La mamá y el puñetazo

Así habló el papa Francisco: “Si dice una mala palabra de mi mamá puede esperarse un puñetazo. ¡Es normal!”. Obviamente, ni él ni ningún bien nacido justifica los bárbaros asesinatos de Charlie Hebdo. Pero es un útil recordatorio de la diferencia entre defender la libertad de expresión, una esencial conquista democrática, y la responsabilidad ética y cívica en el ejercicio de esa libertad. Porque los mensajes emitidos por los medios no pueden interpretarse fuera de su contexto de recepción. No soy sólo yo, sino yo y mi circunstancia. Por ejemplo, durante la persecución nazi contra los judíos los caricaturistas del periódico antisemita Sturmer tuvieron un papel importante en la creación de imágenes siniestras de judíos acentuando supuestas características como las narices curvas, en facciones repulsivas y entre ojos satánicos. En los juicios de Nuremberg dichos caricaturistas fueron condenados por apología de la violencia antisemita y el director e inspirador de Sturmer, Julius Streicher, fue sentenciado y ahorcado en 1946. Mensajes gráficos similares fueron utilizados en Ruanda por los caricaturistas hutus contra los tutsis. Y es que el grafismo denigrante es un arma de destrucción colectiva cuando trabaja sobre los prejuicios y estereotipos existentes en la cultura y en la sociedad.

Se señala en medios periodísticos que la sátira gráfica cumple objetivos informativos y de estímulo del debate público cuando tiene un propósito identificable, como la crítica a la corrupción política o a la brutalidad policial o terrorista. ¿Pero qué propósito puede tener uno de los dibujos más controvertidos de Charlie Hebdo representando a Mahoma en pelotas invitando a que le den por el culo? Aquí no hay pedagogía ni sátira, el propósito es simplemente el insulto, la ofensa a la comunidad religiosa más numerosa del mundo y cuya inmensa mayoría reprueba la violencia y el terror porque son los musulmanes los que más sufren de los ataques yihadistas. Pero este rechazo puede cambiar si siguen las ofensas gratuitas y la asimilación entre Mahoma y terrorismo. Es más, el contexto de la recepción de este tipo de mensajes es una Europa caracterizada por la xenofobia y el racismo contra una amplia minoría étnico-religiosa, que representa entre el 8% y el 12% de la población en muchos países. Más aún, se trata de un grupo en situación social, económica y educativa muy inferior a la media del país. Y en donde la discriminación laboral y el acoso policiaco son la experiencia cotidiana de muchos musulmanes. En esa situación de exclusión social los jóvenes, en su mayoría ciudadanos que han crecido sin poder ser aceptados como franceses o belgas pero que tampoco conocen otro país, se aferran a su identidad religiosa como forma de afirmación de su existencia, su única fuente de identidad compartida en realidad, tal como se documenta en el libro Europa musulmana o Euro-Islam que publiqué hace algún tiempo. El sarcasmo y el insulto contra ese último refugio de dignidad es una humillación insoportable que está en la base del fenómeno masivo de adhesión a Al Qaeda y al Estado Islámico, a pesar del barbarismo de estos movimientos yihadistas.

Las victorias militares del Estado Islámico en Siria e Iraq han suscitado el entusiasmo entre jóvenes humillados que ahora tienen una causa por la que morir. Y que establecen un puente humano de ida y vuelta entre las tierras liberadas para el islam y sus comunidades de origen en donde tratan de sembrar el caos para vengar las afrentas. En esa ágora global que es internet disponen de un espacio de expresión libre en donde se intercambian experiencias, informaciones, relatos y canciones que proporcionan el común sustrato cultural, tal como fueron los espacios liberados para todos los movimientos revolucionarios en la historia. Y en este caso se incluyen informaciones e instrucciones para construir su propio armamento y desarrollar sus tácticas sin necesidad de recibir órdenes de un mando centralizado. Y aunque en algunos casos los objetivos que atacar son identificables, como Charlie Hebdo o la policía, este tipo de terror puede descentralizarse ampliamente: cualquier judío, cualquier sinagoga, cualquier sede de gobierno, cualquier organización mediática, según el nivel de rabia y obsesión de cualquier islamista dispuesto a morir.

Las armas proliferan, los posibles contactos son múltiples. Y el control y represión crecientes de las unidades antiterroristas exacerban el desafío y entrenan a nuevas oleadas de candidatos al martirio cuyo asalto disperso no es controlable salvo instalar un régimen general de emergencia policiaca que hará peligrar nuestras libertades. Porque el instrumento crea la función. Cuanta más policía de élite y más medidas de excepción se aprueben, mayor probabilidad de que se cometan abusos contra cualquier persona. De hecho, eso es lo que buscan los movimientos yihadistas: implantar un estado de guerra en que las democracias desaparezcan como forma de vida aunque sobrevivamos atrincherados en nuestros hogares, entre el miedo y el odio a los otros. Piensan que en esta lógica tienen superioridad estratégica porque, como dijo Bin Laden, nosotros tenemos miedo a morir y ellos no.

Encender la mecha de la provocación gratuita en medio de ese polvorín de pasiones, injusticias y fanatismos contrapuestos es absolutamente irresponsable. Defender la libertad no puede eximir la irresponsabilidad. Por cuanto la libertad de expresión no es la misma para Charlie Hebdo que para el cómico Dieudonné, arrestado por decir en Facebook: “Me siento Charlie Coulibaly”, aunque luego lo borrara. La mejor forma de honrar la memoria de Charlie, o de Wolinski, compañero de movimiento en Mayo 1968, es que su asesinato obligue a una reflexión colectiva sobre cómo vivir juntos en un mundo fanatizado, en crisis de identidad y dispuesto a destruirse en violencia fratricida. Porque todos somos humanos antes de ser Charlie.

Manuel Castells

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