La Mafia no existe

Seguramente estos titulares le suenan: “Detenido el jefe de la mafia”. “Golpe a la mafia, gana el Estado”. Quizás esté pensando en algunos, iguales o parecidos, que ha leído esta semana, tras la detención del boss mafioso Matteo Messina Denaro. Y no se equivoca. Pero esos dos en concreto son del 12 de abril de 2006. El día anterior la policía había detenido a Bernardo Provenzano, en ese momento máxima autoridad de Cosa Nostra, la criminalidad organizada con base en Sicilia. Él también, igual que Messina Denaro y los demás jefes detenidos tras años de búsqueda, se escondía en su tierra. Igual que Messina Denaro, Provenzano no intentó huir cuando le encontró la policía. Se limitó a decir: “Sí, soy yo”.

Morto un papa se ne fa un altro, se dice en Italia. Cuando salta la cabeza del jefe de la Mafia, es porque esa cabeza puede saltar. Porque la organización ya se mueve sola, o por otros esquemas, por pistas que quizás la policía ya tiene en el radar —o quizás no—. Cuando no hay grandes atentados, cuando no hay detenciones espectaculares u operaciones policiales, la Mafia no existe.

La Mafia no existe cada día que no se habla de ella. La relación policial de la investigación de una década para detener a Messina Denaro contiene una clave: “Seguramente una gran parte de la burguesía le ayudó en los últimos años”, escriben los agentes. Tras la detención de Provenzano, en 2006, el fiscal antimafia explicó que la larga huida del padrino había sido favorecida por “emprendedores, técnicos, profesionales y políticos”.

Cuando se hace referencia a la omertá, ese callarse ante las preguntas de extraños para evitar problema s, es fácil visualizar la imagen de un señor mayor, gorra calada sobre los ojos, manos una sobre la otra encima del bastón de caminar, que contesta ante un micrófono: “Niente vidi, niente sacciu”, no he visto nada ni sé nada. No solemos pensar en profesionales y emprendedores, ni les buscamos con las cámaras.

La Mafia utiliza empresas instrumentales en Europa, sociedades offshore, bancos en jurisdicciones opacas, abogados en Luxemburgo, notarios, registradores de la propiedad, expertos en finanzas y cualquier otro canal útil para que su gigantesca lavadora de dinero negro pueda funcionar: 38.000 millones de euros en facturación anual, según el Banco de Italia (para entender la cantidad, equivale al PIB de una región como Canarias). Utiliza lo que nuestro sistema legal le pone a disposición. Como ha recordado Enzo Ciconte, experto en Mafia siciliana, Messina Denaro ya hace años que no está ligado a las grandes masacres sino a la expansión del sector eólico en Sicilia, donde ha sacado enormes beneficios: “Hay que olvidar la Mafia de [Totó] Riína o Provenzano. La Mafia ahora es la que hace negocios con las empresas del norte de Italia”.

Por eso no existe, porque es casi imposible identificarla, desligarla del mundo en el que se mueve, que no es otro que el nuestro.

Uno que lo sabía bien era un periodista de 30 años que se llamaba Peppino Impastato. Vivía en Cinisi, a 30 kilómetros de Palermo. Le mataron (después de matar a su padre) el 9 de mayo de 1978 porque desde su radio local ponía nombre y apellido a los emprendedores y jefes mafiosos de la zona: “La Mafia mata y el silencio, también”, decía. Como recuerda una película sobre la vida de Impastato, entre su casa y la del Gaetano Badalamenti, el mafioso que mandó mandarle, tan solo había cien pasos de distancia.

Daniele Grasso, italiano de nacimiento y madrileño de adopción, es periodista especializado en análisis de datos e intenta contar el mundo a través de ellos. Es miembro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ).

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