La lección del martín pescador para afrontar la crisis ecológica

El tren bala japonés emitía un ruido ensordecedor cada vez que salía de un túnel. Un ruido que podía escucharse a 400 metros de distancia y que traía de cabeza a los vecinos que vivían cerca de las vías. Por suerte para ellos, uno de los ingenieros de la compañía ferroviaria japonesa, Eiji Nakatsu, era un ávido pajarero. En una de sus salidas al campo, se fijó en un martín pescador, esa vistosa ave azul eléctrico que custodia nuestros ríos. Es conocida su habilidad para zambullirse y pescar, un proceso en el que llega a alcanzar velocidades de 40 kilómetros hora, midiendo apenas un palmo. Entra en el agua casi sin salpicar. Ese detalle fue clave para Nakatsu: inspirándose en la aerodinámica de su pico, ideó una nueva parte frontal del tren que redujo el ruido hasta límites asumibles, mejoró la velocidad y aumentó la eficiencia energética del tren. El diseño se inauguró en 1997.

Si el problema hubiera surgido hoy y no entonces, y si en vez de Japón hubiera ocurrido en Europa, Nakatsu hubiera tenido la mitad de probabilidades de encontrarse con el martín pescador de su diseño. Entre 1998 y 2018, la población española de esta especie ha bajado un 50%, y el declive es generalizado en todo el continente europeo. El 70% de los juveniles no sobreviven al primer año. Son datos del Libro rojo de las aves de España, coordinado por SEO/BirdLife, que coloca al martín pescador común en la categoría de “en peligro de extinción”.

Aunque nos cueste mucho más encontrarlo en las riberas, conviene seguir el ejemplo de Nakatsu y prestar atención a lo que le está pasando al martín pescador común.

Según los expertos, su declive —no lo olvidemos, estamos hablando de que han desaparecido la mitad de los ejemplares en apenas 20 años— se debe, entre otras cuestiones, al mal estado de los ríos, degradados, tremendamente intervenidos por infraestructuras que reducen su caudal y mermados de peces autóctonos. La contaminación del agua, tanto química como biológica, también supone una amenaza para su supervivencia. Esta contaminación se deriva, fundamentalmente, de vertidos de origen industrial, agrícola o residencial, y de basura abandonada en la naturaleza: se han detectado microplásticos en el material que regurgitan y metales pesados o bifenilos policlorados, productos químicos industriales prohibidos a finales de los 70, en los tejidos de su cuerpo. Además, parece afectarle el cambio climático, sobre todo por el aumento de la frecuencia de eventos climáticos extremos como olas de calor, sequías y lluvias torrenciales, que pueden diezmar sus poblaciones.

De forma silenciosa, y un tanto silenciada, el martín pescador común nos está mostrando algunas de las causas de la crisis ecológica, sin precedentes, en la que estamos sumergidos. Y nos deja clara la consecuencia: peor salud y más mortalidad.

Siguiendo los pasos del ingeniero pajarero japonés, quizá podemos inspirar algunas de las soluciones para mejorar su situación y, de paso, la nuestra: restaurar los hábitats degradados; proteger los espacios de alto valor ecológico; acabar con las fuentes de contaminación; fomentar energías limpias y ahorro energético para afrontar el cambio climático; o apostar de forma decidida por modelos agrícolas buenos para el campo, para la gente del campo, y para nuestra salud. La lista de tareas puede resultar extensa y algunas de las soluciones pueden parecer inabarcables, pero la buena noticia es que todas pueden activarse hoy mismo. Contamos con un sólido diagnóstico, cincelado durante años por la comunidad científica, tenemos a nuestra disposición más y mejor tecnología que nunca, y, si atendemos a las encuestas, somos una sociedad consciente y comprometida con abordar la crisis ecológica de una vez por todas porque sabemos que de ello depende nuestra salud.

Entonces, ¿qué nos retiene? Probablemente, como al tren bala, el ruido. El ruido que generan determinadas grandes industrias, que ven a perder posiciones hegemónicas de un mundo que ya no quiere ni puede ser fósil; el ruido de determinadas corrientes ideológicas que adornan sus discursos con negacionismo climático para crearse una simpática imagen de rebeldía y ganarse unos votos; el ruido, disfrazado de defensa de ciertos valores y morales, con el que se quiere acallar a la gente del campo… En definitiva, todos esos ruidos que dicen querer cambiar las cosas para que todo siga igual, manteniendo un modelo que ha convertido al campo en una suerte de polígono industrial que solo sirve de tienda de comestibles y materias primas, de basurero y de central energética.

Como el zumbido del antiguo tren bala, esos ruidos se oyen a distancia. Y son cada vez más potentes. El problema es que nos estamos acostumbrando a ellos. No lo permitamos. Es el momento de seguir el ejemplo Eiji Nakatsu: atendamos a la naturaleza. Sus soluciones son las nuestras.

Asunción Ruiz es directora ejecutiva de SEO/BirdLife.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *