La monarquía parlamentaria

Parece que los apologistas de la república como forma de Estado no recuerdan, sin ir más allá del siglo XX, lo que sucedió en España cuando la II República no supo defender a la II República. Cuando no supo apartarse del sectarismo y la barbarie radical de entonces, cuando desde los republicanos de extrema izquierda se permitió y se impulsó que fuese declarada con un golpe de Estado, dejando que en poco tiempo se transformase en una República que se hizo asesina y que estuvo a punto de declararse soviética, porque ya sabemos que los golpes de Estado de las izquierdas son revoluciones y los de las derechas solo golpes de Estado.

Tampoco parecen recordar que la Guerra Civil, consecuencia sin duda alguna de un mecanismo de «acción/reacción», llenó de muerte, aún más, a España y desembocó en una dictadura franquista de cuarenta años proclamada por los vencedores. Bien es cierto que si los vencedores hubiesen sido los del otro bando, los españoles también habríamos padecido una dictadura, en ese caso soviética, que habría durado más tiempo, como otras tantas en Europa, hasta la caída del muro de Berlín.

La monarquía parlamentariaCuando en España, durante los años de la dictadura, se fue creando una oposición democrática que desde la izquierda era multicolor, y bastante inútil, y desde el constitucionalismo teórico se concretaba fundamentalmente en torno a la persona de Don Juan de Borbón, es decir de La Corona, es cuando comienza a aparecer la Monarquía como impulsora de nuestra homologación con el resto de las naciones libres del mundo.

He aquí una primera utilidad, un primer «para qué sirve la Monarquía parlamentaria» en la España del siglo XX.

Más tarde es Don Juan Carlos I, Rey de España, el gran motor del paso de la dictadura a la democracia para sumar a España a las naciones libres del mundo.

En su discurso en el Congreso de los Estados Unidos el 2 de junio de 1976, en una intervención sin duda histórica, S. M. defiende que quiere para España democracia y libertad, lo que comenzó a dar credibilidad a la transición política que en España se preparaba y que aún no se había consumado, que ni siquiera se había iniciado.

Para eso también sirve la «Monarquía parlamentaria», para representarnos como nación ante el resto del mundo, para dotarnos de credibilidad y prestigio y, entonces, para romper nuestro aislamiento de cuarenta años de dictadura.

Más tarde, y en bien poco tiempo, comienza Don Juan Carlos, Rey de España, con los ceses de los políticos franquistas y con los nombramientos de los políticos de su confianza, a remover las instituciones más importantes del Estado franquista y consigue que se apruebe la Ley para la Reforma Política que hizo posible la Transición de la dictadura a la democracia, de la ley a la ley, para sorpresa y admiración de propios y ajenos.

Para eso también sirve la «Monarquía parlamentaria».

Y en 1977 se producen las primeras elecciones generales democráticas, libres y limpias, y se forman las Cortes constituyentes, y se aprueba la Constitución española que se ratifica por los españoles en referéndum con mayoría aplastante, y se publica en 1978, ha hecho 40 años.

Para eso también sirve la «Monarquía parlamentaria», para tener Constitución en la que como forma de Estado aparece en su artículo 1.3, que sí se votó, que sí se aceptó por el 87% de los votantes como forma de Estado. Por eso la «Monarquía parlamentaria» sí está votada, sí está aceptada democráticamente en las urnas, aunque desde el efebismo revisionista de última hora se diga que no.

Celebramos en estos días los cuarenta años de aquellos hechos, de aquella realidad que, demandada por el pueblo español de todas y cada una de sus regiones, se convirtió en la feliz realidad de hoy.

Vivimos el periodo más largo de la historia de España de democracia y libertad, plenamente integrados en el mundo libre, en la Unión Europa, en la comunidad de naciones, y para eso también sirve la «Monarquía parlamentaria».

Mirando hacia fuera, buscando naciones que sean ejemplo para todos como Reino Unido, Suecia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, o, más lejos de nosotros, Japón, nos encontramos que todas ellas son «Monarquías parlamentarias» que preservan en sus naciones la democracia, la libertad y el progreso desde hace muchos años.

El Reino de España se sumó así a ese grupo de naciones, y Don Juan Carlos y Don Felipe, siendo además encarnación viva de la historia de España desde el siglo XV, son el mejor ejemplo de éxito en representación de todos los españoles dentro y fuera de nuestras fronteras, y factor de equilibrio institucional de la nación más antigua de Europa, del Reino de España.

Para esto también sirve la «Monarquía parlamentaria».

La intervención de Don Juan Carlos el 23-F y la de Don Felipe el 3-O, parando sendos intentos de golpe de Estado, vienen a demostrar, además, que fuera de los intereses supremacistas de algunos, sus intervenciones activaron al Estado y nos defendimos con la Ley de los golpistas que nos atacaban.

Para eso también sirve la «Monarquía parlamentaria», para parar golpes de Estado.

Y ya en nuestros días, y con la figura de Felipe VI, la «Monarquía parlamentaria» también sirve para tener un régimen de libertad tan radical como para que los revisionistas de última hora puedan cometer todo tipo de desconsideraciones institucionales, insultar o escribir auténticas ordinarieces dirigidas a la persona de S. M., a la persona de nuestro Jefe del Estado.

Para todo esto sirve y ha servido la «Monarquía parlamentaria» en España en los últimos cuarenta años como la forma más equilibrada, profesionalizada y ecuánime de representar a todos los ciudadanos españoles, habiendo sido muy oportuno el recuerdo que de ello hizo la Princesa de Asturias, de Girona y de Viana, heredera al Trono del Reino de España, en su primera intervención pública dando lectura al artículo 1.3 de la Constitución Española.

Enrique Fernández-Miranda y Lozana, Duque de Fernández-Miranda.

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