La lucha antimonopolio

La democracia económica es una dimensión esencial de la democracia política. En Estados Unidos, las leyes antitrustse plantearon ante el poder monopolístico de los gigantes petroleros y ferroviarios. En Europa, la competencia es un poder comunitario esencial desde el principio, inspirado en la lucha contra el poder de konzern alemanes y monopolios.

La cuestión se plantea ahora en el mundo de la Red. En este terreno, Europa no está a la zaga de Estados Unidos. En primer lugar, porque fue decisiva en su creación. La Web no se creó en Silicon Valley. Concretamente, lo hicieron en 1989 el británico Tim Berners-Lee y el belga Robert Caillau en el CERN, la Organización Europea para la Investigación Nuclear. En él nacieron la www y la url. El director del CERN de la época, el premio Nobel de Física Carlo Rubbia, ahora senador vitalicio italiano, tomó una decisión revolucionaria: la Red debía ser libre. Cuando se ven la cantidad de peajes que se van estableciendo, se llega a comprender el alcance de esta decisión. El más importante es el intento del presidente Trump de crear un Internet de dos velocidades, pero no hay que infravalorar los filtros políticos como en China, Rusia, Cuba y una lista cada vez más larga.

El desafío no afecta sólo a los Estados y la pretensión de algunos líderes de controlar por razones políticas y económicas a los que consideran súbditos en vez de ciudadanos. Por la vía de la competencia y el Derecho, la Unión Europea está en vanguardia en esta lucha. En primer lugar, al consagrar el derecho a la protección de datos de carácter personal (artículo 8) a la Carta de Derechos Fundamentales con carácter vinculante. Protección que se ha desarrollado con la normativa sobre protección de datos personales en 2018, para garantizar los derechos de los ciudadanos y regular a las empresas. Tema clave, porque cada clic en la Red libre proporciona información a los servidores, que se apropian de los datos, los guardan en sus memorias y revenden hasta los más pequeños detalles públicos y privados de nuestras vidas.

Los datos son la materia prima de acumulación del capitalismo actual. Los que se apropian de ellos y los gestionan son los gigantescos grupos que dominan la Red (Google, Microsoft, Facebook, Twitter, Amazon). Frente a ellos se plantea la lucha contra una evasión impositiva masiva, así como el combate frente a prácticas monopolísticas restrictivas de la competencia y perjudiciales para los ciudadanos. La Comisión Europea lleva tiempo actuando con perseverancia y decisión: Google va en cabeza con tres sanciones por importe de 8.250 millones de euros en los tres últimos años. La precedió Microsoft con cuatro sanciones por 2.237 millones de euros entre 2004 y 2013, acompañada por Intel y Qualcomm, hasta que se avino a colaborar.

La cuestión no queda ahí. Paradójicamente, se acepta como normal que un servidor privado se convierta en censor de mentiras (las llamadas fakenews) o que ejerza de inquisidor bloqueando un desnudo clásico. ¿Con qué autoridad y en función de qué criterio? Cuando se descubre una manipulación tan gigantesca como la de Cambridge Analytica con Facebook, la cosa no puede quedar en una farisaica manifestación de arrepentimiento con un hipócrita propósito de la enmienda. ¿Qué excusa tendrán cuando estalle el próximo caso? Si Internet es una vía de comunicación, necesita reglas y autoridades independientes como el tráfico rodado o aéreo.

Este debate fundamental sobre el poder en democracia se está extendiendo afortunadamente allende el Atlántico. En la última fase de la presidencia, Obama empezó a cuajar en el mundo intelectual, académico y político como el renovado movimiento Brandeis (nombre del juez que sentó la jurisprudencia antitrust) en línea con el pensamiento de Madison. No son solo destacadas líderes del Partido Demócrata quienes lo plantean, como Elisabeth Warren o Alexandria Ocasio-Cortez. Ahora, significados senadores lo defienden y, sobre todo, tanto el Departamento de Justicia como la Federal Trade Comission (FTC) están iniciando sendos procedimientos. Por otro lado, la batalla del futuro no es sólo quien controla el 5G como arma de dominio, sino cómo se puede avanzar en términos de progreso en una humanidad conectada en más del 53% a Internet, red de comunicación nerviosa incorporada a la casi totalidad de las actividades productivas.

La gran cuestión de fondo que se plantea es en qué medida un grupo privado puede estar por encima de la ley y con qué derecho se puede apropiar y comerciar con los datos de los ciudadanos. Un desafío fundamental para el futuro de la democracia.

Enrique Barón Crespo fue presidente del Parlamento Europeo entre 1989 y 1992.

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