La memoria de Isidre Molas

«Seguramente es tan esencial no olvidar como no vivir movido por el dolor del recuerdo». «Olvidar no es, ni puede ser, no recordar, más bien exige que lo que hagas no esté marcado por los hechos del pasado, sino por el futuro que quieres abrir». Con esta lúcida visión personal y política de la huella que le dejó su oposición activa a la dictadura franquista se expresa Isidre Molas en su libro El meu temps de presó 1962-1963, publicado por Edicions 62.

En un país en el que la desmemoria instituida sobre el pasado más próximo ha calado en la generación presente, a pesar de los tímidos intentos llevados a cabo para evitarlo, viene bien conocer la visión de alguien que fue condenado por rebelión militar por unos hechos que desde la entrada en vigor de la Constitución son derechos fundamentales de la persona. Viene bien no olvidar cómo fue aquella dictadura, a fin de construir un futuro que no esté lastrado por los rescoldos que dejó en las actitudes y en el comportamiento político de la ciudadanía y en la débil fortaleza de las instituciones democráticas actuales. Pues no es seguro que, después de 33 años, el lastre haya desaparecido del todo. Incluso, a veces, parece que reviva.

Isidre Molas, catedrático de Derecho Constitucional de la Universitat Autònoma de Barcelona, vicepresidente que fue del Parlament de Catalunya y, en la actualidad, vicepresidente del Senado, autor, entre muchos otros, de un libro imprescindible sobre la Lliga Catalana, no ha escrito unas memorias al uso. Su tiempo de prisión es una reflexión personal y también política del contexto que rodea a un joven universitario de 22 años que es condenado por rebelión militar. Un delito que, en realidad, los únicos que lo habían cometido eran Franco, los militares golpistas y todo el entorno social, económico y eclesiástico que se alzó en armas contra el régimen democrático de la Segunda República. La rebelión militar por la que condenaron al joven Molas y que le llevó a un periplo por la prisión Modelo de Barcelona, además de las de Madrid, Calatayud y Soria, se basó en los siguientes hechos contenidos en los informes de la policía: ser persona con ascendiente en la Facultad de Derecho; haber sido sancionado académicamente por actos de rebeldía política, al haber pedido la amnistía de presos políticos; ser miembro del Front Obrer de Catalunya; y haber recibido octavillas en mayo de 1962 para promover la huelga general en Barcelona. Eso era, entre otros ejemplos, lo que el régimen entendía como rebelión militar.

No es una mirada épica, sino una contenida crónica personal sobre la privación de libertad por motivos políticos que padeció y un particular mural sobre los diversos grupos de oposición a la dictadura de Franco. Una mirada dúctil y en ocasiones irónica, de un hombre que, con lo que ahora ha decidido explicar, muestra un intenso mundo interior sobre sí mismo, su familia y la sociedad que le rodea. Una expresión, entre otras, de esta mirada acerca de su itinerario personal frente a la represión es el sentimiento de miedo. Es el recuerdo más vivo que afirma que le ha quedado: el miedo a ceder, a ser doblegado, a dar nombres, a la brutalidad de la Brigada Político Social de infausta memoria, el miedo a oír gritar tu nombre en la celda subterránea para que subieses arriba a diligencias, el miedo a perder y a no tener la fuerza e inteligencia suficientes para afrontar los interrogatorios, el miedo a ser seguido…

Otra mirada del profesor Molas es la que se proyecta acerca de la idea de libertad, sobre la que reflexiona a su paso por la prisión de Soria, donde, pensando en el futuro democrático, entonces todavía lejano, se plantea cómo habría de ser la organización de la libertad concluyendo que, a diferencia de lo que él mismo pensaba poco antes, la cosa no sería tan fácil, ni tan simple, como percibía en algunos nacionalistas vascos también presos, muy anclados en al primaria y sectaria idea de la sociedad unánime.

Porque, afirma, sin la libertad de cada uno para ser, opinar y vivir como quiera, salvo que infrinja el Código Penal, no habría ni democracia ni libertad de Catalunya, ni justicia social ni socialismo. Sin libertad personal todo sería flor de un día. «Ser partidario de la libertad propia no resulta difícil, lo que resulta difícil es admitir y luchar por la libertad de los otros». Soy de la convicción de que esta idea básica de la organización democrática de la libertad no encuentra todavía un arraigo fuera de toda cuestión en la sociedad española.

La lectura del tiempo de prisión de Isidre Molas y el de tantos otros revela que las libertades de las que gozamos deben mucho a todos aquellos que, como él, dieron lo mejor de sí mismos para recuperarlas ante un régimen político ominoso. Por ello, provoca envidia el esfuerzo que países como Francia o Alemania han hecho para dignificar a través de instituciones estables su respectiva memoria de la libertad, como signo de la calidad de su sistema democrático y de construcción de un futuro de libertad.

Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional, UPF

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