La lucha contra el konzo

Demasiadas enfermedades prevenibles, que van desde el SIDA hasta la fiebre amarilla, han afectado desde hace ya mucho tiempo atrás al África subsahariana. No obstante, para erradicarlas se requiere de una comprensión de la enfermedad en cuestión, de dinero, educación, apoyo gubernamental, planificación, y, finalmente pero no por ello es menos importante, se requiere que la comunidad y el mundo en general tengan interés en la solución del problema.

Considere la posibilidad de una enfermedad prevenible, sobre la cual la mayoría de las personas no ha oído hablar nunca antes: Konzo, un trastorno de la neurona motora superior que es irreversible y permanente, un trastorno común en las zonas rurales de África subsahariana cuya alimentación básica depende de una variedad amarga de la planta de yuca. El konzo se contrae cuando los tubérculos de la yuca no se preparan adecuadamente antes de su consumo, lo que por lo general requiere de su remojo hasta que se fermenten y de su posterior secado al sol para permitir la descomposición de los compuestos cianogénicos. Cientos o miles de personas en la zona de una villa pueden verse afectados con cada brote.

El konzo es especialmente común en la República Democrática del Congo, la República Centroafricana, Mozambique y Tanzania, y con frecuencia se presenta después de las sequías o conflictos, que son períodos en los que los alimentos escasean. Las mujeres y los niños son los más afectados, sobre todo durante tiempos de dificultades económicas, en los que ellos tienen menos acceso a alimentos como la carne, los frijoles y otras fuentes de aminoácidos azufrados que son necesarias para que el hígado desintoxique el cianuro en el cuerpo.

No es fácil dejar de ver los efectos. La Organización Mundial de la Salud define al konzo como una anormalidad espástica de la marcha al caminar o correr que es visible; los antecedentes indican una aparición dentro del período de una semana en una persona quién anteriormente se encontraba sana, y un curso no progresivo de dicha anormalidad, misma que se manifiesta con sacudidas exageradas de las rodillas o tobillos sin que existan signos de enfermedad de la médula espinal.

La severidad de konzo varía. Según la clasificación de la OMS del año 1996, la enfermedad se considera leve cuando la víctima no tiene que utilizar de manera habitual artefactos de ayuda para caminar; moderada cuando la persona utiliza uno o dos bastones o muletas, y severa cuando quién está afectado se encuentra postrado en cama o no puede caminar sin un sustento.

Debido a que el konzo se caracterizó inicialmente como una enfermedad de la neurona motora superior pura, que se limita a las vías motoras en el sistema nervioso central, se sugirió que los efectos cognitivos eran mínimos. Sin embargo, la evidencia electrofisiológica que surgió de manera posterior sugiere que la función superior del cerebro también puede verse afectada. Al documentar las alteraciones neurocognitivas de los niños con konzo, mis colegas y yo también observamos síntomas subclínicos incluso en niños no afectados por el konzo que viven en hogares afectados por el konzo, este es un hallazgo que se basa en su desempeño en pruebas neurocognitivas más especializadas de la memoria y el aprendizaje.

Estos síntomas más sutiles pueden constituir una condición previa al konzo, que proporciona una advertencia sobre que un niño se está acercando al umbral de la enfermedad. Por lo tanto, los efectos neurocognitivos documentados relativos a niños no afectados por el konzo que viven en hogares y comunidades afectadas por el konzo hacen que sea aún más importante garantizar la seguridad alimentaria en las regiones cuya alimentación depende de las variedades amargas de yuca que tienen altos niveles de compuestos cianogénicos .

Con este fin, la Fundación Bill y Melinda Gates ha dado su apoyo a la investigación que lleva al desarrollo de variedades de yuca que son no tóxicas y son de alto rendimiento. Estas cepas genéticamente modificadas pueden crecer incluso en suelos degradados, por lo que las personas ya no tienen que recurrir a las variedades más tóxicas.

Pero la propagación de estas cepas más seguras está resultando ser una tarea difícil. Las regiones afectadas por el bonzo carecen de la infraestructura y las capacidades agrícolas, educativas y de salud pública que se requieren para implementar los cambios necesarios. Por estas mismas razones, dichas regiones no logran diversificar sus alimentos básicos para incluir el consumo de productos de cultivos que son más seguros, como el mijo, el maíz o los frijoles.

Debido a que no existe una cura para el daño neurológico que causa el konzo, la batalla contra la enfermedad debe centrarse en la prevención. Si bien esto significa continuar demostrando los beneficios de las nuevas cepas de yuca y otros alimentos básicos, la primera prioridad debe ser educar a las personas, especialmente a las mujeres en las villas, sobre los peligros relacionados al consumo de la yuca sin procesar, y se les debe enseñar cómo prepararla de manera segura. Se puede diseminar el mensaje a través de las redes sociales, los teléfonos móviles, la radio y la televisión mediante el uso de mercadotecnia social culturalmente apropiada, similar a la utilizada en la educación para la lucha contra el VIH.

Si bien es cierto que las comunidades de las regiones afectadas han seguido, desde mucho tiempo atrás, prácticas seguras y tradicionales, puede que las personas no estén conscientes del por qué dichas prácticas son tan importantes, y por tanto, puede que, a su vez, no estén conscientes de las consecuencias que conlleva no adherirse a las mismas. Para las personas, especialmente durante tiempos de convulsión social y de aumento de la escasez de alimentos, remojar los tubérculos pelados durante tres días hasta su fermentación y secarlos posteriormente al sol durante un día, pueden parecer acciones que son un lujo no se pueden permitir. No lo son.

Millones de personas están en riesgo de sufrir konzo, y los brotes pueden ocurrir en cualquier momento. La lesión neurológica puede ser debilitante, y es permanente. Debido a que sí sabemos cómo prevenirlo, estamos obligados a actuar al respecto.

Michael J. Boivin is Professor of Psychiatry and Neurology/Ophthalmology at Michigan State University. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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