La lucha de China por aminorar la marcha

En la inauguración del período anual de sesiones del Parlamento de China, el Congreso Nacional Popular (CNP), el Primer Ministro Wen Jiabao anunció que la meta del gobierno en materia de crecimiento económico anual en 2012 era del 7,5 por ciento. Como la economía mundial sigue luchando para recuperarse, el anuncio por parte de Wen de una bajada tan importante de la tasa de crecimiento de China infundió, naturalmente, una preocupación generalizada en todo el mundo.

Pero es importante observar que Wen estaba expresando una política y no pronosticando resultados. El objeto de fijar como meta una tasa de crecimiento menor es, según explicó, el de “orientar a las personas de todos los sectores a que centren su labor en acelerar la transformación de la tónica de desarrollo económico y vuelvan este último más sostenible y eficiente”.

La inversión en activos fijos es el motor más importante del crecimiento de China. Como país en desarrollo con una renta anual por habitante de menos de 5.000 dólares, todavía hay un importante margen para que China aumente su capital nacional, pero la tasa de aumento de la inversión es demasiado elevada. La cuestión no es la de si China necesita más inversión, sino la de si su capacidad de absorción puede seguir acogiendo el rápido aumento de la inversión del pasado decenio.

En ese sentido, se puede considerar que la tasa de inversión, que en China se acerca al 50 por ciento del PIB y está aumentando, indica la tensión que la inversión fija provoca en la economía. No es del todo exagerado decir que la capacidad de la economía en materia de aumento de la inversión ha llegado a su límite.

El reciente desastre del ferrocarril de gran velocidad es un ejemplo. En 2003, China construyó su primer proyecto de tren de gran velocidad. Como componente fundamental del plan de estímulo de cuatro billones de renmimbi (630.000 millones de dólares) introducido durante la crisis financiera mundial de 2008-2009, la inversión en construcción de trenes de gran velocidad aumentó mucho. Al final de 2010, la red de trenes de gran velocidad en funcionamiento superaba los 8.000 kilómetros y había otros 17.000 kilómetros en construcción. En cambio, todos los países occidentales juntos tardaron medio siglo en construir un total de 6.500 kilómetros. En vista de que se construyó con semejante celeridad, la catástrofe era casi inevitable.

El aumento de la inversión que supera la capacidad de absorción de una economía provoca un rápido deterioro de la eficiencia de la inversión, lo que, a su vez, perjudica a las perspectivas de crecimiento a largo plazo. Las pruebas de ello en la China actual son demasiado evidentes. Para invertir esa tendencia, cierta tregua en el crecimiento de la inversión no sólo es necesaria, sino también inevitable en una economía impulsada por la búsqueda del beneficio.

Si bien se debe reducir la tasa de inversión de China a un nivel sostenible, otro imperativo igualmente –si no más– importante es el de ajustar la estructura de la inversión. Durante muchos años, la categoría más importante de la inversión en China ha sido el desarrollo del sector inmobiliario, que representa el diez por ciento, aproximadamente, del PIB y una cuarta parte de la inversión total, pero se deben asignar recursos a proyectos que desarrollen el capital humano, brinden bienes públicos y fomenten la creatividad y la innovación. Sin embargo, el ajuste de la estructura de la inversión hará que el crecimiento de la inversión se desacelere inevitablemente, al menos en el período de transición, lo que provocará un parón en el crecimiento total del PIB.

El comercio internacional ha desempeñado un papel decisivo en el desarrollo económico de China en los treinta últimos años. Sin embargo, el mercado mundial ya no puede absorber las exportaciones en gran escala de China, por no hablar de las repercusiones inmediatas en la demanda de exportaciones del malestar económico de Europa y los Estados Unidos. Además, el aumento de los costos laborales y un renmimbi mas fuerte socavarán el sector exportador de China, lo que hará que este año se aminore el crecimiento del PIB.

Pocos negarían la necesidad de que China tenga un crecimiento más lento pero mejor. El problema es el de que, si China desea reducir el crecimiento del PIB al 7,5 por ciento en 2012, frente al 9,2 por ciento de 2011, sin empeorar la tónica de crecimiento al aumentar aún más la alta tasa de inversión, la tasa anual de inversión debe ser igual al 7,5 por ciento o menor.

Un cálculo aproximado basta para mostrar que, a no ser que el Gobierno esté dispuesto a tolerar un mayor aumento de la tasa de inversión, la consecución de la meta del 7,5 por ciento del PIB entrañará una reducción importante de la tasa de aumento de la inversión. Para compensar las repercusiones negativas en el crecimiento del PIB, en un momento en el que el crecimiento de las exportaciones está limitado por la débil demanda mundial, el consumo debe aumentar aún más pronunciadamente, cosa que resulta difícil de imaginar. Dicho de otro modo, la reducción de la tasa de crecimiento del PIB al 7,5 por ciento sin que la tónica del crecimiento de China resulte aún más irracional es una misión imposible.

Así, pues, una hipótesis más probable para 2012 es la de que el crecimiento de China sea inferior al de 2011, pero, aun así, bastante mayor que el 7,5 por ciento. En consecuencia, su tónica de crecimiento impulsado por la inversión se fortalecerá aún más, aunque a un ritmo aminorado. De lo contrario, una caída brusca provocada por la política aplicada resultaría difícil de evitar.

De hecho, una de las dificultades mayores que afronta el Gobierno chino es la de lograr una tasa de crecimiento más moderada sin causar una caída brusca. Esta última no es, sencillamente, una opción aceptable.

Como la situación fiscal del país sigue siendo positiva, resulta difícil imaginar que la dirección china pueda mostrarse tan testaruda respecto de la “aceleración de la transformación de la tónica de desarrollo económico” como para arriesgarse a provocar semejante resultado. Aun cuando así fuera, es probable que las administraciones locales, obsesionadas con el PIB y cargadas de deudas, se esforzaran por alcanzar las mayores tasas posibles de crecimiento por su parte y se limitasen a aceptar sólo de boquilla el llamamiento de Wen en pro de la aminoración de la marcha. Ésa es la razón por la que, pese a la meta oficial, la mayoría de los economistas chinos siguen apostando por una tasa de crecimiento muy superior al ocho por ciento para 2012.

Yu Yongding, presidente de la Sociedad de Economía Mundial de China

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