La marca de Caín en Alsasua

La marca de Caín en Alsasua

Caín no era un buen tipo. Nació en el seno de una familia estigmatizada por el pecado, pero célebre. Quizá por eso tuvo una relación especial con el poder divino, una relación que no supo gestionar. Presa de la envidia y los celos, mató a su hermano al comprobar que la ofrenda que Abel le hacía a Dios ensombrecía la suya, al constatar que otro se llevaba el rédito. Las consecuencias, reza la Biblia, generaron lo que hoy se conoce como la marca de Caín, explicada así en el Génesis: “Ahora quedarás bajo la maldición de la tierra, la cual ha abierto sus fauces para recibir la sangre de tu hermano, que tú has derramado. Cuando cultives la tierra, no te dará sus frutos, y en el mundo serás un fugitivo errante”.

Mucho ha llovido desde que se redactaron esas palabras hasta que un secretario de Estado de Seguridad del Gobierno de España escribió el libro que inspiraría una serie con título homónimo. Rafael Vera publicó El padre de Caín en 2009 para novelar la dura y agria vida de la Guardia Civil en la Euskadi de plomo. No obstante, en sus páginas no citó a Segundo Marey, a José Antonio Lasa o a José Ignacio Zabala, por poner tres ejemplos.

El primero era un vendedor al que mercenarios de los GAL pagados con fondos reservados del Ministerio del Interior secuestraron al confundirle con el dirigente de ETA Mikel Lujua. Lasa y Zabala eran terroristas de ETA a los que varios guardias civiles integrados en el GAL verde secuestraron, torturaron, asesinaron y enterraron en cal viva. Esto es importante destacarlo porque Rafael Vera fue condenado en 1988 a diez años de prisión y a doce de inhabilitación absoluta por su relación con los GAL.

La Guardia Civil de los años 80 se desenvolvió en un contexto marcado por la historia de España. La dictadura franquista dio paso a un Estado democrático en el que ETA contaba con un importante apoyo social. Aquella circunstancia, unida a la brutal embestida del terrorismo en el País Vasco –un asesinato cada 72 horas–, llevó a algunos miembros del Instituto Armado a llevar a cabo acciones siniestras y deleznables, más aún si cabe al estar estas amparadas por miembros de un Gobierno como el de Felipe González. Más aún al constatar hoy la impunidad que empapa a las altas esferas de los GAL.

Eloy, uno de los personajes de la miniserie El padre de Caín, recién estrenada, dice esto en tono de reproche cuando compañeros suyos de la Guardia Civil se disponen a torturar a dos miembros de ETA que acaban de ser arrestados: “Eso es lo que quiere ETA, que les deis de hostias”. Puede que no lo parezca, pero Eloy, encarnado por el actor Quim Gutiérrez, está alertando de los peligros de la marca de Caín, esa que convirtió al hijo de Adán en “fugitivo errante” de por vida. Eloy acierta porque el tiempo le ha dado la razón.

Hoy los miembros de la Guardia Civil en el País Vasco y en Navarra son tratados como fugitivos errantes injustamente marcados por la barbarie de un grupo de desalmados que decidieron abandonar la senda del Estado de derecho para ejercer el terrorismo de Estado. Los GAL han sido y son el balón de oxígeno del que respira la propaganda radical en muchos pueblos vascos y navarros. Allí, ser guardia civil equivale a no poder comprar el pan, a que no te vendan leche o a que los amigos de tus hijos les acusen de tener un padre torturador.

Cientos de guardias civiles que murieron presa de una serpiente son estigmatizados de forma consciente por algunos y de forma inconsciente por otros. El padre de Caín ficciona la realidad de los años de plomo y presenta a un colectivo asediado, pero lo hace en un momento en el que gobiernos como el vasco delinean sus políticas públicas de memoria deslizando a las nuevas generaciones que en Euskadi dos actores ejercieron la violencia ilegítima de forma sistemática: ETA y el Estado.

Todo sucede en un momento en el que, pese la ausencia de asesinatos terroristas, la Guardia Civil es acosada de forma sistemática en pueblos del País Vasco o Navarra. Pueblos como Oñate, en el que cientos de personas rodean una vez al año el cuartel del Instituto Armado donde viven hombres, mujeres y niños para amedrentarles y forzarles a irse de allí. Pueblos como Alsasua, donde hace escasas semanas decenas de radicales propinaron una paliza a dos guardias civiles y a sus novias. De nuevo, la marca de Caín estuvo presente en la boca de uno de los agresores, que decidió golpear al grito de “¡Al sargento torturador hay que matarlo!”.

Juanfer F. Calderín es periodista.

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