulta difícil tener que pasarse los días diciendo maravillas de sí mismo: venderse a millones de personas.

—Soy retraído, una persona tímida, vengo del mundo de la ciencia. Pero estamos en una competencia y hay que reivindicar lo que hemos hecho.

—Sí, pero es raro estar todo el tiempo diciendo yo soy genial, soy extraordinario…

—Pues no sé si soy genial o extraordinario, pero sí hemos hecho cosas extraordinarias. Los otros no quieren reconocerlas, así que yo tengo que hacerlo. Estamos haciendo política. Y yo no estoy aquí por accidente, sino por un camino recorrido, así que hay que recordarlo siempre.

Tampoco puede contratar encuestas frecuentes que le digan —que pretendan decirle— por dónde van los tiros, qué mensajes funcionan y cuáles no, así que debe navegar a ciegas, basándose en su instinto de camino a la primera vuelta, el 27 de mayo, el último domingo del mes. Parece claro que en estas elecciones no hay lealtades firmes y hay, por lo tanto, millones de indecisos. Fajardo y su gente creen que podrán pescar en ese río revuelto.

—La condición indispensable pero no suficiente para conseguir lo que quieres es seducir a millones de personas. Seducir a una sola ya es complicado. ¿Cómo se piensa la idea de seducir a millones?

—Nosotros aprendimos a hacer política caminando la calle, repartiendo volantes, sin ninguna maquinaria. Para mí el acto político es el momento en que yo le entrego un volante a una persona en la calle. Nunca pienso en millones. Colombia tiene casi cincuenta millones de personas y tengo que seducir a ocho y medio. Pero yo siempre estoy pensando en una persona.

Son casi las nueve de la noche y la policía acaba de detener a Jesús Santrich, un excomandante de las Farc acusado por la DEA de tráfico de drogas. Periodistas lo paran a la salida de su acto y el doctor debe improvisar una respuesta:

—Hay un acuerdo de paz y unas reglas dentro de ese acuerdo. No sé qué ha ocurrido. Lo único que puedo decir es que hay unas reglas y hay que respetarlas, y quien viole las reglas de ese acuerdo debe ser castigado con todo el rigor de la justicia.

Es un estado de alerta permanente: nunca se sabe por dónde van a venir los pelotazos y cualquier resbalón puede ser la caída. El doctor, ahora, come una pechuguita, discute sobre la campaña, está cansado, cree que podrá, no sabe, intenta pensar en otra cosa, no lo logra, duda, confía, duda.

Cada día son dieciocho horas de obsesión y esfuerzos y palabras, de jugarse tanto a cada rato. Mucho dependerá de su capacidad para convencer a millones de que él es la única opción contra la vieja política. Y mucho dependerá, como ha pasado en Colombia durante todo el siglo XXI, del senador Álvaro Uribe. Su candidato, Iván Duque, encabeza las encuestas, pero también hay una buena mitad del país que quiere olvidarlo para siempre: entre ellos, los que temen que desarme el acuerdo de paz, que vuelva la violencia.

Las últimas mediciones que maneja su equipo de campaña le dan un 17 por ciento de frente a un 40 para Duque y un 25 a Petro. Todo dependerá de la segunda vuelta y dicen —algunas encuestas dicen— que si se enfrentara a Gustavo Petro, Iván Duque ganaría seguro; en cambio contra Sergio Fajardo sí podría perder. O sea que la única posibilidad de que no gane Uribe una vez más sería que se topara en la segunda vuelta con Fajardo. En síntesis, la única posibilidad de cambio de régimen es que él pase a la segunda vuelta y produzca la unión sagrada contra el candidato uribista.

Parece, también, su única chance. Pero se diría que no se decide a utilizar demasiado el argumento: es raro que el candidato antipolarización se juegue todo a los efectos de la polarización, que el orador de la unidad dependa del rechazo, que el defensor de una política distinta deba resignarse a pedir el voto útil y viceversa. Algunos de su campaña insisten; lo discuten.

Mientras, ahí afuera, todo pasa tan rápido.

Martín Caparrós es periodista y novelista argentino. Sus libros más recientes son El hambre y Echeverría. Vive en España y es colaborador regular de The New York Times en Español.

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