La matanza

Cada vez que sucede una matanza indiscriminada como la que ha tenido lugar en la Universidad Politécnica de Virginia se alude a la enorme permisividad que existe en EEUU con respecto a la posesión de armas por parte de personas particulares, así como a los intereses de la industria armamentística para que las cosas sigan igual. Eso, sin lugar a dudas, es así, pero no sé si eso sólo explica el hecho de que a algún venado le dé de vez en cuando por coger un rifle y emprenderla a tiros contra los estudiantes.

A los extranjeros siempre nos llama la atención esa especie de veneración por el arma que tienen muchos americanos. Un amigo cercano nos enseñaba en su casa, tras una cena larga, un magnífico revólver (si los revólveres pueden ser magníficos) y estaba empeñado, además, en que fuésemos al monte algún día a pegar unos tiros. Desde luego, se trata de una persona pacífica donde las haya, a quien nunca he visto discutir o perder los papeles en una discusión. Recuerdo también el párking del instituto en donde estudiaba nuestro hijo, en una ciudad del oeste americano. Tanto por las mañanas como por las tardes llegaban las familias con unos coches desmedidos a dejar o recoger a los suyos. En muchos de los vehículos las armas estaban a la vista, sin disimulo alguno: unos rifles marrones encajados entre los dos asientos delanteros y apuntando al cielo, con un conductor rechoncho que escondía su privilegiada cabeza debajo de un sombrero de fieltro. Era un espectáculo un poco surrealista para nosotros, pero completamente natural y realista para ellos. En otra ocasión, en un largo viaje, paramos en una especie de museo de minerales (en realidad, la tienda de un particular de desmedida barriga, en donde vendía piedras que recogía por los montes... ¿y monedas romanas!), nos mostró con orgullo la habitación en donde vivía, presidida por una Kelvinator de manivela y una televisión llena de colores y voces: no faltaba un revólver en la mesilla y un rifle en la pared. Bueno, tampoco faltaba una enorme serpiente pitón en su cama.

La cultura de la conquista, el canto a los pioneros que llegaron hasta tan lejos, está muy presente en la historia norteamericana, porque, al fin y al cabo, tampoco ha pasado tanto tiempo desde que llegaran, sobre todo al extremo oeste, cargándose a todos los nativos que fueron encontrando por el camino. Aún hoy los indios viven confinados en reservas miserables (el consejero Madrazo no sabría por dónde empezar allí) y no es raro encontrarte a cada paso con esa filosofía tan enraizada en la población y en la Administración, situada en las antípodas del Estado protector. 'Arréglese como pueda' es una de las máximas más consagradas en la convivencia diaria. Y eso se traduce también en las inmensidades salvajes y bellas de su propia geografía: carreteras, malísimas en muchas ocasiones, que parecen no tener fin; autopistas que cruzan ciudades en todos los sentidos, metros urbanos que parecen pasar al lado de la ventana del vecino del quinto, amplias zonas en donde sus habitantes parecen no haber visto un extranjero en su vida, etcétera. Y esas vías de comunicación que de repente aparecen cruzadas por un enorme cartel que dice: 'At your own risk'. Como diciendo: a partir de aquí puede continuar, siga si le apetece, pero asuma las consecuencias de lo que le pueda ocurrir, porque la Administración no responde para nada de este camino, no responde del asfaltado, ni de los baches, ni de los agujeros de dos metros con los que se pueda encontrar. Ni de un río fuera de su cauce. Ni de, puestos a ello, algún pirata tuerto y con pata de palo. Todo esto está plenamente vigente en algunos Estados. Arréglese como pueda.

Así que no es extraño que ese arréglese como pueda incluya también el hecho de las armas: si usted quiere tener armas, es su problema. Arréglese como pueda. Y enseguida viene la justificación: son para la defensa propia. Aunque la historia de EE UU se caracterice mucho más por el ataque que por la defensa. La banalidad de la muerte está muy enraizada en la cultura americana, basta ver la alegría con la que se invadió Irak. La pena de muerte se aplica de la forma más aséptica posible: serán capaces de cuidar del reo si enferma, de darle de comer para que engorde un poco, lo atenderán con esmero si se rompe un brazo al resbalarse en el corredor de la muerte, y sólo después le aplicarán la inyección, con profesionalidad, con bata blanca y mascarilla, y ante la más absoluta indiferencia de la población, quitando algunos pocos grupos contrarios a la salvajada. Y eso aunque, en ocasiones, no haya tenido un juicio justo, se hayan fabricado pruebas en su contra o los testigos hayan inventado la mitad de la historia. Que lo hubiera pensado antes.

En efecto, la compra de armas está regulada en cada Estado, mediante normas que no suelen ser muy estrictas. En algunos Estados las armas deben portarse a la vista de forma obligatoria (como John Wayne) y no se pueden esconder bajo la ropa. En muchas casas existen armarios con armas relucientes. En los institutos estudian, con uniforme diferente, quienes se quieren integrar en el ejército, que empezarán la jornada izando la bandera y cantando el himno, y la policía del propio centro patrulla en bici vigilando a los estudiantes con prismáticos; en las universidades una policía musculosa y con cara de pocos amigos pasea por el campus en sus coches de colores y con el revólver colgado al cinto, mientras los estudiantes asisten a un concierto de jazz o de música clásica, o terminan su último 'paper' en la biblioteca. Vaya, que muchas de las cosas que se ven en las películas suceden tal cual. Las armas son un elemento más de la vida. Y de la muerte, como en esta ocasión.

Ahora le ha tocado al Virginia Polytechnic Institute, una buena universidad pública. Se encuentra entre las cien mejores de EE UU, y es una de las 200 mejores de todo el mundo, según distintas clasificaciones. Esa forma de entender la vida como un arreglo permanente y solitario con la misma tiene aspectos positivos, eso es evidente. Pero tiene también muchos aspectos negativos: una persona solitaria atormentada con problemas que sólo puede rumiar en el garaje puede decidir comprar un rifle en lugar de un chupachup, y puede decir que allá voy a ver si les arreglo la tarde a étos. Otros prefieren tomar un café o a jugar con una máquina o ligar con un alemán por Internet. Supongo que alguna explicación debe haber en todo esto, porque aunque haya otras muchas personas por el mundo con armas, estos ataques, y con tanta reiteración, sólo se producen allí.

Pello Salaburu