La libertad contra el terror

Nicolás Baverez, historiador y economista (ABC, 02/08/05).

Al igual que el siglo XX empezó bajo el signo de la lucha contra la extensión de la civilización liberal y el avance de los nacionalismos que ganaron la partida para iniciar el ciclo de las grandes guerras y de las ideologías, los primeros años del siglo XXI se desarrollan bajo la sombra del enfrentamiento entre la sociedad abierta y el caos geopolítico, cuyo vector es el terrorismo de masas.

Tras los atentados de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, y de Madrid, el 11 de marzo de 2004, los ataques de Londres del 7 de julio de 2005 no conllevan ningún elemento de sorpresa, sino que confirman unas duras realidades. 1) Lejos de estar en regresión, la actividad terrorista no deja de avanzar, tanto en el mundo árabe-musulmán como en los países desarrollados, lo que demuestra el fracaso de la respuesta elegida por la administración de Bush a los atentados de 2001. 2) Lejos de haber quedado a salvo, Europa está en primera línea, ya que es a la vez un importante objetivo político y una zona de reclutamiento privilegiada para el terrorismo, con la conversión al islam radical de jóvenes procedentes de la inmigración dispuestos a transformarse en kamikazes (tanto Francia como el Reino Unido cuentan con entre 10.000 y 15.000 simpatizantes de Al Qaida y alrededor de 600 yihadistas que han combatido en Argelia, en Irak, en Afganistán, en Chechenia o en la anterior República de Yugoslavia). 3) La amenaza terrorista es pertinaz y va a agravarse con los probables intentos de utilización de armas de destrucción masiva contra las metrópolis de los grandes países desarrollados. 4) Desde el momento en que el terrorismo de masas no tiene como objetivo los Estados o las fuerzas armadas sino el ciudadano que se encuentra en el corazón de la democracia, la clave del combate hay que buscarla en las naciones libres, en su capacidad para definir una estrategia eficaz de lucha contra el terrorismo sin debilitar las instituciones de la libertad ni ceder a la dinámica del miedo y del odio.

La novedad del terrorismo de masas no reside ni en su carácter nihilista (la mística de la umma sucede a la del nacionalismo o de la revolución marxista), ni en su carácter ciego ni en el número de víctimas, sino en su autonomización de los estados y su carácter universal. Al Qaida no es una organización paraestatal piramidal y centralizada, sino una nebulosa de grupos y de individuos independientes que comulgan en el odio a Occidente y el culto a la violencia, y que prolifera en el vacío estratégico abierto entre la aceleración de la globalización y la pérdida de eficacia de los estados nacionales. Lejos de ser un instrumento en manos de un régimen, el terrorismo islámico instrumentaliza a los estados, como demostró el Afganistán de los talibanes después de que Arabia Saudí y Pakistán lo sufriesen a sus expensas. Más que buscar conquistas territoriales, pretende alimentar una guerra civil mundial dentro de cada sociedad y de cada nación. A falta de una revolución islámica mundial, combina una oposición frontal a los regímenes moderados del mundo árabe-musulmán con una estrategia indirecta de desestabilización y de división de las democracias, multiplicando los frentes y atacando los símbolos y los mecanismos de la globalización (metrópolis que son ejes de la sociedad abierta, mercados financieros, transporte aéreo y marítimo, turismo). Tocqueville subrayaba que «ninguna gran guerra en un país democrático deja de poner en peligro la libertad». Es obligado señalar que si el terrorismo de masas no constituye por el momento una amenaza directa para la supervivencia de las naciones libres ni para la economía mundial una vez superado el choque de 2001, ejerce con éxito una presión muy fuerte sobre las sociedades democráticas y sobre las libertades en que se fundamentan, incluso en los países que más las respetan.

En el plano jurídico, las necesidades legítimas de seguridad interior han derivado en unas leyes de excepción permanentes y la tolerancia hacia los extremistas ha dejado paso a unas medidas que atentan contra las libertades: la Ley Patriota y la Ley de Seguridad Interior (creación de un departamento de 180.000 personas con un presupuesto de 40.000 millones de dólares) en Estados Unidos; la Ley Antiterrorista británica (2001) y la legalización de la tortura como forma de conseguir pruebas por el Tribunal de Apelación de Londres (2004) en Reino Unido; directivas europeas sobre el blanqueo y la lucha contra el terrorismo que generalizan una cultura de la denuncia que se aplica incluso a los abogados en menoscabo de los derechos de la defensa. En el plano operativo, se han multiplicado las acciones que escapan al Estado de Derecho, desde la base de Guantánamo hasta la cárcel de Abú Ghraib, pasando por los secuestros selectivos o la creación de unidades secretas de información que actúan fuera de todo control. En el plano institucional, los contrapoderes de la democracia estadounidense -ya se trate del Congreso, del poder judicial o de los medios de comunicación- fueron desarmados durante cerca de tres años, desde 2001 hasta la campaña presidencial de 2004. En el plano político, la mezcla explosiva de los sentimientos de vulnerabilidad y de omnipotencia ha provocado el bandazo unilateralista y militarista de EE.UU. que ha legitimado la intervención en Irak; la combinación de ira y miedo el cambio de la mayoría y el giro de la política exterior de España, mientras que en todos los países desarrollados renacían las demandas proteccionistas (control de la inmigración, endurecimiento de las formalidades aduaneras, vigilancia de los intercambios de bienes y de capitales, pausa en la ampliación de la Unión Europea...). En el plano moral, las democracias se encuentran atenazadas, por una parte, por el avance del conservadurismo y la tentación de luchar contra el fundamentalismo mediante el fundamentalismo -véase la influencia creciente de los activistas cristianos en EE.UU.-, y por otra parte, por el desbocamiento de los odios y de las pasiones xenófobas (incluso en sociedades que se pretendían abiertas y multiculturales, como la holandesa).

El terrorismo de masas es sin duda el arma más perfeccionada contra la democracia ya que ataca directamente a los ciudadanos. Sin embargo, no es en absoluto un arma fatal. Obliga a las naciones o a las construcciones político-jurídicas, como la UE, a replantearse profundamente las políticas de seguridad, pero no a renunciar a la libertad o al progreso de la sociedad abierta.

Debido a que el enemigo es multiforme, la estrategia de lucha contra el terrorismo debe ser compleja, desplegándose en todos los frentes y utilizando todos los mecanismos a disposición de las democracias. La noción de guerra contra el terrorismo es reduccionista y equivocada, ya que engloba situaciones muy diferentes: Al Qaida es una multinacional del terror cuyas raíces se encuentran en Arabia Saudí y en Pakistán y que se inserta en situaciones de crisis, tratando de entremezclar las pasiones religiosas y nacionales, como en Chechenia, Irak o Palestina, o bien movilizar las frustraciones de poblaciones procedentes de la inmigración, incultas, atomizadas, excluidas y encerradas en guetos. A semejanza de la política de aislamiento puesta en marcha frente a la Unión Soviética en 1947, la erradicación militar de los grupos y organizaciones federados bajo la bandera de Al Qaida debe ir paralela al apoyo decidido a las fuerzas moderadas y a la modernización del mundo árabe-musulmán, la solución política de las crisis de Chechenia y Oriente Próximo y la reactivación de la integración de las minorías musulmanas en las naciones democráticas. Debido a que el terrorismo de masas es un producto de la globalización, ningún Estado, ni siquiera EE.UU., puede, por sí solo, hacerle frente eficazmente. De ahí la necesidad absoluta de restablecer a la vez un frente común de las democracias y una cooperación estrecha entre los estados miembros de la Unión. Más allá del desmoronamiento de la coalición, se dibujan un fracaso militar y una retirada inevitable de EE.UU. de Irak que deberán ser abordados en el plano diplomático, operativo y económico, tratando de inscribirlos dentro de un nuevo orden global entre las democracias y el mundo árabe-musulmán. Por otro lado, aunque no se ha logrado ningún avance significativo desde la tragedia de Madrid, la seguridad es un ámbito prioritario para reanimar a Europa y reconciliarla con sus ciudadanos.

La historia del siglo XX ha demostrado ampliamente que la libertad sigue siendo la mejor arma contra los enemigos de la libertad.