La memoria instrumental

Después de veinticinco años donde lo que privaba era la desmemoria, la amnesia colectiva, ahora sufrimos una auténtica saturación de la memoria. Si de algo se caracterizó la transición democrática, ese periodo que va de la muerte de Franco (1975) a la victoria socialista del 82, fue el olvido, o más exactamente el esfuerzo por que la memoria no enturbiara la marcha de aquella democracia frágil y sobrevenida. Me acuerdo que quienes nos dedicábamos entonces a reconstruir lo más obvio de la memoria perdida éramos acusados de resentidos y boicoteadores de la estabilidad de aquel régimen nacido de padres de dudosa legitimidad, el padre Consenso y la mamá Reconciliación. Padres no biológicos, por supuesto, porque los sanguíneos, los que habían cohabitado y de los cuales había salido aquel muchacho sietemesino, del cual tanto se llegaría a hablar cuando se hizo mayor, se llamaban respectivamente Reforma y Adaptación, que llevaron el embarazo casi a escondidas hasta la clínica "Esto es lo que hay",también conocida como "Vosotros habéis ganado pero confiamos que haya sitio para todos". Pendejadas metafóricas.

Todo empezó a cambiar en los 90 - acababa de caer el Muro, no se olvide- y a la derecha tradicional le alcanzó una dosis de optimismo histórico. De pronto todos se hicieron hegelianos de Fukuyama, empezando por los empresarios de la construcción; sin saberlo, como el personaje de Molière. Nos fue invadiendo el agrio aroma del mercado; si el mercado es la libertad, nosotros, aseguraban, fuimos liberales siempre aunque no lo supiéramos expresar.

Y que conste que soy de los que piensa que el mercado es una parte de la libertad, como los juzgados son fundamentales para un Estado de derecho. Se puede tener mercado en una dictadura siniestra y jueces en un régimen de malhechores. Exactamente lo que pasó durante los años del cólera, que el mercado estaba escorado por la corrupción y los jueces eran una parte del sistema represivo. La memoria histórica ha vuelto, y como ocurre siempre que reaparece, viene acompañada del patriotismo.

No hay memoria histórica sin patriotismo. Otra cosa es hacer historia, escribir historia o contar historias, pero allá donde se refieran a memoria histórica hay siempre patriotismo. Porque la memoria está vinculada al individuo, y la suma de memorias históricas de los individuos generan patriotismo; patriotismo del corazón o de la tierra, sentimientos e intimidades. Pocas cosas hay más falaces que las memorias. Si quieren les recomiendo una serie de libros de memorias de personajes relevantes y vivos, cuya falsedad es tan notable que asombran por su desparpajo. Si la memoria no me falla - ¿ven como es insegura la memoria?- Santiago Carrillo va por sus sextas memorias. Y no es que tengan seis volúmenes, es que cada volumen lo cuenta de diferente manera. Pero podría citar otros, no tan prolíficos pero no menos desvergonzados.

La memoria histórica y el patriotismo a menudo viajan juntos. Se empieza siempre de manera muy entusiasta porque la memoria histórica tiene un arrastre irresistible; pertenece al hondón de cada persona. ¿Quién puede negarse a que los huesos de un antepasado vilmente fusilado o paseado o torturado hasta la muerte, puedan ser recuperados por sus familiares? ¿Quién se puede negar a que los papeles que pertenecen a una familia o una institución, que han sido confiscados durante la guerra y por un régimen inicuo, puedan ser devueltos a sus propietarios? Ahora bien, si usted hace de la recuperación de cadáveres una tarea de gobierno, y la exhibe, está abriendo la caja de los truenos. Lo cual no tiene nada de malo, ni tampoco de bueno, es un hecho en sí, que debe asumir quien lo provoca, sin escandalizarse.

Un partido puede convertir la devolución de los papeles de Salamanca en una misión política trascendental - la primera vez que se exigió la devolución de los papeles a Catalunya, como no se cansa de repetir Fabián Estapé, no fue por obra de los patriotas sobrevenidos, muchos de los cuales deberían preguntar a sus padres por qué confiscaron los papeles, sino de Antonio de Senillosa y Fraga Iribarne-. Pero esa exigencia responde a una política conservadora; mira hacia atrás. ¿Cómo es posible que se considere política de izquierdas pedir unos papeles cuyo interés es simbólico mientras la ciudad de Barcelona se desangra socialmente en uno de los desastres más brutales que haya vivido nunca? ¿Ha habido alguna vez mayor razón para convocar una huelga general cívica contra esos espantapájaros que nos gobiernan? Esos prestidigitadores paletos que se pasan el palomo de unos a otros. Desde Jordi Pujol y Felipe González hasta los innombrables que pagamos para que nos gobiernen, todos, pasando por los Aznares, los Maragall, los Zapatero y los Montilla, todos coadyuvaron al caos, y ahora se acusan como los niños, y nosotros hacemos como si nos lo creemos. ¡Al catalán emprenyat,querido Juliana, lo castraron cuando le hicieron creer lo del oasis! Y ahora está perplejo porque ha cambiado el Govern y es exactamente igual, tan inane como la derecha catalanista. De los diez mil radicales que se concentraron para indignarse dignamente y reírse muchísimo - la izquierda catalana se ríe mucho últimamente, y no porque se mire al espejo sino porque paga a sus payasos con prodigalidad- por los papeles de Salamanca aventuro que más del 90 por ciento dependían directa o indirectamente de la Generalitat o los ayuntamientos. ¿Alguien ha calculado cuánta gente se saca un sueldo o un sobresueldo de las instituciones públicas catalanas?

Esos promotores de memoria histórica juegan con los sentimientos de un puñado de gente que dice despreciar la política pero se sienten patriotas. En un reciente mitin, el conseller de Cultura, supuesto filósofo y funcionario de la universidad, ensalzó la memoria de los patriotas catalanes que murieron en la Guerra Civil. Ven, ahí están los efectos letales de la memoria histórica, que no de la historia. El catalanismo político, usufructuador histórico del patriotismo catalán, se fue en gran parte a Salamanca, y con Franco, y confieso que cada vez que veo esos carteles con homenajes a los patriotas catalanes que murieron en el Ebro, me producen una sensación muy similar a la de las iglesias con los gloriosos caídos por Dios y por España. ¡Un poco de respeto! En el Ebro murieron tal cantidad de republicanos que lo de los patriotas catalanes suena a sarcasmo.

¿Con qué razón vamos a reprocharle al franquismo su discriminación hacia las víctimas si nosotros estamos haciendo lo mismo? ¿Por compensar? Mentira, por contentar a la parroquia regalándole vaharadas de autoestima. La política tiene algo de oficio de carnicero; usted debe eviscerar, limpiar las partes sucias, para luego colocarlo en la vitrina limpio y digno de ser devorado. Nosotros estamos en el secreto, somos gente que incluso leemos artículos largos; por tanto, hablemos de política. Sacar una ley de la Memoria Histórica 30 años después de las primeras elecciones y 25 después de la victoria socialista por mayoría absoluta, se llama un trágala,y eso es hacer política mirando hacia atrás porque no se tiene ni zorra idea de qué hacer mirando hacia delante.

Mañana domingo coincidirán dos acontecimientos donde se mezcla la historia con la memoria histórica, y sería bueno analizarlos y juntos. Se cumplen 25 años del final de la transición, o lo que es lo mismo de la victoria arrolladora del PSOE que le consintió gobernar con mayoría absoluta para hacer y deshacer. También mañana la Iglesia católica procederá en la plaza de San Pedro de Roma a la beatificación de 498 religiosos asesinados durante la República y la Guerra Civil.

Hace veinticinco años la Iglesia católica española no se hubiera atrevido. La pregunta que deberíamos hacernos es ¿por qué ahora sí? De la respuesta que demos saldrán dos formas de hacer política, pero, por favor, dejemos la demagogia e impongamos unos cuantos meses de veda a la memoria histórica.Como mínimo hasta marzo y las elecciones. Cuando alguien se refiere con vigor y fuerza a la memoria histórica me evoca un chiste de El Roto donde un personaje le dice a otro "¿Te acuerdas de cuando vitoreábamos a Franco?" . Y el otro responde: "Sí, pero lo mío eran vítores de protesta".

Gregorio Morán