La muerte de la verdad

Michiko Kakutani escribía crítica literaria en el New York Times y ganó el Pulitzer hace ya 20 años. Ha publicado The Death of Truth: Notes on Falsehood in the Age of Trump. Parece que a Kakutani no le cae bien el presidente.

Casi lo que más asusta del análisis es la similitud de la situación actual con la que precedió a la Segunda Guerra Mundial. Comienza citando a Arendt que, en 1951, publicó Los orígenes del totalitarismo. En aquellos tiempos, como en estos, era común confundir las opiniones con los hechos y lo falso con lo verdadero: "Cada cual tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos", decía el político demócrata D. Moynihan. Este es el caldo de cultivo propicio para los populismos, que apelan al miedo y a la indignación, en lugar de plantear un debate racional basado en hechos. Se dirigen a nuestro cerebro reptiliano que responde de manera automática ante las emociones.

Internet facilita la sustitución del conocimiento genuino por la sabiduría de las masas, difuminando las fronteras entre los hechos constatados y las opiniones, los argumentos informados y la especulación rabiosa. La ignorancia se ha puesto de moda: se da el mismo valor a la opinión de un experto que a la de un profano.

Los famosos algoritmos que rigen la red no mejoran la situación. Por un lado, aumentan el sesgo de confirmación: de la misma manera que Amazon te ofrece productos similares a los que compras, los buscadores te muestran noticias parecidas a las que consumes. Además, en el reino del click, sobresalen las noticias que suben a los primeros puestos por su carácter exagerado, sensacionalista o llamativo; las que incitan nuestros instintos más básicos.

En un mundo incomprensible -dice Arendt-, inmerso en el cambio constante, las masas pueden, al mismo tiempo, creer cualquier cosa y no creer en nada, pensar que todo es posible y que nada es verdad. El totalitarismo basó su propaganda en la asunción psicológica correcta de que, en esas circunstancias, uno puede hacer creer a la gente las afirmaciones más fantásticas y, si al día siguiente aparecen pruebas irrefutables que contradicen dichas afirmaciones, los seguidores se refugiarán en el cinismo en vez de abandonar a quienes les han engañado. Alegarán que siempre supieron que era mentira y reconocerán la superior inteligencia de sus líderes por su táctica.

Por supuesto, esto no sólo ocurre en los asuntos políticos: muchas personas están dispuestas a poner en duda el conocimiento científico y creer que las vacunas son malas y el cáncer se cura comiendo verduras.

Abraham Lincoln afirmaba que "el recuerdo de la revolución se va borrando y la libertad de la nación está amenazada por la indiferencia ante las instituciones de Gobierno, que protegen las libertades civiles y religiosas. Para preservar el Estado de derecho y prevenir la aparición de la tiranía, es necesario emplear la sobria, fría, calculadora y desapasionada razón". En Estados Unidos y en otros países como el nuestro, son los populistas los que critican las instituciones (la ley, el parlamento, los jueces o la prensa); en los países en los que el populismo gobierna, como Rusia, las instituciones son vaciadas de contenido: El periodista Pomerantsev, autor del libro Nothing is true and everything is possible, describe cómo el empresario V. Sukov, el maestro de la propaganda de la Rusia de Putin, convirtió la política de su país en un show en el que se mantienen las instituciones democráticas sin ninguna libertad democrática.

La periodista Anne Applebaum identifica en un artículo en The Washington Postun buen grupo de neo-bolcheviques: Trump en EEUU, Farage en Reino Unido, Marine Le Pen en Francia, y más en Hungría, Polonia, España o Grecia. Algunos de ellos han creado sus propios medios especializados en desinformar y provocar indignación y odio, y en trolear a los adversarios. Creen que la moral ordinaria no es para ellos, y que en un mundo podrido y corrupto la verdad se puede sacrificar en nombre del pueblo. Repiten fórmulas estereotipadas. Como Lenin, hacen promesas que no pueden cumplir. Tenemos un ejemplo patrio en la promesa de que Cataluña sería un Estado independiente y esto arreglaría sus problemas, y les traería la prosperidad económica. Confirmando el análisis de Arendt, cuando la realidad les muestra que no es así (las empresas y la inversión huyen ante la mínima posibilidad de independencia), los seguidores justifican a los líderes que les engañaron y alaban su capacidad táctica en vez de reconocer el error.

A la incapacidad, establecida por el postmodernismo y la deconstrucción de Derrida, de conocer una realidad objetiva, se sumó lo que se ha llamado "la década del narcisismo" (Christopher Lasch) o Me Decade (Tom Wolf). El narcisismo lleva a experimentar sentimientos de rabia, de vacío, fantasías de omnipotencia y una intensa creencia en el derecho a explotar a los demás en beneficio propio. Es típico de estas personas el comportamiento caótico y guiado por impulsos.

En Estados Unidos la sociedad está muy dividida en silos cada vez más alejados entre sí. En el partidismo, la lealtad al partido y a la política de la tribu importa más que los hechos, más que la moralidad y la decencia. Decía Orwell que el caos político está relacionado con la decadencia del lenguaje. Utiliza la evocación de "el pueblo" para justificar cualquier cosa: no me debo a las leyes, sino al pueblo. Esta división puede tener su paralelo en Cataluña, pero creo que no en España en general: una virtud del fin del bipartidismo.

¿Cómo luchar contra esta situación? Me quedo con una frase de Kakutani: "Quiero contar la verdad, no ser neutral. Y creo que debemos dejar de banalizar la verdad". Los medios tradicionales tienen una enorme responsabilidad con la que no siempre cumplen de manera ejemplar.

Echo de menos más análisis de otras causas de tal situación. ¿Por qué ciertos medios y buena parte del ambiente intelectual aplauden las victorias de la izquierda pero no aceptan las de la derecha? ¿Es realmente democrática esta actitud? Lo que hace peligroso a Trump no es ser de derechas, sino ser populista y nacionalista. Me ha alegrado el estreno de la serie Chernobyl, y que una producción de esa importancia comience con estas palabras: "¿Cuánto cuestan las mentiras? No es que vayamos a confundirlas con verdades. El peligro es oír tantas que ya no reconozcamos la verdad. ¿Qué hacemos entonces? ¿Queda algo que no se abandonar la esperanza y contentarnos con cuentos?".

Jorge Delgado Cerviño es asesor de empresa y profesor.

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