La moneda única y el proyecto europeo

Europa es un proyecto político. Si hubiera sido un proyecto económico, diseñado por economistas, habría fracasado en meses. El proyecto surge después de una guerra mundial, y la primera cesión de soberanía fue que una entidad supranacional controlara el carbón y el acero con los que se producían armas. Luego llegó la unión aduanera y la eliminación de aranceles. Esto se hizo dentro del sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods que resolvía la competencia cambiaria.

Cuando EE UU decide la libre flotación del dólar contra el oro y el sistema salta por los aires, los europeos acordamos un sistema propio de tipos de cambio fijos pero ajustables en 1972. El informe Werner contemplaba tres fases y la culminación del proceso implicaba una unión monetaria, que es donde nos encontramos. El proyecto europeo es un milagro. EE UU, para tener una unión política y monetaria, tuvo una guerra civil en la que fueron aniquilados los pobladores originales, lo cual facilitó la integración cultural y lingüística. El proyecto europeo es acorde a los valores del siglo XXI, y en Asia, Iberoamérica y África, cuando han surgido proyectos de integración, Europa siempre ha sido su referente.

El euro dio sentido al mercado único y supuestamente iría seguido de mayor unión política y cesión de soberanía, sobre todo en temas fiscales. La realidad ha demostrado que la unión monetaria fue un salto en el vacío, y ahora es necesario reforzar los cimientos institucionales o el riesgo de ruptura de la moneda única se llevaría por delante el proyecto europeo. El euro permitió expandir la estabilidad monetaria y contener la inflación. Eso permitió beneficiarnos de bajos tipos de interés que favorecieron el crecimiento económico y el empleo. Desde 1999 los países de la eurozona hemos creado casi 15 millones de empleos netos. De ellos, el 25%, casi cuatro millones, se crearon en España.

El problema es que el euro se juntó con la mayor burbuja de crédito internacional desde la Gran Depresión, y ahora el sobreendeudamiento pone en cuestión la viabilidad del proyecto. Los europeos apenas tenemos deuda con los chinos o los árabes, pero desde 2008 el ahorro dentro de Europa se está renacionalizando y muchos países están teniendo serios problemas de financiación. Esto fuerza la venta de activos. Y la caída de sus precios y muchas deudas comienzan a ser insostenibles. El problema es que los alemanes no han entendido que la deuda es de los españoles e italianos, pero que el problema es de ellos, que compraron los bonos.

Conceptualmente, no puede existir una moneda única si el dinero no fluye homogéneamente por el área. Por tanto, la actual situación de restricción crediticia y elevados diferenciales de tipos es insostenible. La clave a largo plazo es reforzar los problemas estructurales y avanzar en la unión fiscal. Esta crisis ha dejado claro que no seremos los Estados Unidos de Europa, pero hay que ampliar el presupuesto europeo y permitir la emisión de eurobonos para que la política fiscal compense lo que no puede resolver la política monetaria.

Pero a largo plazo, todos muertos. Antes hay que estabilizar los mercados y minimizar la recesión que se nos viene encima a los europeos en 2012. Para ello hay que parar la extrema austeridad fiscal que nos está ahogando y forzar la política monetaria para estabilizar los mercados. La clave es generar una inflación próxima al 5% que permita que la deuda vuelva a ser sostenible. La inflación es un impuesto para los ahorradores, pero es un mal menor ante el fantasma de la deflación que vuelve a sobrevolar Europa y que nos llevará directos a la japonización. La inflación tiene otra ventaja. Basta con congelar el gasto público y el aumento de la recaudación nos retornará a la senda de la estabilidad presupuestaria.

Los economistas siempre recomendamos que las decisiones se basen en un análisis de los costes y los beneficios, y los costes de romper el euro son brutales. Por tanto, el euro nunca se rompería por motivos económicos, y por eso es tan importante reforzar el proyecto político.

Por José Carlos Díez, economista jefe de Intermoney y profesor de Economía de la Universidad de Alcalá.

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