La marea verde es la revolución que dará frutos en 2020

Una joven participa en las demostraciones a favor del aborto en Buenos Aires, Argentina, el 10 de abril de 2018. (Natacha Pisarenko/AP Photo)
Una joven participa en las demostraciones a favor del aborto en Buenos Aires, Argentina, el 10 de abril de 2018. (Natacha Pisarenko/AP Photo)

En 1921, en Argentina, las mujeres no podían votar. No podían ser presidentas. No podían ser diputadas. No podían divorciarse. No podían separarse si las violaba su marido. No podían salir de sus casas si su marido les pegaba. No podían salir de sus casas (salvo para comprar la comida y cocinar dentro del hogar) y no esperar al marido que trabajaba. No podían decir que no. No podían manejar su dinero. No podían manejar. No podían tener sexo sin tener hijos. No podían hacer otra cosa que tener hijos o vestir santos. No podían decidir no tener hijos. No podían decidir sobre sus hijos. No eran bien vistas si no se vestían bien. No podían jugar al futbol. No podían jugar. Ni gozar. No podían hacer otra cosa que cumplir.

No podían casi nada.

Sin embargo, en 1921, el Código Penal ya decía que las mujeres podían abortar si las violaban y si corría riesgo su vida o su salud. Casi un siglo después —99 años más tarde—, en 2020, el escenario político de Argentina indica —a menos que se crucen santos, demonios, lobbies del Vaticano y el creciente evangelismo fanático— que el aborto legal, seguro y gratuito sería aprobado en el Congreso de la Nación.

El gobierno saliente de Mauricio Macri trajo consigo al neoliberalismo, que no se lleva bien con el liberalismo sexual. En épocas de mayor coherencia histórica quienes pedían libertad de mercado sostenían, también, la libertad de los cuerpos y el derecho a decidir sobre la sexualidad y la reproducción.

Ahora, quienes no quieren la intervención del Estado en la regulación financiera o la ayuda pública a los sectores más vulnerables, sí pretenden que se prohíba a las mujeres y cuerpos gestantes (personas trans autopercibidas como varones pero con capacidad biológica de embarazarse) interrumpir un embarazo sin tener que recurrir a la clandestinidad, el miedo a la cárcel o a llegar a un hospital con la sangre entre sus piernas como prueba del delito y terminar presa o con una intervención sin anestesia como castigo por no querer (o no poder) ser madres.

En el 2018, Macri abrió el debate legislativo y de su bloque político, Cambiemos, a la libertad de conciencia. El proyecto de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) se aprobó en la Cámara de Diputados el 14 de junio del 2018, pero se frenó en el Senado de la Nación el 9 de agosto pasado.

Macri terminó su intento frustrado de reelección diciendo que estaba a favor de los sectores antiderechos (antiaborto) identificados con los pañuelos celestes, como el color que los estereotipos de género siempre le han asignado a la marca de satisfacción por la llegada del hijo varón.

En la Argentina, en cambio, el pañuelo verde de la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito se convirtió en un símbolo de identidad en reclamo al derecho a los cuerpos, pero también en un guiño de solidaridad entre estudiantes que los portan en sus mochilas, en sus muñecas, y en las marchas.

El verde se extendió como una marea a toda América Latina, desde las jóvenes colombianas que lo colgaron en diferentes estatuas en Bogotá el 28 de septiembre (día de la despenalización del aborto en América Latina y el Caribe), hasta las reuniones clandestinas en Nicaragua por parte de “Las Malcriadas” sobre el régimen del presidente Daniel Ortega, quien prohibió totalmente la interrupción del embarazo, incluso en casos de violación.

El 14 de noviembre, la cantante chilena radicada en México, Mon Laferte, llevo un pañuelo verde en el cuello cuando destapó su cuerpo —y sus pechos— en la entrega de los premios Grammy para denunciar que “En Chile torturan, violan y matan”, con un cuerpo expuesto como pancarta y con el verde en la garganta.

Argentina es una pieza clave en el mapa de América Latina. Por eso, es probable que, si en el 2020 se aprueba la ley, las demandas crezcan en todo el continente. Hasta ahora, el panorama parece encaminarse a que, desde Sudámerica, se van a mover las fichas.

El mandatario electo Alberto Fernández, quien asume la Presidencia de Argentina el 10 de diciembre, se pronunció en contra de la penalización del aborto en el debate electoral y ya anunció que va a mandar un proyecto de ley al Congreso de la Nación después de concurrir a la presentación del libro “Somos Belén”, de la escritora feminista Ana Correa (con prólogo de la autora de “Los cuentos de la criada”, Margaret Atwood). La tapa de este libro tiene estampado el verde.

Este verde ya no es solo un color, sino un signo de nuevos tiempos. No solo por el aborto legal. También para que los cambios den verdadero poder a las mujeres. El poder de decidir sobre el cuerpo propio.

En 2020 puede empezar, de verdad, una nueva etapa de la humanidad. Una con ciudadanas plenas.

Y con luz verde.

Luciana Peker es periodista especializada en género y autora de los libros “La revolución de las hijas” y “Putita Golosa, por un feminismo del goce”.

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