La libertad de prensa, en la UCI

Hace treinta años, la Sociedad de Periodistas Profesionales de Estados Unidos puso en marcha una campaña para resaltar el valor de una prensa libre, en la que lanzaba una pregunta: «Si la prensa no nos lo dijera, ¿quién lo haría?». Obviamente, la respuesta que se esperaba era: «Nadie».

Hoy, la contestación no estaría tan clara. Las redes sociales se han convertido en una poderosa alternativa a los medios tradicionales de información. Los periodistas hemos dejado de ser los únicos que cuentan lo que pasa en el mundo.

Eso nos ha descolocado y, mientras una parte de los periodistas tratan de hacer que se valore el rigor de los soportes informativos de toda la vida, otra se mimetizan con esas redes sociales a las que políticos, instituciones y empresas acuden cada vez más para lanzar sus mensajes.

Ciertamente, no son buenos tiempos para la prensa, que, en ese desconcierto, ve amenazada su libertad desde muchos frentes. Y, como decía Albert Camus, la prensa libre puede ser buena o mala, pero es seguro que, sin libertad, no será más que mala.

A ese deterioro, tratan de abocarnos quienes temen que los periodistas ejerzan un papel de perros guardianes de las libertades y de denuncia de los excesos del poder. Les resulta incómodo ver sus actuaciones sometidas a vigilancia y han decidido ser ellos quienes controlen a los medios de comunicación. En los regímenes dictatoriales o autocráticos la mordaza se impone a través de la censura o de la violencia sobre los periodistas; en las democracias, se hace de una manera más sutil, pero, igualmente, dañina.

La pandemia ha sido una ocasión única para cercenar la libertad de prensa, como ponía de relieve un reciente informe de Reporteros sin Fronteras. Los gobiernos, el nuestro también, han aprovechado para restringir el acceso a las fuentes de información. Y los partidos políticos no se han quedado a la zaga. Las muestras de esa tendencia han sido abundantes.

Así, sólo la unidad de los periodistas y la firme denuncia de las asociaciones de prensa obligaron al Gobierno a renunciar a ruedas de prensa que las preguntas pasaban antes por el filtro del Palacio de la Moncloa.

Aprovechando la necesidad de luchar contra la desinformación, sobre todo la proveniente del exterior, se pretendía, también, que un órgano formado por terminales del Ejecutivo fuera el que determinara qué mensajes son falsos y cuáles no.

Los informadores gráficos se quejaron de que, en las horas más duras de la pandemia, su acceso a hospitales y morgues resultaba imposible, y, más recientemente, que se les impedía llegar a los centros de acogida de inmigrantes a Canarias.

En el Congreso de los Diputados, no hay ya contactos de periodistas con políticos en los pasillos, algo esencial para una buena información parlamentaria. Los partidos difunden declaraciones enlatadas de sus líderes, que recurren a las redes sociales para lanzar sus mensajes sin someterse a incómodas preguntas.

Y hace tiempo ya que las declaraciones institucionales, las ruedas de prensa sin preguntas son corruptelas a las que se acogen, sin pudor, desde un presidente del Gobierno al entrenador o el jugador del equipo de fútbol más modesto. Se pretende que los periodistas se conviertan en un decorado, en simples altavoces.

Algunos partidos políticos, como Vox, descalifican a los periodistas o vetan a medios críticos en sus ruedas de prensa o actos públicos, sin que les importen las protestas, porque, por desgracia, no hay una respuesta unánime de los medios a no acudir a esas convocatorias.

Otras formaciones y sus líderes, como es el caso de Unidas Podemos, no ocultan que desearían la desaparición de los medios privados de comunicación y hace tiempo que acostumbran a descalificar a algunos informadores críticos, a través de videos institucionales o declaraciones públicas. Un señalamiento al que sigue, después, una campaña de acoso desde las redes sociales o en la calle, donde se producen agresiones por parte de los seguidores más violentos. Se pretende amedrentar al periodista, para que, si quiere evitar ese acoso o la intranquilidad de su familia, se autocensure al hablar o escribir de ese partido o de sus dirigentes.

Tuvimos muchos años censura de prensa en este país para aceptar que ahora quieran volver a imponérnosla quienes no entienden lo que es la libertad de expresión y desearían que sólo existieran medios controlados por ellos y periodistas afines y sumisos.

Pero la pandemia no es lo único que está perjudicando a la libertad de prensa. Los periodistas nos hemos dejado envolver en el clima de tensión y en la radicalización que vive la sociedad desde el auge de los populismos de izquierda o derecha, disfrazados a veces de movimientos nacionalistas o secesionistas.

Resulta descorazonador ver a muchos de nuestros compañeros comportarse en algunas tertulias como auténticos ‘hooligans’ de uno u otro partido, incapaces de la menor crítica a quienes se mueven en sus postulados ideológicos, pero plenamente abiertos a ser beligerantes contra los otros. Conscientes, además, de que algunos medios, antes que contar con analistas moderados y equilibrados, prefieren a tertulianos de trinchera que hacen subir las audiencias.

Es triste constatarlo, pero la libertad de prensa está enferma. Necesita ya cuidados intensivos y los propios periodistas tenemos en nuestras manos lograr la recuperación de lo que constituye uno de los pulmones de las sociedades democráticas. La prensa ha desempeñado un papel esencial en la consolidación de la democracia en este país y ha sabido resistir los intentos de limitar su actuación por parte de los poderes públicos. Ahora, debe volver a hacerlo.

La vacuna contra el virus que puede terminar con una prensa libre pasa por que los periodistas volvamos a nuestra tarea de informar y opinar de manera equilibrada y razonable, sin ser perros falderos o estridentes voceros de nadie. Hemos de contribuir a rebajar la tensión y no a aumentarla.

Pasa también, por mantener la unidad frente a los ataques directos o indirectos que recibe la libertad de prensa. Unidad que no es una indeseable uniformidad. Unidad de los periodistas y de los directivos de los medios de comunicación. Unidad que no es corporativismo, porque no defendemos ningún tipo de privilegios, sino la supervivencia de algo a lo que tienen derecho los ciudadanos que viven en democracia: una prensa libre, porque una prensa sin ataduras es la mejor garantía de un proceso democrático vigoroso.

Luis Ayllón es periodista y directivo de la Asociación de la Prensa de Madrid.

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