La libertad recobrada

ETA no está teniendo dignidad ni altura ni siquiera en el momento de anunciar el cese de violencia. Porque sigue encerrada en su sueño de una historia legítima de terror, de haber matado y asesinado con razones, de haber hecho algo para el reconocimiento de una Euskal Herria que, políticamente, nunca ha existido. Y no tiene ni dignidad ni altura porque sigue utilizando un lenguaje inaceptable para cualquier ciudadano sensato.

Pero no le queda más remedio que reconocer, camufladamente, su derrota. Una derrota que ya estaba escrita, y que no se pone en peligro ni siquiera por las alusiones del comunicado a los pasos que se deben dar en respuesta a ese cese del terrorismo. Es una derrota que tiene padres. Es una derrota que no ha caído del cielo, y que tampoco se ha cocinado en mesas ni conferencias extrañas y vergonzantes, si todavía algunos tuvieran un mínimo sentido del pudor.

Es una derrota que ha tenido obstáculos importantes en el camino. Porque muchos son los que ahora están queriendo encabezar la procesión, pero que hasta hace muy poco se oponían a cada una de las medidas efectivas del Estado de Derecho que han llevado a la situación en la que ETA no ha tenido más remedio que bajar la cabeza y darse por derrotada.

Si no hubiera sido por las víctimas del terrorismo que empezaron a organizarse en los años de plomo, cuando nadie creía que se podía derrotar a ETA, que empezaron a reclamar su visibilidad frente al ocultamiento a la que les sometía la sociedad vasca y sus instituciones políticas, que empezaron a exigir memoria, dignidad y justicia, y que fueron conquistando un sitio en el espacio público de Euskadi, de España, y consiguieron que tuvieran que ser vistas primero, escuchadas después, y atendidas al final, no podríamos hoy decir que hemos recobrado la libertad.

Si no hubiera sido porque en un momento determinado el Estado toma la decisión de organizar la lucha antiterrorista sin tener que someterse a sensibilidades nacionalistas, si no hubiera sido porque Zapatero, entonces secretario general del PSOE, propuso un pacto contra el terrorismo al PP, si no hubiera sido porque el PP, el PSOE y el Gobierno de Aznar firmaron el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, si no hubiera sido porque gracias a dicho pacto el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Partidos Políticos -y hay que recordar quiénes votaron en contra-, hoy no estaríamos orgullosos de recobrar la libertad.

Si no hubiera sido por organizaciones cívicas como Gesto por la Paz, y otras después, que contra viento y marea se concentraron en pedir la desaparición de ETA sin contrapartida alguna, si no hubiera sido por resistentes vascos contra ETA, contra su tiranía, contra los legitimadores de todo lo que suponía ETA en los medios de comunicación, en las tertulias, en los debates televisivos, hoy no estaríamos en condiciones de alegrarnos porque somos libres de nuevo.

Si los que ante cada actuación del Estado de derecho contra ETA gritaban diciendo que ése no era el camino, si los que estuvieron desde el primer momento en contra del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, si los que tenían hasta hace muy poco clarísimo que el único camino para acabar con ETA era la negociación política, si los que al aprobarse la Ley de Partidos Políticos anunciaron, como los obispos vascos, que miles de jóvenes iban a pasar a la clandestinidad y a engordar las filas de ETA, si los que se desgañitaron a favor del Plan Ibarretxe porque era la única forma de traer la paz y acabar con ETA nos hubieran convencido, hubieran ganado, hoy quizá ETA no existiría, pero porque habría conseguido todo lo que quería: eliminar la libertad de los vascos.

Hoy estamos donde estamos porque los primeros, los padres de la derrota de ETA, se mantuvieron firmes y no cedieron, a pesar de que, en no pocas ocasiones, la opinión pública mayoritariamente estaba en su contra. Y hoy estamos donde estamos, celebrando la victoria de la libertad, porque los segundos, aunque en las últimas fechas se hayan apuntado a dirigir la procesión que trataron de impedir con todas sus fuerzas, la derrota policial y política por el Estado de Derecho de ETA, han fracasado en toda línea.

No es cuestión de querer llevar la razón, ni de pasar factura. Se trata de algo que no está muy en boga, aunque todo el mundo hable estos días de memoria. Se trata de recordar, y de recordar no para conmemorarse a uno mismo en un pasado glorioso, sino para saber que la tarea de defender la libertad nunca termina. Porque los que no vieron que la actuación del Estado de Derecho acabó con el mito de la imbatibilidad de ETA, quienes seguían diciendo que si no se negociaba con la banda estaríamos en un empate infinito, son los que han criticado a los partidos democráticos por no ser capaces de extraer las consecuencias de la supuesta profunda reflexión que llevaba a cabo Batasuna y la izquierda nacionalista radical, una reflexión que no era otra cosa que acomodarse al escenario creado por el Estado de Derecho: o terrorismo o juego político, pero nunca más ambas cosas.

Porque los que no aceptan que haya sido el Estado de Derecho el que ha provocado la derrota de ETA, y con ello el comunicado de ayer, son los que se han empeñado en los últimos tiempos en separar la violencia terrorista de ETA de su proyecto político, los que han tratado y siguen tratando de preservar el proyecto nacionalista radical de la ignominia de la derrota de ETA. Son los que han dicho y escrito que ETA no mataba en nombre del pueblo vasco, son los que han dicho y escrito que sin violencia cualquier proyecto político, también el de ETA, es legítimo. Son los que han dicho y han escrito que la violencia era un instrumento táctico que conviene dejar a un lado en estos momentos para adecuarse a la nueva situación creada por la actuación del Estado de Derecho, olvidando que ese instrumento no es de usar y tirar, porque ha creado realidades ontológicas que son los más de 800 muertos.

Y son los que ahora seguirán diciendo, en línea con el comunicado de ETA, que es la hora de resolver el conflicto vasco, de una vez por todas, que es la hora de la solución integral del problema vasco, de plantear un nuevo pacto con España sobre el derecho a decidir, es decir, son los que siguen empeñados en plantear en la sociedad vasca proyectos que siguen siendo incapaces de tomar en serio el pluralismo y la complejidad de la sociedad vasca y de la identidad vasca. Es decir, son los que siguen empeñados en proyectos que tienen dificultades para defender el derecho de los ciudadanos vascos a la diferencia, a una opinión libre, a una identidad libre, compleja, mestiza, dual, cosmopolita o como quieran. Son los que tienen dificultades para extraer las consecuencias políticas del derecho de los ciudadanos vascos a la diferencia en el sentimiento de pertenencia, de sentirse pertenecientes a una, dos o todas las naciones que quieran o a ninguna.

ETA ha matado porque no aceptaba la libertad de pensar distinto, de vivir diferente, de sentir diferente a ella misma. ETA ha matado la libertad. En estos momentos en los que anuncia el cese de la confrontación armada -¿con quién?- y los ciudadanos podemos sentirnos orgullosos de haber recobrado la libertad que quizá nos dejamos arrebatar demasiado fácilmente, tenemos que saber que la libertad se gana día a día, que la libertad se defiende día a día, que el trabajo de la defensa de la libertad no se termina nunca.

ETA desaparece como organización, aunque no tienen la capacidad de decirlo con claridad y palabras sencillas. No desaparece su lenguaje, no desaparece su historia, no desaparece su pretensión de legitimar su historia de terror, no desaparece la pretensión nacionalista excluyente. Orgullo y alegría sí, pero alertas para seguir defendiendo la libertad.

Por Joseba Arregi, ex consejero del Gobierno vasco y escritor.

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