La moción de Casado y la Tercera España

El vencedor de la moción de censura de Santiago Abascal contra Pedro Sánchez ha sido Pablo Casado. El PP necesitaba un proyecto, una idea a la que aferrarse, y parece que la ha encontrado. No se trataba de apoyar a uno frente a otro, sino de colocar a ambos en el mismo bloque, en esa España alterada que preocupa. ¿Quién puede negar que la crispación social va en aumento, o que el ataque a las instituciones democráticas es cada vez más descarado y peligroso?

El ambiente de odio social, alimentado por unos y otros, es palpable día a día. El temor a molestar a alguien con una opinión política o una bandera no se vivía en España desde hacía décadas. Era lo que escribía Chaves Nogales: “Había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros”. Hay que desterrar este ambiente guerracivilista que algunos políticos y periodistas alimentan. Estamos a tiempo.

Por eso Casado ha ganado la moción. No ha entrado a debatir lo que la izquierda y Vox querían, sino a presentar su proyecto en medio de una crisis que afecta al sistema democrático. El sociólogo Juan José Linz contaba en La quiebra de las democracias que la gran responsabilidad para que un sistema funcione no está en las masas, ni en los periodistas, sino en los dirigentes políticos. De esa “élite”, de su inteligencia y responsabilidad, depende en gran medida el que una democracia fracase o triunfe. Y hoy nos encontramos en esa tesitura.

El éxito de Vox consistió en aprovechar la decepción por el PP de Rajoy utilizando un estilo populista bronco

El PP de Casado parece que se ha decidido a asumir esa responsabilidad, a recoger el apoyo de todos los que están hartos de caceroladas, escraches, exabruptos e imposturas, de cordones sanitarios y manifiestos inútiles. En esta moción se ha reafirmado en la defensa de los pilares y la historia democrática de este país, de la Transición y de su espíritu. Esa es la Tercera España, la que se asusta ante la intimidación de los extremos, como lo fue en la década de 1930 la Tercera Europa, estupefacta, como Stefan Zweig, ante un continente que se suicidaba.

La lección de aquellos tiempos es que ser liberal es también asumir la responsabilidad individual frente a los problemas colectivos, sobre todo cuando la libertad peligra. Lo contaba muy bien Hannah Arendt en una conferencia: está en manos de cada uno de nosotros plantar cara a los totalitarios. El liberalismo es paz en sentido amplio, como dijo Mises; esto supone no solo alejar la guerra, sino aplacar los conflictos políticos, eludir los extremos. Esa es la gente de la otra España que simbolizaba Clara Campoamor, huida de España para que no la fusilara la izquierda, al decir: “Estoy tan alejada del fascismo como del comunismo. Soy liberal”.

Eso no es cobardía, es responsabilidad por un bien mayor. No hace falta leer el debate entre Carl Schmitt y Kelsen, o quizá sí, para darse cuenta de que trivializar la figura de la moción de censura bastardeando su espíritu es el mejor modo de acabar con el parlamentarismo. El sueño del totalitario es liquidar o disfrazar los cuerpos intermedios, como las Cortes. No hay nada mejor para acabar con el parlamentarismo que usar los instrumentos de control al Ejecutivo para hacer propaganda de partido. De esta manera, la vida política se ve como una gran farsa.

El éxito de Vox consistió en aprovechar la decepción por el PP de Rajoy utilizando un estilo populista bronco. Cuanto mayor era la presencia política y mediática de la izquierda, más oportunidades tenían los voxistas de denunciar sus manejos. La retroalimentación fue clara: la izquierda quería una “ultraderecha” para tener el enemigo perfecto, y Vox un “gobierno comunista y separatista” para justificarse.

El plan de Casado para volver a definir al PP es inteligente: una opción moderada, europeísta, liberal y reformista

Entre unos y otros hay otra gente: la que está cansada del ruido. En este sentido, el plan de Casado para volver a definir al PP es inteligente: una opción moderada, europeísta y constitucionalista, liberal y reformista. Se trata de un llamamiento al alma del votante de la derecha, que quiere el fin del gobierno izquierdista y volver a los tiempos de la aburrida normalidad. Es un guiño al votante harto de la demagogia populista, atractiva para la sociedad del espectáculo, pero estéril para la vida cotidiana.

El líder del PP aprovechó la moción para hacer un llamamiento a los desencantados de la nueva política. A esos que creyeron en la virtud de los dirigentes noveles y se encontraron con el engaño y el vacío. Seis años de nuevos partidos han sido suficientes para constatar su fracaso: no han servido para regenerar la democracia, sino para aumentar la incertidumbre y la inestabilidad. Ni siquiera Ciudadanos sigue siendo el valladar de la unión nacional en Cataluña. Por eso es una apuesta electoral clara por la Tercera España, por la que no se siente identificada con el “Estado plurinacional” de Sánchez, ni con la “España grande y libre” que presenta Abascal frente a la Unión Europea, China y Soros.

Deslindados ya los campos, que decían nuestros liberales del siglo XIX, toca hacer política fina y no volver a jugar con las instituciones. Es muy necesario reivindicar la libertad y la responsabilidad, la tranquilidad y la moderación frente al colectivismo y la ingeniería social, esa manía autoritaria de corregir todo y a todos. Es obligado apelar a la Tercera España, la mayoritaria, la que representa ese proyecto sugestivo de futuro en común, no de odio. Solo falta que sirva para algo.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

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