En el reciente Festival Hay de Segovia, Eric Hobsbawm comentaba que la historia había que dejarla en manos de los historiadores. Lo decía a propósito de la ley de la memoria histórica, y apuntaba a que han sido muchas las sociedades que han padecido gravísimas crisis, guerras, revoluciones, matanzas y feroces represiones y que, sin embargo, tienen que continuar existiendo. No había otra: sus ciudadanos, fuera cual fuera la suerte que hubieran corrido en las complicadas circunstancias padecidas en sus respectivos países, estaban obligados a seguir conviviendo. Por eso, estimaba el historiador británico, era peligroso que las cosas de la memoria quedaran en manos de los políticos, que podrían utilizar sus versiones de lo que ocurrió como arma arrojadiza, como metralla para ajustar las cuentas con sus adversarios.
Y, sin embargo, Hobsbawm subrayaba al mismo tiempo que no se podía renunciar a la verdad, a conocer lo que ocurrió, a saber de las responsabilidades de cada cual. Es necesario seguir investigando pero no para convertir la verdad en un permanente campo de batalla sino para propiciar la reconciliación sobre la base de un sólido conocimiento crítico del pasado. Así ha ocurrido en tantos lugares que, por la fortaleza de sus instituciones democráticas, han podido volver la vista atrás sin el ruido y la furia de la ira y la venganza. En ese sentido, la vocación indiscutiblemente científica del congreso internacional sobre la Guerra Civil que se cerró ayer es un motivo de celebración. Lo señaló Santos Juliá, su coordinador, en la sesión de inauguración cuando agradeció a la ministra de Cultura la actitud que había mantenido a lo largo de todo el proceso: "dejar hacer".
Dejar hacer a un grupo de rigurosos profesionales que propusieron un congreso que tuviera como único protagonista a la verdad, tan esquiva a veces, tan compleja, tan llena de tantas y tantas ramificaciones. Lo revelador es que, amén de que hubiera ponentes de todas las edades y procedencias, destacara entre los responsables de las comunicaciones la generación de los nietos de los que protagonizaron la contienda. Jorge Semprún comentó en su lección inaugural que cuando oía a Líster y Cordón contar sus batallas de la guerra, comprendió que la verdad histórica era un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de los ex combatientes. Tiene razón.
La curiosidad de los nietos no es exclusiva de los españoles que husmean en los archivos para saber lo que ocurrió en la Guerra Civil, ni se limita a los historiadores que por su oficio tienen que lidiar con el pasado. En la última Feria del Libro de Francfort se presentó la versión española de la novela del joven austriaco Arno Geiger que había ganado un año antes el premio que otorga el certamen a la mejor obra escrita en alemán. En Todo nos va bien (El Aleph), Geiger cuenta las cosas de una familia. Está el momento en que los austriacos amigos de Hitler empiezan a obtener prebendas gracias a su matonería, el horror de la muerte a la que asiste un adolescente cuando entran en Viena las tropas soviéticas, están las complicaciones que una joven tiene para conquistar su liberación sexual o los problemas de dentadura que el abuelo padece y que le impiden estar en la comitiva oficial el día de la declaración de independencia de Austria. Geiger entiende que se olvida con mucha facilidad la vida cotidiana y que lo que había pretendido era reconstruir esos momentos aparentemente inconsistentes, y sin embargo reveladores, que la historia en su avance empuja hacia los márgenes.
También ha ocurrido con la Guerra Civil, que se han quedado sin contar (o sin contar demasiado bien) los sucesos menos trascendentes políticamente, el papel de los actores secundarios, los discursos más críticos con las posturas oficiales, las pesadumbres de unas retaguardias asustadas y hambrientas. Los días vacíos, la rutina, las dolencias minúsculas, los inútiles gestos de rebeldía. Los nietos, en ese sentido, han llegado con el aire fresco de los que pueden permitirse esas preguntas que no estaban en los guiones de sus padres y abuelos, acaso demasiado tocados por el peso de las ideologías y el barullo político, o por la proximidad de los acontecimientos. No es que las líneas maestras del conflicto vayan a olvidarse: ocurre simplemente que ahora se empiezan a recorrer caminos menos transitados. Y, entre éstos, están los de los archivos que han ido emergiendo poco a poco, los que se han abierto recientemente en Rusia y en otros países europeos y los que han salido a la luz desde el silencio al que la dictadura los condenó. Al recorrerlos ahora surge la posibilidad de seguir arañando cada vez más flecos de unas verdades tremendamente complejas. De eso, de saber, es también de lo que se trata.
José Andrés Rojo, autor de Vicente Rojo: retrato de un general republicano.