No me parece casual que durante los mismos últimos tres meses La señora Potter no es exactamente Santa Claus, de la escritora española Laura Fernández, no haya parado de ganar premios, mientras la publicación en español de la nueva tetralogía de Karl Ove Knausgård pasaba desapercibida. Existe una probable correlación entre la gran visibilidad de la novela de ficción radical, ambientada en un pueblo paranormal llamado Kimberly Clark Weymouth, y el eclipse que ha devorado al nuevo proyecto autobiográfico del autor noruego, marcadamente introspectivo y con pasajes de diario íntimo.
¿La autobiografía y la autoficción están dejando de ser centrales en la literatura de hoy? Su reinado ha marcado el inicio de este siglo, en consonancia con la explosión de la telerrealidad, las selfies y las redes sociales. En 2010, el mismo año en que nació Instagram, David Shields publicó el manifiesto Hambre de realidad, donde leemos: “Parte de la mejor ficción actual se escribe en forma de no ficción”. Pero también leemos estas otras reflexiones: “No paras de excavar en el yo. Deseas/no deseas conocerte a ti mismo. Menuda tarea de mierda”. 12 años después, la literatura está buscando otras líneas de trabajo. Una de ellas, de las más significativas, consiste en pasar del monólogo a la polifonía.
Mientras los cuatro libros de Knausgård se empeñan en cultivar la primera persona y su círculo más próximo, la novela de Fernández crea a varias decenas de personajes esféricos en un paisaje lejano e imaginario: una comunidad o una red remotas. Tiene sentido: el capitalismo alimenta la ilusión de que tu yo es relevante; pero lo cierto es que es prescindible. Solo cuentan realmente las estructuras colectivas, las conexiones, las redes.
Por eso se puede entender la publicación en 2018 de Por qué volvías cada verano, de Belén López-Peiró, como un punto de inflexión en la cronología de las narrativas autobiográficas. En vez de contar su experiencia —cómo su tío policía abusó sexualmente de ella cuando era adolescente— en clave de memorias y en primera persona, la escritora argentina lleva a cabo una audaz operación técnica, que se revela también moral. Invoca un coro de voces para contar su caso. La de su prima, que defiende a su padre; la de su madre, que se lamenta por no haberla protegido; la del fiscal, el psicólogo, la abogada, el exnovio, los testigos, los documentos oficiales que recogen sus informes y testimonios. Incluso incluye, en ese espacio plural, la primera persona del victimario. Se revela de ese modo que no se trata de un asunto íntimo o privado, sino de un problema sistémico, que nos atañe a todos nosotros.
“La función del arte, la aspiración de los creadores, es hacerte pensar”, afirma el escultor Richard Serra —o un personaje que lleva su nombre— en Obra maestra, el nuevo y muy ambicioso proyecto del escritor español Juan Tallón. Se trata de una investigación compleja que, a partir de la desaparición de una escultura de 38 toneladas que el Museo Reina Sofía de Madrid guardaba en sus almacenes, teje una telaraña de voces en primera persona para reflexionar sobre todas las dimensiones del campo del arte, desde el vigilante de sala o las empresas de transporte y montaje, hasta la política de alto nivel o los artistas millonarios. Añade Serra: “Con un lenguaje propio cada vez, pero esa parece ser la función del arte: cambiar, cambiar el significado, cambiar el significado a través de la percepción”. Eso es lo que está haciendo la no ficción en estos momentos. Escapar de los límites del periodismo clásico y del relato autobiográfico tradicional e idear nuevas formas, polifónicas y artísticas, para contar el mundo y obligarnos a pensarlo.
“Es mi libro fetiche”, dice Xosé Luis Fortes, uno de los personajes de Obra maestra, mientras busca en la Cuesta de Moyano una primera edición de Los detectives salvajes. La parte central de la novela de Roberto Bolaño, esa sucesión de testimonios de personajes que recuerdan sus encuentros con Ulises Lima y Arturo Belano mientras nos cuentan sus propias vidas, se ha convertido en un recurso potente que no solo ha utilizado Tallón. Remezclado con los coros griegos y el collage de las crónicas de Svetlana Alexiévich, lo encontramos también en El invencible verano de Liliana, la durísima y no obstante tierna crónica de la mexicana Cristina Rivera Garza sobre el asesinato de su hermana, que dispone a modo de enjambre los recuerdos de sus amigos. Y, atravesado por el método que Walter Benjamin ideó para su Libro de los pasajes, la polifonía de Los detectives salvajes también está presente en Lincoln en el Bardo, de George Sanders, que alterna citas de libros con voces de ultratumba.
La fuga del yo hacia el nosotros, el vosotros o el ellos, va más allá del territorio de los vivos. Los ecos de Pedro Páramo llegan hasta el siglo XXI. En pequeñas mujeres rojas, de Marta Sanz, los muertos de la Guerra Civil española, enterrados en una fosa anónima, hablan en primera persona del plural. Y en El libro centroamericano de los muertos, de Rodrigo Balam, la poesía y el palimpsesto se hermanan para retratar la brutal relación migratoria que mantienen los países centroamericanos con México y Estados Unidos. De nuevo son decenas los personajes que narran en primera persona sus vivencias, en relación con coyotes, agentes de migración o el tren La Bestia. Conviven con piezas líricas o irónicas, la reescritura de pasajes de Bartolomé de la Casas y algunas apariciones puntuales del propio yo lírico.
También en Obra maestra aparece, en uno de los últimos fragmentos, el propio Juan Tallón, contando el trasfondo de la investigación y la escritura de la novela. En varios momentos de La señora Potter no es exactamente Santa Klaus se adivina a trasluz, cuando el narrador habla de la psicología de la protagonista, una pintora que abandonó a su familia, la silueta de la propia Laura Fernández, sus fantasmas como creadora con hijos. Y el segundo libro de López-Peiró, Donde no hago pie, está narrado en primera persona, aunque la autora siga experimentando con el collagismo e introduzca imágenes o conversaciones con diseño de WhatsApp.
Vivimos, por supuesto, atrapados en una paradoja. Creamos ficciones polifónicas, con nubes de personajes y de voces, amparados en un único yo creador. La literatura sigue siendo mayoritariamente individual. Sigue siendo, sobre todo, una visión personal del mundo. Pero en estos momentos la tendencia creativa, editorial y mediática parece estar virando: de las obras que insisten en esa realidad y convierten su vida cotidiana o su experiencia traumática en un texto dominado por el yo, a las que intentan trascenderlo en la medida de lo posible mediante la polifonía, los coros o las multitudes.
Por Jorge Carrión.