La mirada del negro que jugaba al fútbol

Lilian Thuram aprendió de niño en una escuela de las afueras de París que los héroes eran blancos, y los negros, esclavos. Tuvo que interiorizar la superioridad de la raza blanca y familiarizarse con la idea de que su sitio en la sociedad francesa sería siempre marginal.

Pudo, sin embargo, escapar al destino gracias al fútbol, en el que brilló. El balón le abrió las puertas de los más selectos salones blancos. Sarkozy pensó incluso en él para ministro del Deporte. Con Mis estrellas negras. De Lucky a Barack Obama, el exfutbolista de la Juve y del Barça ha querido mandar una carta a esa sociedad que le ignoró de niño y le agasaja de adulto. No hay rencor en ella, sino la amable porfía del alumno que aprendió en la vida que las estrellas, como los angelitos de Machín, también son negros. En ese panteón de negros ilustres hay cantantes y artistas; científicos y escritores; también políticos, caso de Nelson Mandela, y pensadores como Aimé Césaire o Franz Fanon.

El libro puede ser leído como un intercambio de cromos entre niños de distinto color o también como la cortés invitación de alguien, tan respetable como Thuram, a que repasemos la imagen que los blancos nos hemos hecho y mantenemos de los negros. En la escuela le enseñaron que solo servían de figurantes tristes en una galería de brillantes blancos. Como lo seguimos pensando ahora, se trae testigos de excepción para demostrar que entre ellos también los hay grandes, pero, sobre todo, para que veamos con sus ojos lo que hemos dicho y les hemos hecho.

La compañía de Aimé Césaire y de Franz Fanon, autores del Discurso sobre el colonialismo y de Condenados de la tierra, respectivamente, avisa de que no habrá lugar para la complacencia. El descaro con el que teólogos, filósofos, científicos, escritores y políticos han machacado durante siglos y hasta anteayer, como recuerda Mandela, que la esclavitud era algo natural, que el negro merece el mismo trato que el animal doméstico, que el blanco nace superior y está obligado a sentirse superior, da idea del recorrido que hay que hacer para calmar la mirada angustiada del niño negro en una escuela de blancos.

Jean Améry, superviviente de Auschwitz y uno de los críticos más feroces de la Europa que construyó los campos de exterminio, alimentó la xenofobia y trivializó el sufrimiento, reconoce que tuvo que leer a Franz Fanon para darse cuenta de que la esclavitud no era algo normal, sino una aberración a la altura del hitlerismo que él tuvo que sufrir. Somos contemporáneos de Luther King y de Mandela, es decir, de sociedades blancas donde se trataba a los negros como los romanos a sus esclavos. No queda tan lejos ese tiempo de entreguerras en el que la burguesía parisina se paseaba por los alrededores de la iglesia de la Trinité para adquirir libros forrados con piel de negros congoleños o bolsos de señora hechos con los senos de muchachas negras.

Thuram aboga por una sociedad mestiza. Pero, para mezclar dos experiencias tan enfrentadas, la del señor y la del esclavo, no basta el apretón de manos. Lo que Thuram propone no es que conozcamos mejor al negro, sino que nos conozcamos mejor a nosotros mismos, mirándonos en ellos como en un espejo: al fin y al cabo la idea del negro salvaje es una construcción europea. Y muy guapos no salimos. Ocurre con todos esos grandes valores que esgrimimos para justificar las conquistas o los imperios, lo mismo que la invasión de Irak por el trío de las Azores: que los valores civilizatorios son solo intereses inconfesables. Esto somos capaces de descubrirlo sin que nos lo diga nadie.

Hay algo, sin embargo, en esta historia que se nos escapa y que solo gracias a algunas de las estrellas del exjugador del Barcelona conseguimos ver, a saber, que no se deshumaniza al otro impunemente porque quien trata al otro como una bestia acaba él mismo embrutecido. Aimé Cesaire, el diputado negro de La Martinique, dice, después de rastrear la historia colonial y esclavista de Europa, que «uno no se deshace fácilmente de todas esas cabezas rebanadas, de esas cosechas de orejas cortadas, casas incendiadas, sangre humeante y ciudades saqueadas. La colonización deshumaniza al hombre más civilizado».

Conquistador y conquistado se refieren a la misma historia, pero la cuentan de forma diferente, mejor dicho, opuesta. Las estrellas negras de Thuram invitan a que observemos el cuidado que los blancos han puesto en privar de significado el daño que hacían, la inteligencia con la que lavaban la posible mala conciencia del dominador por sus atropellos. Hay un misionero belga, el padre Tempels, que se enamora de la filosofía bantú, y descubre en poco tiempo que esa cultura del negro reconocía por adelantado la superioridad del blanco. Miel sobre hojuelas.

Esos velos ideológicos con los que se ha legitimado la barbarie están tejidos con los materiales más nobles de Occidente, llámense religión, razón ilustrada, moral, intereses civilizatorios o progreso. Son valores que siguen cotizando en bolsa. Gracias a la luz que proyectan las estrellas negras sobre estos juegos bursátiles sabemos que ahí se camufla mucho estraperlo.

Reyes Mate, filósofo e investigador del CSIC.