La ministra de la anécdota

Por Eugenio Nasarre, diputado y portavoz de Educación del PP (ABC, 03/10/06):

LA intervención de la ministra de Educación en la sesión de control en el Congreso de la pasada semana me produjo una gran decepción. Al ser preguntada por el anuncio televisivo en el que un niño, que viste la camiseta del equipo nacional, pretende impedir que otros niños, presuntamente catalanes y vascos, jueguen al fútbol, despachó el asunto apelando a la manida distinción entre anécdota y categoría. Nos dijo displicentemente que el asunto era una mera anécdota. Como de pasada, aclaró que no consideraba «acertada» la utilización de niños en este tipo de spots televisivos, pero afirmó, tajantemente, que el Gobierno «no se planteaba la censura de este tipo de publicidad».

Todo el hilo argumental, muy burdo, como se puede apreciar, conducía a una única conclusión: no había que hacer nada, había que mirar a otro lado. A la señora ministra de Educación no le preocupaba en absoluto el caso, se encogía simplemente de hombros y, con cierto aire de superioridad, nos invitaba a que no perdiéramos el tiempo en enredar en asuntos tan insignificantes.

¿Qué había detrás de su asombrosa respuesta en su condición de ministra de Educación? ¿Cobardía? ¿Indiferencia? ¿Falta de sensibilidad? ¿Ceguera? ¿Acaso los ministros del Gobierno de Zapatero se sienten tan atados a sus compromisos con los nacionalistas que les impide ejercer la responsabilidad que la sociedad española espera de ellos?

Porque el anuncio de marras contiene todos los ingredientes que deberían suscitar preocupación a quien ha asumido la tarea de dirigir las políticas educativa y deportiva de España. ¿Puede una ministra de Educación sentirse tan insensible ante la utilización de menores de edad para lanzar mensajes que provocan la división entre los españoles, que inducen a la violencia y que se basan en la mentira? ¿No sabe que la Constitución establece, con gran claridad, la «protección de la juventud y de la infancia» como uno de los límites del ejercicio de la libertad de expresión? ¿Desconoce, también, la ministra las normas europeas y españolas que protegen a los menores de edad en las actividades publicitarias? ¿Por qué se refugió en el argumento demagógico, e improcedente para el caso, de que estaba contra «la censura»? ¿Acaso no sabe que los anuncios publicitarios están sometidos, en nuestra legislación, como en la de todos los países europeos, a unas estrictas normas deontológicas?

¿No se ha dado cuenta de que el spot publicitario se está emitiendo en el contexto de un clima de preocupante violencia en nuestras aulas? ¿No le preocupan a la ministra de Educación la violencia y la agresividad que están presentes de modo creciente en nuestros centros educativos? ¿Cree que el mensaje que contiene el anuncio es beneficioso para nuestros escolares? ¿Es lo que conviene a nuestros adolescentes y jóvenes para su formación? ¿Qué sentirá cualquier maestro, al enterarse de que «su» ministra no es capaz de condenar el anuncio publicitario de marras, lo considera una «anécdota» y propugna que lo aceptemos sin más en aras de la sacrosanta libertad de expresión? ¿Ese maestro se habrá sentido apoyado en su tarea formativa para favorecer los valores de la convivencia por la máxima responsable de la educación pública de nuestro país?

Nuestros profesores esperan y necesitan otro tipo de mensajes de quien dirige las políticas educativas de nuestra nación. Ellos viven día a día la dura realidad de muchas de nuestras aulas, en las que los comportamientos agresivos y violentos y la falta de respeto a sus maestros están adquiriendo dimensiones alarmantes. Es este, acaso, el principal problema al que se enfrentan nuestros docentes y que contribuye decisivamente a los malos resultados de nuestro sistema educativo y al patológico índice de fracaso escolar. Si no dedicamos todo nuestro esfuerzo, todas nuestras capacidades, a restablecer los valores del respeto mutuo, de la confianza y de la observancia de las reglas de la convivencia, nuestro futuro como sociedad se verá muy comprometido.

Creo que la ministra abdicó gravemente de sus responsabilidades. El anuncio de las selecciones deportivas no es una mera anécdota. Es un anuncio que se emite en el medio de comunicación más influyente entre los adolescentes y jóvenes; que llega a todos los hogares; que lo pueden ver personas de todas las edades. Y el mensaje tiene una indiscutible repercusión formativa, que afecta a la convivencia entre los españoles y a los valores sobre los que debe asentarse, porque convierte al deporte no en instrumento de amistad y concordia, sino en un arma arrojadiza.

Yo me limito a preguntar qué pasaría si, con carácter general, los menores de edad fuesen utilizados en los medios de comunicación para emitir mensajes que provocasen el enfrentamiento entre los españoles. ¿Daría la misma respuesta la ministra de Educación? ¿Se lavaría las manos?

Creía que la ministra de Educación de España debería estar preocupada por el clima escolar de nuestros institutos y colegios. Esperaba que iba a aprovechar esta ocasión para lanzar un claro mensaje contra la violencia, contra la agresividad, contra todo lo que fomente el odio y la división entre los españoles. Y, sobre todo, que iba, con claridad, firmeza y en alta voz, a defender los derechos de los menores de edad a no ser utilizados en campañas perversas.

En su lugar, vi con tristeza desde mi escaño a una ministra incapaz de asumir sus responsabilidades, con ganas de escurrir el bulto y lejana de los problemas reales que viven profesores y alumnos en las aulas. La vi como instalada en las alturas del olimpo de la beautiful people, refugiándose en la única actitud que no requiere coraje: el cinismo.