La mitad olvidada de Afganistán

Cuando se designó a Zalmay Khalilzad como Representante Especial de Estados Unidos para la Reconciliación de Afganistán en septiembre de 2018, finalmente parecía vislumbrarse el fin de la guerra más larga de Estados Unidos. Ahora, tras el repentino anuncio de fines de diciembre realizado por el presidente Donald Trump sobre que Estados Unidos retirará a 7.000 miembros de sus tropas de dicho país, la presión sobre Khalilzad con respecto a garantizar la celebración de un acuerdo con los talibanes hasta la primavera de este año ha aumentado dramáticamente. Muchos temen en la actualidad que Trump quiera irse de Afganistán sin prestar algún grado de atención a las consecuencias de su retiro, y aún menor atención a aquellas consecuencias que afectaran a las mujeres del país.

El progreso de las mujeres afganas es esencial para el progreso de Afganistán en su conjunto. Sin embargo, las mujeres súbitamente se tornan tan invisibles en la cobertura periodística internacional como ya lo son en gran parte de la sociedad afgana. En privado, muchos diplomáticos admiten que los derechos de las mujeres simplemente no son una alta prioridad en las conversaciones con los talibanes: son algo bueno, pero no algo necesario, y, teniendo en cuenta el horrible trato que los talibanes dispensaron a las mujeres cuando ellos gobernaron el país en la década de los 90, probablemente es un factor inviable de todas formas.

Esta línea de pensamiento es incorrecta. Los líderes talibanes saben que tienen un problema de imagen potencialmente desastroso. La comunidad internacional condenó al ostracismo a su gobierno en la década de 1990, en parte debido al trato que ellos dispensaban a las mujeres. Para ser aceptado como un movimiento político legítimo y un socio viable en cualquier acuerdo futuro de reparto de poder, los líderes talibanes creen que deben demostrar que han cambiado sus puntos de vista.

Y así lo han hecho – aunque sea sólo muy levemente. Ahora los talibanes dicen que las niñas pueden asistir a la escuela en el casi 60% del país que está bajo su control, siempre y cuando se aplique y cumpla con la segregación de género. Esta es una mejora modesta desde hace una generación, época en la que el gobierno talibán impidió que casi todas las niñas asistieran a la escuela y que las mujeres trabajaran fuera del hogar.

Si bien las mujeres afganas han hecho grandes avances desde que los talibanes fueron expulsados del poder en el año 2001, sus ganancias están en riesgo y aún queda mucho por hacer. En una reciente encuesta de 15.000 afganos, las mujeres dijeron que sus mayores problemas eran la falta de educación y el analfabetismo. Invertir en educación y oportunidades de generar ingresos para las mujeres es de vital importancia. También lo es redoblar los esfuerzos para mejorar el acceso de las mujeres a la atención médica.

Las mujeres afganas enfrentan una posibilidad en diez de morir durante el parto. La situación es tan grave que se sabe que los comandantes talibanes solicitan al gobierno y a las ONG desplegar más parteras en áreas bajo su control. Está disminuyendo la cantidad de niñas en la escuela, hay un retroceso en cuanto a la protección legal de las mujeres y se incrementa el acoso y violencia contra las mujeres que participan en la vida pública. Abordar estos problemas es esencial, no únicamente para las mujeres afganas, sino también para sus hijos, sus familias y el país.

La mejor manera de garantizar que los intereses de las mujeres estén representados en las conversaciones de paz es incluir a las mujeres en la mesa de negociación, dándoles un papel igualitario en la negociación, diseño e implementación de cualquier proceso de paz. Si bien la mayoría de los profesionales dedicados a la política exterior descartan esta sugerencia como superflua, o incluso frívola, incluir a las mujeres no es sólo una cuestión de principios, sino también de efectividad. Los procesos de paz en los que participan las mujeres son, en promedio, mucho menos propensos a fallar, y es más probable que cualquier acuerdo alcanzado sea más duradero.

Algunos podrían argumentar que los talibanes nunca negociarán con una mujer afgana. Pero, ya lo han hecho. Un grupo de mujeres afganas, todas ellas funcionarias gubernamentales de alto perfil y activistas, se reunieron con representantes de los talibanes en Oslo en el año 2015. Los talibanes explícitamente solicitaron e iniciaron la reunión, y dijeron posteriormente que participaron específicamente para abordar preocupaciones sobre sus políticas.

Shukria Barakzai, la embajadora afgana en Noruega quien asistió al diálogo y dirigió una escuela clandestina para niñas bajo el régimen talibán, dice que las mujeres no tuvieron reparos en responsabilizar a los talibanes por el tratamiento dispensado a las mujeres en el pasado. “La dureza con la que tratamos a los talibanes es algo difícil de creer para la mayoría de las personas”, dice Barakzai. “Pero, ellos escucharon pacientemente y respetaron lo que decíamos, y quedó en claro que no eran los mismos talibanes a los que nos enfrentábamos en la década de 1990”.

Desde esa reunión celebrada hace cuatro años, sin embargo, se ha hecho poco para poder facilitar el diálogo entre las mujeres afganas y los talibanes. Puede que los gobiernos occidentales enfaticen públicamente la importancia de los derechos de las mujeres, pero han hecho sorprendentemente muy poco a favor de respaldar su retórica. La administración de Trump, en particular, no escuchará estas preocupaciones, ya que el mismo Trump muestra poca preocupación por los derechos de las mujeres en Estados Unidos, y mucho menos por los de las mujeres en Afganistán.

La comunidad internacional puede y debe intervenir. Bajo la misión actual de la OTAN, 39 países tienen tropas en el campo y muchos otros brindan ayuda sustancial a Afganistán. Se requerirá del compromiso de dichos países para apoyar cualquier acuerdo de paz. Ellos deben usar este apalancamiento para garantizar que las mujeres estén en la mesa de negociaciones, sus problemas estén en la agenda y sus derechos se respeten en cualquier acuerdo.

Si eso resulta imposible, estos países podrían iniciar y apoyar un diálogo paralelo al dialogo ‘Track II’, mismo que debería centrarse exclusivamente en los derechos de las mujeres y podría proporcionar información a las negociaciones más amplias. A su vez, ellos deberían aumentar los gastos de ayuda en áreas de importancia crítica, como por ejemplo salud y educación para las mujeres.

Sin duda, cualquier acuerdo de paz con los talibanes incluirá concesiones desagradables y difíciles. Pero, no vale la pena hacer un acuerdo que carezca de garantías con respecto al tratamiento de la mitad de la población afgana. Y, es mucho menos probable que se conserve una paz que no sea negociada, en parte, por las mujeres. Los derechos de las mujeres, tanto en Afganistán como en cualquier otro lugar en el mundo, no son un factor “extra” de la política exterior. Los derechos de las mujeres son esenciales para todos los esfuerzos serios dirigidos a la resolución de conflictos.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011), is President and CEO of the think tank New America, Professor Emerita of Politics and International Affairs at Princeton University, and the author of Unfinished Business: Women Men Work Family.
Ashley Jackson is a Research Associate with the Overseas Development Institute. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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