La libertad le sienta bien a la Universidad

Cuando en esta movida y peculiar primavera me había planteado este título en forma de pregunta, en un primer momento no supe responder. La verdad es que nuestra Universidad es una de las pocas instituciones que, desde su creación allá por el siglo XI, ha mantenido un mismo marco conceptual en busca de sus tres conocidas misiones básicas: docencia, búsqueda de la verdad (investigación) y vinculación con la sociedad. Sin embargo, la búsqueda del conocimiento para trasladarlo a la sociedad a la que debe servir, es todavía algo poco frecuente en nuestro sistema universitario, tal vez porque se encuentra tan fuertemente regulado en nuestro país que los profesores que intentan llevarlo a cabo, lo hacen con un gran desgaste: el sistema no ha desarrollado espacios de libertad. Y si esto es así, podríamos pensar que nuestro sistema universitario quizá se ha fosilizado orientándose a beneficiar al estamento universitario, en lugar de hacerlo a la sociedad.

Y me lo he preguntado porque, como miembro del sistema universitario, vengo reflexionando sobre los obstáculos y deficiencias que impiden que la Universidad española aparezca, sistemáticamente, en mejores posiciones que las que, un año tras otro, nos mantiene desaparecidos en la cabeza de la formación universitaria mundial.

Yo mismo he venido incidiendo en algunos artículos en dónde se debería actuar para conseguir potenciar el papel de la Universidad con medidas que liberalicen su sistema de gobierno, un modelo de financiación en base a resultados y a su posicionamientos en los rankings existentes, flexibilidad en la contratación que permita incorporar investigadores de talla mundial y formar así equipos de primer nivel que puedan captar recursos externos por su adecuado reconocimiento, rompiendo nuestra tradicional endogamia; consolidar e incrementar los programas y los apoyos públicos a la I+D+i, dado que la investigación universitaria supone ya más de la mitad de la participación pública investigadora; introducir medidas que fomenten el mecenazgo, incomprensiblemente olvidado en nuestro país.

Todo ello desarrollaría un círculo virtuoso que nos permitiría dar un gran salto adelante en nuestra excelencia: las aportaciones a las Universidades por parte de empresas, fundaciones, etc., que implicarían la puesta en marcha de proyectos, acciones o equipamientos que fomentarían la innovación, reforzando la orientación de la Universidad como motor de cambio social, introduciendo su promoción y visibilidad, el tratamiento específico en los planes de estudio de la innovación e introducir acciones para permitir que los alumnos de últimos cursos participen en proyectos y trabajos pre profesionales, que facilitarían su inserción laboral.

Aunque puede haber otras maneras de favorecer el cambio social, sin duda son los proyectos de I+D+i y en general cualquier proyecto que desde la Universidad se centre en las necesidades de la sociedad y cuente con la participación de las múltiples partes interesadas, los que pueden convertirse en las herramientas que permitan solucionar problemas y necesidades, además de generar conocimiento desde una perspectiva humana. Y todo esto quien lo impulsa debe de ser un docente universitario que, además de impartir sus clases en un nivel adecuado, debe ser promotor del cambio en el marco de su experiencia a través de proyectos que consigue.

Van pasando los años y en algunos temas avanzamos (los alumnos conocen otras universidades extranjeras gracias al programa Erasmus, se han introducido sistemas variables de reconocimiento de méritos en el profesorado, la Universidad se va implicando cada día más en la investigación), en otros retrocedemos (cada día se invierte menos porcentaje del PIB en I+D, ocupando ya las últimas posiciones de la Unión Europea y en que la universidad debe ser, por encima de todo, un espacio de libertad y por lo tanto de respeto ante opiniones no coincidentes) y en otros seguimos inmóviles (falta de contratación de profesores externos de excelencia, poca movilidad del profesorado, tasas muy elevadas de abandono superiores a la media de la OCDE, lo que se estima en un despilfarro equivalente al 12% del coste presupuestario de la Universidad pública). Por ello hay que empezar a pensar en mover el tablero. ¿Y si lo que faltara fuera un poco más de libertad?

Y ello se logrará cuando las Universidades puedan competir entre ellas. Y la competencia lleva a la excelencia. Se suele decir, como lugar común, que en España tenemos demasiadas Universidades. No creo que eso sea un obstáculo. En Estados Unidos superan las mil y siempre tienen la mayoría de las veinte mejores del mundo y otras muchas se encuentran desaparecidas en esas clasificaciones. Lo que sucede es que allí compiten, las matriculas son libres y acudir a las mejores es muy costoso porque lo que proporcionan lo vale, pero hay muchas otras que son muy baratas… pero no entre las mejores. Altas matriculas representan más ingresos y ello mayor financiación para contratar profesorado, que nunca es fijo. Cada seis años vuelven al mercado de trabajo y pueden cambiar a mejor, permanecer o descender de Universidad, en función de su valor como investigadores y como docentes. Y lógicamente el grado de abandono universitario es inexistente en las buenas Universidades: los alumnos están motivados solo por haber logrado ser admitidos.

El sistema universitario español es muy distinto, tal vez demasiado, pero podríamos aprender adaptando algunos elementos enriquecedores. Se podrían dotar becas personales a cada alumno, por el valor medio del coste de las enseñanzas universitarias, que es más alto en ciencias e ingenierías que en humanidades, y que cada alumno tuviera libertad de elegir en qué Universidad cursar el grado. Las Universidades más cotizadas podrían tener libertad para ir elevando sus matriculas para empezar a hacer una formación de excelencia. Los frutos de la competencia.

Ello conllevaría muchas otras reformas necesarias que se deberían introducir, respetando los derechos adquiridos, como modificar las formas de acceder a la condición de profesor, o de corrección financiera para evitar la desigualdad de oportunidades. Pero si queremos que la Universidad no solo siga cambiando con la sociedad, sino que empiece a ser el motor del cambio de la sociedad, hay que dejar de poner remiendos. Solo desde la excelencia se pueden crear y fortalecer las relaciones relaciones universidad-empresa, que se concretan en proyectos conjuntos para cambiar, crear valor en la sociedad y así conseguir una simbiosis con beneficios compartidos que mejoran ambas instituciones.

Y esa excelencia solo se consigue desde la libertad.

Adolfo Cazorla fue viceconsejero de Economía y Empleo de la Comunidad de Madrid y vicerrector de la Universidad Politécnica de Madrid.

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