La legitimidad democrática de las ONG

Por Alvin y Heidi Toffler, sociólogos (EL MUNDO, 10/01/06):

Las informaciones periodísticas de que el presidente ruso Vladimir Putin tiene previsto tomar medidas enérgicas contra las actividades de las organizaciones no gubernamentales (ONG) reviste un significado especial para los todavía miembros de un minúsculo grupo internacional que contribuyó a fundar la primera de ellas en Rusia, el denominado Issyk-kul Forum.

En octubre de 1986 nos encontrábamos en la Unión Soviética para una reunión con un grupo de intelectuales, entre ellos, el dramaturgo Arthur Miller, el actor y autor Peter Ustinov, el poeta francés y ganador del Nobel Claude Simon, el novelista James Baldwin, el escritor soviético Chingiz Aitmatov y Federico Mayor, que llegaría a ser secretario general de la UNESCO.

Después de una semana de debatir acerca de diversos temas intelectuales y culturales, de comer bien y de preguntarnos a qué venía aquella reunión, nuestros anfitriones nos comunicaron que el congreso estaba teniendo tal éxito que debíamos reunirnos de nuevo al año siguiente. Es más, era preciso que firmáramos un manifiesto sin ningún interés en el que se encomendaba a los intelectuales la responsabilidad de preparar al pueblo para los grandes cambios que se avecinaban en el futuro.

Estuvimos de acuerdo en firmarlo con la única condición de que los organizadores añadieran al documento la frase «y, por tanto, hay que tener derecho a debatir y a disentir sin temor». Para sorpresa nuestra (aquella era todavía la Unión Soviética de la represión bajo dirección comunista), los organizadores añadieron nuestra frase sin ponerle un pero, e inmediatamente anunciaron que todos íbamos a salir en avión hacia Moscú para una reunión con el máximo dirigente soviético, Mijail Gorbachov.

El encuentro fue memorable, pero todavía lo fue más el hecho de que se convirtiera en el principal titular de todos los grandes periódicos soviéticos una foto periodística de nuestro encuentro con Gorbachov y el manifiesto en su totalidad, sin que se hubiera suprimido nuestra frase relativa a la libertad de expresión.

Pasamos a ser el Issyk-kul Forum, un nombre tomado de un lago que visitamos en grupo, y ya no volvimos a ser un congreso sino, por insistencia de nuestros anfitriones, una organización permanente que celebraría reuniones cada año, y de hecho así lo volvimos a hacer posteriormente, en España, Suiza y México.

Nosotros, los participantes, no conocíamos de antemano que el objetivo de toda esta operación era demostrar a los ciudadanos de la Unión Soviética que, por primera vez desde la Revolución rusa de 1917, un grupo podía constituirse como organización independiente del Partido Comunista o de un organismo gubernamental, es decir, en una ONG. Tan extraordinaria era la celebración de este congreso que con el tiempo se citaría como el segundo de los hitos dentro del programa general de la Perestroika de Gorbachov, dirigido a transformar el régimen soviético.

Según parece, nadie sabe hoy con exactitud cuántas ONG hay en Rusia. Las cifras varían tremendamente, dependiendo quizás de las diferencias de lo que se entiende por ONG. Un reportaje del The New York Times habla de un total de 450.000 organizaciones de esta naturaleza. La agencia de noticias France Presse informa de 400.000 grupos «activos en el país». El periódico londinense The Times calcula unas 300.000.

Putin está empeñado en dar marcha atrás a muchas de las reformas democratizadoras de Gorbachov. La campaña para llevar un registro y supervisar estrechamente la financiación de las ONG se ha puesto en marcha a raíz de las sublevaciones de Georgia, Ucrania y otras antiguas repúblicas soviéticas en las que ONG occidentales han ayudado a derribar gobiernos que contaban con el apoyo de Rusia.

Las nuevas medidas se justifican, según Putin, en que son necesarias para determinar si ONG extranjeras están implicadas en la financiación de «actividades políticas en Rusia». Sin embargo, no se trata exclusivamente de un tema de dinero. Resulta que, según Nikolai Patrushov, jefe del Servicio Federal de Seguridad de Rusia, algunas ONG son en realidad una tapadera de espías extranjeros. Entre ellas figuran, según ha afirmado este individuo, las ONG Merlin (Internacional de Socorros Médicos de Urgencia), que tiene su sede en el Reino Unido, la Luna Roja Saudí y la Sociedad Kuwaití de Reformas Sociales. La acusación que no se menciona explícitamente, sin embargo, es que la CIA está detrás de ellas.

El detalle chusco de esta denuncia de los rusos, que ha pasado desapercibido en la mayoría de las informaciones periodísticas sobre este tema, es que el propio Putin ha pasado la mayor parte de su vida trabajando como agente de la KGB.

En la actualidad, hasta las ONG más inocentes, ya se dediquen a prestar asistencia sanitaria a los más necesitados, o a la educación, o a la defensa de los derechos de la mujer, están y estarán bajo sospecha, y no sólo de los rusos.

Lo que vemos que está ocurriendo en la actualidad son los primeros pasos de un conflicto de importancia histórica: las ONG ponen en cuestión el papel, los derechos y el poder de naciones y estados.En comparación con el poder creciente de las ONG, la mayoría de los titulares de prensa se refieren cosas sin importancia.Las medidas represivas de Rusia forman parte de una manera de actuar mucho más generalizada. Desde Egipto a Bielorrusia, Uzbekistán y Zimbawe, los gobiernos han endurecido el control de las ONG y hasta han encarcelado a sus responsables, en algunos casos.También China, preocupada por el aumento del malestar interno, ha empezado a apretar las clavijas a las ONG defensoras de la democracia que cuentan con respaldo extranjero.

Sin embargo, los auténticos objetivos de muchos países no son exclusivamente las ONG extranjeras y el dinero que viene del exterior sino sus propios ciudadanos, cada vez con mayores posibilidades de acceder a Internet y de usar teléfonos móviles y otros artilugios de tecnología avanzada, lo que les hace posible intercambiar ideas y recabar apoyo de todos los puntos del planeta. Armados con estos medios, se transforman en ciudadanos menos dependientes de sus propios gobiernos y menos crédulos. Lo peor todavía es que los gobiernos son conscientes de que las ONG están demostrando de manera creciente un poder mayor, no sólo a escala local o nacional sino también a nivel mundial.

Las ONG, según James A. Paul, del Foro de Política Global, encabezaron el triunfal movimiento de 1987 en favor del Protocolo de Montreal sobre las sustancias que reducen la capa de ozono. En los años 90 consiguieron que se prohibiera el empleo de minas contra personas y dejaron sentir su influencia en la política de ONU sobre la pobreza, los intercambios comerciales, los derechos de la mujer y otros temas. El número, el tamaño, los recursos y la influencia de las organizaciones no gubernamentales no han dejado de aumentar en los años transcurridos desde entonces, junto con la diversidad y el ámbito de sus actividades.

A pesar del hecho de que las ONG llevan décadas multiplicándose, sabemos poco de ellas y de la fuerza que tienen. No sólo ignoramos cuántas organizaciones no gubernamentales hay en Rusia sino que tampoco sabemos cuántas hay en total en el mundo.

Una de las razones de la confusión estadística acerca de esta potencia que está ganando tanto terreno es la ausencia de una definición clara y consensuada sobre qué es una ONG y cuáles son sus actividades. En 2003, la ONU las definió como «agrupaciones voluntarias de ciudadanos que, sin ánimo de lucro, se organizan en los ámbitos local, nacional o internacional... impulsadas por personas con intereses comunes».

Otras definiciones hablan de «organizaciones voluntarias privadas» o de «organizaciones de la sociedad civil». Algunas definiciones añaden que deben tener siempre «una misión de defensa» de algo.Algunos economistas las colocan en el denominado «tercer sector», en el que figuran organizaciones voluntarias y grupos sociales que no encajan ni en el sector privado ni en el público y en el que algunos incluyen los hospitales sin ánimo de lucro, los museos y otras instituciones. ¿Tendrían cabida en ese mismo sector las iglesias, las mezquitas y las sinagogas? ¿Y las organizaciones religiosas en general? ¿Es Al Qaeda una ONG?

Muchas ONG muy importantes, aunque estén consideradas como organizaciones no gubernamentales, reciben en realidad sustanciosos fondos de los gobiernos, de quienes obtienen concesiones para realizar servicios para ellos y mantienen otros vínculos con los estados.En el año 2000, grupos de asistencia social como CARE y Oxfam recibieron de fuentes gubernamentales nada menos que el 40% de sus ingresos. Por si no fuera suficiente, muchas de las ONG, si no la inmensa mayoría, también solicitan y aceptan aportaciones de las grandes empresas. Otras, como la American Association of Retired Persons [Asociación Estadounidense de Jubilados], sacan la mayor parte de su financiación de la venta de seguros y servicios a sus miembros.

La línea divisoria, por tanto, entre lo que es y no es una ONG es a veces tan confusa como las estadísticas que hay sobre ellas.¿Son «grupos sociales» o grandes empresas, muy grandes, multinacionales, como Greenpeace?

Todo lo anterior plantea la pregunta más importante de todas.¿En qué medida las ONG tienen legitimidad democrática? El documento del Global Policy Forum citado anteriormente llama la atención sobre el hecho de que «las ONG pueden ser acreedoras de una gran legitimidad, en algunos casos mayor que la de determinadas autoridades nacionales. Por ejemplo, un sondeo de opinión realizado en Alemania descubrió que eran considerablemente más los que respondían que confiaban en una ONG como Greenpeace que aquéllos que afirmaban confiar en el Gobierno federal alemán».

Eso significa que un gobierno salido de unas elecciones conforme a la regla de la mayoría puede ser considerado menos legítimo que una organización con un número de miembros comparativamente pequeño, mucho más pequeño, incluso, si se tiene en cuenta que sólo una minoría de sus miembros vota en las elecciones internas.

La confianza en la mayor parte de los gobiernos y organizaciones internacionales como la ONU o la Organización Mundial del Comercio parece declinar. Ahora bien, ¿qué porcentaje exacto de los seis millones de habitantes del planeta han elegido a Greenpeace para hacer campaña contra los alimentos modificados genéticamente en los países de todo el mundo?

Por otra parte, ¿qué significan hechos así para la democracia si un número cada vez mayor de países elige a sus gobiernos en elecciones supuestamente democráticas (y hay personas que ponen en peligro sus vidas y mueren por defender el derecho a ejercer el voto) al mismo tiempo que los gobiernos elegidos pierden legitimidad en favor de las ONG?

Esta cuestión se ha suscitado en un libro polémico de reciente publicación, obra de Hubert Vedrine, ex ministro de Asuntos Exteriores de Francia. El libro se titula Francia en la era de la globalización y acusa a las ONG de ser minorías con unos «poderes autodesignados» en los que la transparencia brilla por su ausencia. La «sociedad civil» que forman colectivamente es «algo así como una casa de locos» y representa una amenaza al Estado francés.

Las ONG no representan en realidad una amenaza exclusivamente para el estado francés sino para cualquier Estado-nación. Con su actividad sin fronteras, algunas ONG pueden llegar a veces a movilizar una presión muy intensa sobre los estados individualmente considerados, especialmente sobre los más pequeños y los más pobres. En respuesta, los estados-nación, incluidos las más grandes, están reaccionando con la política típica del palo y la zanahoria.Mientras que Rusia, China y otros países están apretando las clavijas a las ONG, EEUU, Europa Occidental y otras naciones no dejan de inyectar dinero en ellas, con frecuencia reduciendo o condicionando de manera sutil la independencia de las organizaciones receptoras.

¿Cómo responderán las ONG a esta lucha mundial por el poder? Si dejamos volar la imaginación podemos verlas formando coaliciones inesperadas, no ya sólo con otras ONG sino también con empresas y naciones con las que tengan intereses coincidentes. Las organizaciones no gubernamentales que trabajan en zonas peligrosas del mundo contratan ya incluso ahora con otras empresas servicios de guardias paramilitares o especialistas para proteger a su personal.

Si los movimientos políticos revolucionarios pudieran incluirse bajo la definición de ONG, habría llegado entonces el día en que éstas, en solitario o en alianzas, facilitaran instrucción a sus propias fuerzas y las desplegaran para tomar el control de zonas remotas, convirtiéndolas en último término en cuasi estados, capaces de monopolizar la violencia, recaudar el equivalente a los impuestos e imponer su ideología y su religión a la población.

En un mundo en el que están desapareciendo muchas instituciones y muchas fronteras, la aspiración de las ONG a la legitimidad y al poder va a figurar entre los acontecimientos más importantes del próximo medio siglo.