La mirada nueva

Con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la perspectiva del mundo americano del norte y del sur cambia. Con eso, cambia la perspectiva de casi todo: de lo que se llamó imperialismo, de los viejos y nuevos caudillismos, del populismo actual, con sus trampas, sus contradicciones, su demagogia desaforada. Durante su período presidencial, Barack Obama se encontró con resistencias fuertes, obstinadas, bien organizadas, pero también con prejuicios favorables. Trump entra en la mayoría de las cosas como un elefante en una cristalería. Algunos piensan que su «impeachment» se encuentra en etapa de incubación. Desde luego, no soy adivino político; creo que algo se prepara en la mente de muchas personas, dentro y fuera de los Estados Unidos, y no sé qué consecuencias podrá tener esto.

Enrique Krauze, que es un gran historiador del México moderno, nos describe una escena de un film del Oeste norteamericano. Los indios apaches han invadido un pueblo fundado hace poco y han secuestrado a una joven blanca. Algunos años más tarde, dos habitantes de ese pueblo, representado en el film, uno de ellos, por John Wayne, gigantón que se encuentra siempre en el lado de los «buenos», de los héroes positivos, parten a caballo, armados hasta los dientes, a rescatar a la joven secuestrada. Se encuentran con una sorpresa, con un hecho social y moral imprevisto: la secuestrada, al cabo de pocos años, se ha olvidado de sus orígenes blancos y hasta de su idioma inglés. Se ha convertido en una perfecta apache. El personaje actuado por John Wayne saca una pistola, dispuesto a matarla de inmediato. Su acompañante le sugiere que la deje vivir y que la lleven de vuelta a territorio blanco.

La reacción del personaje del Oeste encarnado por John Wayne podría ser propia de esos Estados Unidos ocultos, poblados por trabajadores y campesinos de «cuellos rojos», que votaron por Trump en las elecciones recientes. Desde una mirada iberoamericana, brasileña, chilena, la reacción del héroe de la película del lejano oeste sería incomprensible. Ese gesto anunciaba al Trump que ordena construir un muro en la frontera de México, que propaga en su país una furia excluyente, un aislacionismo extremo. Enrique Krauze cree que estas actitudes tienen alguna relación con las antiguas filosofías del tomismo y con las del renacentista Nicolás Maquiavelo. Puede que sí. Puede que la xenofobia de Trump deje en evidencia fenómenos culturales latentes, que no habíamos visto con la necesaria lucidez.

Mientras Enrique Krauze, viejo amigo, desarrollaba su notable conferencia sobre Tomás de Aquino, Maquiavelo y el poder en el mundo iberoamericano, yo pensaba en un clásico de la literatura colonial chilena: el Cautiverio feliz y razón de las guerras dilatadas del reino de Chile, escrito por el capitán español del siglo XVII Francisco de Núñez Pineda y Bascuñán. Pineda y Bascuñán fue hecho prisionero en las guerras de la Araucanía, en el sur de Chile, en la región entonces conocida como «la frontera», y estuvo preso durante años en un campamento indígena. No se convirtió en araucano ni olvidó su idioma natal, como le sucedió a la cautiva del norte. Por el contrario, salió en libertad a los seis meses y relató su experiencia en el mejor español que se podía escribir hacia la segunda mitad del mil seiscientos. Y dejó un testimonio enormemente original: tolerancia entre ambos bandos, conversaciones interesantes con la gente indígena, comprensión de lo que ocurría de verdad en ambos lados de esa guerra interminable, gérmenes de amistad y hasta de amor entre razas diferentes. Su Cautiverio feliz es un clásico enteramente desconocido fuera de Chile, pero de una vigencia actual impresionante. Los editores europeos actuales, que publican tantas tonterías perpetradas en el continente que Pío Baroja, con razones parciales, llamaba «el continente tonto», podrían rescatar la extraordinaria escritura de ese soldado del siglo XVII, hijo de españoles y nacido en la región del río Bío Bío, en el extremo sur del mundo.

Enrique Krauze sostiene que en Iberoamérica, a pesar de todo, a pesar de los caudillos que han difundido la «peste autoritaria» con los más variados pretextos, ideológicos y no ideológicos, el deseo de libertad ha existido desde los años de la fundación de las nuevas repúblicas. La lucha de la oposición al régimen de Maduro en las calles de Venezuela es una expresión de ese deseo, una renovación y a la vez una tradición lejana. La Constitución chilena de 1833, que produjo casi un siglo de notable estabilidad política, carta conservadora que permitió la apertura de espacios liberales, es una buena demostración histórica. Duró hasta la guerra civil de 1891, pero todos los gobiernos que siguieron trataron de restaurar la convivencia política civilizada que había instalado en el país. Diego Portales, que era un gobernante áspero, atropellador, de temperamento autoritario, permitió, sin embargo, que Andrés Bello, el intelectual, el admirador de la Ilustración Escocesa, el unificador de la lengua, prevaleciera con sus ideas en los orígenes de la república. El país de Pineda y Bascuñán, el de Portales morigerado por la sabiduría de Bello, así como la Argentina de Sarmiento y Alberdi, no eran los países de Donald Trump, ni, si es por eso, los de Hugo Chávez y Maduro. Uno se pregunta, sin embargo, si queda algo del espíritu de toda esa gente en la Iberoamérica de ahora.

La charla de Krauze en el Instituto Cervantes giró alrededor del pensamiento sobre el mundo americano del sur de un gran pensador histórico y político de los Estados Unidos, Richard Morse. Morse se casó con una haitiana y tuvo, en parte a consecuencia de ese matrimonio, que retirarse de las grandes universidades norteamericanas y resignarse a enseñar en Puerto Rico. Pero viajó por Centroamérica y Venezuela, por Brasil y Chile, y terminó por enamorarse de esas culturas del sur del mundo. Todo esto significa algo, pero quizá revela que nos encontramos todos en un proceso de decadencia cultural, social, histórica, irreversible. Enrique Krauze anuncia un libro suyo sobre estos complejos asuntos. Yo anuncio que pondré más atención en todas estas cosas de aquí en adelante. Más no puedo anunciar.

Jorge Edwards, escritor.

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