La magia del independentismo

Por séptimo año consecutivo, Barcelona acogerá una gigantesca concentración de mujeres y hombres favorables a la independencia de Catalunya. Se puede estar a favor o en contra de la manifestación de la Diagonal, se puede pensar que la república que reclamarán los manifestantes es un sueño, una ilusión, incluso una barbaridad, o se puede pensar que supone la única manera de culminar las aspiraciones históricas del catalanismo político. Se puede pensar lo que se quiera, pero lo que no cabe es mirar hacia otra parte. Nadie puede dudar de que las siete últimas convocatorias de la Diada constituyen un hecho único en la Europa del siglo XXI. En ningún otro lugar, y bajo ninguna otra bandera, ha emergido un movimiento social tan amplio y determinado como el independentismo catalán. Con tal capacidad de atracción y resiliencia que bien podría hablarse de magia del independentismo. Al menos del catalán.

Conozco los argumentos destinados a rebatir la fascinación que siento, como observador, por semejante capacidad de hechizo, aunque no comparta muchas de sus premisas. El papel beligerante de muchas instituciones catalanas. El sesgo deliberado del sistema de comunicación catalán. La progresiva deriva de un discurso público que empezó atacando al Gobierno del PP y que, poco a poco, sutilmente, fue desplazando la mira hacia lo español, primero, y hacia los españoles, después. Tengo en cuenta todo esto, y más. Y tampoco olvido que Mariano Rajoy ha sido, por pasiva y por activa, el 'gran facilitador' de la causa independentista. Sin embargo, nada de esto me parece suficiente para explicar el encantamiento que esta oferta ha ejercido sobre una parte tan sustancial de la sociedad catalana.

Es cierto que, al principio todo fueron facilidades y que, cuando llegaron las dificultades, era tarde para que el personal se achantara. Las absurdas acusaciones de rebelión y la cárcel preventiva han proporcionado munición para seguir muñendo la ubre. Hay muchas teorías para comprender cómo hemos llegado hasta aquí, pero ninguna alcanza, por sí sola, a explicar la fuerza extraordinaria que tiene el independentismo. ­¿De dónde le viene esta capacidad prodigiosa para superar el cansancio, las adversidades, la soledad (europea) y para adaptarse a los cambios políticos (de Rajoy a Sánchez)?­ ¿De dónde saca recursos para sortear momentos de vergüenza ajena como el 6 y 7 de setiembre del pasado año? ¿Cómo consigue transformar en virtud lo que la historia juzgará como decisiones poco edificantes (la huida por el foro de Puigdemont)? Difícil de explicar. Mágico.

Lo que ocurre es que la magia puede conducir a perder la cabeza. Liberado, el genio no siempre resulta tan obediente como en el cuento de Aladino. Puede conceder deseos, pero también puede provocar espejismos. Y siempre hay un brujo dispuesto a utilizar la lámpara con propósitos espurios. Imagino que Gabriel Rufián tuvo en cuenta esta contingencia al proponer “pinchar la burbuja del independentismo mágico”. Está diciendo que ha llegado el momento de volver a colocar al genio en su lámpara, a la espera de tiempos mejores. Con una llamada a “decir la realidad.” O sea, decir la verdad y advertir de los peligros que pueblan todavía el reino de Ágrabah.

Este realismo de ERC no puede dejar de ser mágico si quiere sobrevivir. El independentismo necesita de elementos fantásticos, porque su atractivo no está en propuestas políticas concretas sino en la idea, formulada por Marina Subirats, de que constituye una utopía disponible en un mundo donde la utopías parecen condenadas al fracaso, incluso la de la democracia liberal. Para muchos catalanistas frustrados por una Transición inconclusa, y para muchos jóvenes que ven en la república la promesa de la gran ruptura, el independentismo constituye una revolución. En una Europa cada vez más conservadora donde lo más revolucionario no vendrá de los hombres, sino de los robots.

Supongo que quienes piensan como Oriol Junqueras y Rufián son más conscientes del país y del continente en el que viven. No renuncian a nada, pero advierten de las andanzas del brujo. Y piden tiempo. Más tiempo. Para ensanchar la base. Con ello, chocan con uno de los mantras del 'procés': “Tenemos prisa”. Las encuestas nos dicen que este discurso cala en el grueso de una sociedad catalana cansada de improvisación. Queda por ver si la calle les da también la razón. La Diada servirá para ver si convencen a esta generación catalanista a la que han prometido tocar el cielo y a los jóvenes que se sumaron al carro del 'procés' escuchando al otro Rufián, aquel que tronaba contra la monarquía, el régimen del 78 y lo que hiciera falta.

Andreu Claret, periodista y escritor.

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