La mochila de Keiko

El resultado de la primera ronda de las elecciones peruanas consolida el liderazgo de Keiko Fujimori y del modelo económico de crecimiento que ha favorecido el desarrollo del país en los últimos veinte años. Keiko Fujimori, lideresa de Fuerza Popular (FP), ha vencido con un 39% de los votos válidos, casi el doble de lo que obtuvo en la primera vuelta del año 2011. Su votación también duplica la de su más cercano competidor, Pedro Pablo Kuczynski (PPK) de Peruanos Por el Kambio, que obtuvo, según el conteo oficial de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE), el 23% de los votos. El tercer lugar ha sido ocupado por la candidata izquierdista Verónica Mendoza del Frente Amplio (FA) con un 17% de los votos y el cuarto puesto fue para Alfredo Barrenechea de Acción Popular (AP) con un 7% del electorado. Los ex presidentes Alan García y Alejandro Toledo obtuvieron el 6% y el 1%, respectivamente.

Estos resultados obligan a una segunda vuelta (ballotage) en la que Keiko Fujimori se enfrentará no sólo a Pedro Pablo Kuczynski sino a todo el sector antifujimorista. Uno de los clivajes más importantes de la política peruana es, precisamente, la oposición entre fujimoristas y antifujimoristas. Las elecciones de 2011 fueron un ejemplo de esta división que favoreció la candidatura de Ollanta Humala. El gobierno de los Humala fue respaldado por personajes tan disímiles como los radicales pro-chavistas y los liberales vargasllosianos. Desde Toledo hasta Vargas Llosa, pasando por los movimientos anti-mineros y el viejo partido de Fernando Belaunde Terry. Todos se unieron hace cinco años para evitar el retorno del fujimorismo.

El resultado de esta alianza artificial fue uno de los gobiernos más cuestionados de las últimas décadas. El humalismo abandona el Palacio de Pizarro en medio de escándalos de corrupción y con la desaprobación del 80% de los peruanos. La primera dama, Nadine Heredia, La Mariscala del humalismo, se encuentra investigada por el caso de las “agendas”, unos papeles privados en los que, presuntamente, se anotaron sobornos recibidos por parte del Partido Nacionalista, el partido de los Humala. Aunque la alianza nunca se ha quebrado formalmente, conforme el escándalo crecía, muchos de los aliados de los Humala han marcado distancia e incluso han pasado a la crítica. De hecho, la candidata izquierdista Verónica Mendoza fue asistente de Nadine Heredia y congresista del humalismo hasta que renunció al movimiento por no estar de acuerdo con la continuidad del modelo demoliberal, compromiso que los Humala respetaron.

La segunda vuelta peruana será un proceso complejo y polarizador y las alianzas serán tan artificiales como las del año 2011. El antifujimorismo ha vuelto a renacer aunque esta vez el liderazgo de Keiko Fujimori es más fuerte y se encuentra mejor implantado en todo el país. Fuerza Popular ha ganado en 15 de los 24 departamentos del Perú y ha duplicado su votación con respecto a 2011. Además, mediante una serie de pasos muy concretos a lo largo de los últimos meses, Keiko Fujimori ha intentado alejarse de la imagen negativa de su padre para reducir su antivoto y ganar a los indecisos. Su último mensaje durante el debate de los candidatos en la primera vuelta fue: “Nunca más un 5 de abril”, lo que equivale a renunciar a la fecha emblemática del fujimorismo de los noventa.

Todos tenemos un pasado concreto del que abjuramos y nos queremos desprender. Es connatural al ser humano el arrepentimiento y la voluntad de cambio. El pasado de los políticos es algo personalísimo y aunque a veces caben las culpas colectivas, lo normal es que la salvación política de un líder (así como su condenación) sea un asunto de estricta responsabilidad personal. Keiko Fujimori ha dicho en campaña que ha “sufrido” y “cargado una mochila muy grande por errores de otras personas” y que jamás permitirá que sus hijas padezcan esa misma carga. El fujimorismo fue un populismo autocrático pero todo indica que Keiko Fujimori quiere hacer de Fuerza Popular un partido político institucionalizado que no repita el cesarismo de los noventa. Keiko, al hablar de una mochila pesada que no quiere cargar, rompe con esa tradición.

La mochila de Keiko se ha visto aligerada por su tajante rechazo a otorgar beneficios penitenciarios a las personas que cometieron delitos durante el gobierno de su padre. Incluso ha declarado que no promoverá el indulto para Alberto Fujimori, sosteniendo que, de ser necesario, evaluaría la pertinencia de firmar un documento al respecto. Todas estas manifestaciones tendrían que zanjar los temores legítimos de los que piensan que Keiko podría ser influenciada por su padre. De hecho, en un momento de abierta discrepancia como fue el caso de los congresistas que no se presentaron a la reelección, fue su voluntad y no la de Alberto Fujimori la que se impuso finalmente. Sin embargo, esto no es suficiente para los antifujimoristas como Mario Vargas Llosa que sostienen que “la hija del dictador” no debe gobernar.

Es cierto que la mochila de Keiko porta algo que pesa mucho y que ineludiblemente tiene que conjurar: su propio desempeño durante los noventa. La ganadora de la primera vuelta de las elecciones peruanas fue la primera dama del fujimorismo y ese es un hecho objetivo, innegable. Sin embargo, la carga negativa que se desprende de este hecho, a la sombra de los años, es asumible y rectificable. Más importante aún, es una carga que puede desaparecer bajo el ejercicio personal de un gobierno. Solo la Keiko Fujimori presidenta será capaz de borrar de la faz de la tierra a la Keiko primera dama. Pero antes el fujimorismo de Fuerza Popular tiene que enfrentarse a la predecible unidad de casi todas las fuerzas políticas que han perdido en la primera vuelta. La mayoría de 68 congresistas que ha obtenido el fujimorismo garantizaría una presidencia fuerte. De ganar la elección PPK el fujimorismo tendría la llave de la estabilidad en el gobierno. Cualquiera que sea el resultado, Fuerza Popular puede celebrar una victoria que equivale al respaldo del 40% del país. El doble de lo conseguido hace cinco años, una cifra importante para un partido político que ha sufrido el rechazo legítimo de amplios sectores durante quince años y que hoy aspira a reivindicarse históricamente por la vía electoral, como lo han hecho otros movimientos políticos de ese país “al pie del orbe” que es el Perú.

Martín Santiváñez Vivanco es Decano de la Facultad de Derecho y Relaciones Internacionales de la Universidad San Ignacio de Loyola (USIL).

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