La muerte del futuro: covid entre los pueblos originarios

Un líder de los inígenas yanomami, de Brasil.MARTIN BUREAU / AFP
Un líder de los inígenas yanomami, de Brasil.MARTIN BUREAU / AFP

Alvanei Xirinana fue el primer indígena en morir por la pandemia de covid-19 en Brasil. Era del pueblo Yanomami, vivía en una aldea. Indígena de ciudad o indígena de aldea son compuestos que describen formas de vida para los pueblos originarios. El territorio importa tanto como la etnia para la disputa de quiénes son los indígenas en el conteo de los muertos por la pandemia. El niño de 15 años vivía como se imagina a un indígena en una aldea: lejos de la ciudad, con lengua y creencias propias, habitando casas comunales.

El presidente Bolsonaro jamás se pronunció sobre la muerte de indígenas durante la pandemia. La única palabra de su gobierno sobre Alvanei Xirinana vino de la ministra Damares Alves, la responsable por la política indigenista brasileña: sugirió que existen evidencias de “contaminación criminal”, eso es, el niño habría muerto por guerra biológica y no por ineficiencia de las políticas de salud. No hay ninguna razonabilidad en el delirio paranoico de la ministra Damares. Es un ardid para encubrir el abandono de la salud de la población indígena: líderes, como Raoni Metuktire, del pueblo Kayapó, dice que “Bolsonaro se aprovecha de la pandemia para exterminar a los indígenas”. Si hay crimen, es el cometido por el propio presidente contra los pueblos originarios. Las aldeas no pueden hacer el aislamiento social, pues son tierras invadidas por mineros, madereros y acaparadores de tierras. Además del gran capital global.

¿Pero de qué murió Alvanei Xirinana? Covid-19 fue la enfermedad provocada por el virus que reveló las heridas abiertas del cuerpo sobreviviente a las persistentes desigualdades. Antes del nuevo virus, el niño sobrevivió a la malaria y a la desnutrición, enfermedades angustiantes de gente que vive en extrema pobreza en América Latina. Alvanei Xirinana murió porque es indígena en Brasil. El covid-19 fue apenas lo que anticipó la hora de su muerte. El niño ya era un sobreviviente de la perversa desigualdad contra los pueblos originarios y de la floresta.

La epidemia de sarampión de los años 1950 mostró la brutalidad de una nueva enfermedad entre las poblaciones originarias en la frontera entre Brasil y Venezuela: un tercio de la población Yanomami fue diezmada por el virus traído por viajeros. Alvanei Xirinana era, tal vez, la cuarta generación de los que sobrevivieron a la epidemia de sarampión. Son los viejos los que cuentan la historia de las epidemias y los recuerdos recorren generaciones. Carlos Fausto es antropólogo, coordina proyectos de memoria etnográfica, como los videos en las aldeas, y dice que “desde el comienzo de la colonización, los pueblos originarios tuvieron que aprender en sus cuerpos qué es una epidemia”. Y reproduce el diálogo reciente con su pamü (primo), Kanari Kuijuro, de Canarana, ciudad de la Tierra Indígena del Xingu: “Pamü, no puede arriesgar, ustedes solo pueden volver si hacen cuarentena. Es una enfermedad grave; Yo sé, pamü, es como sarampión del tiempo de mi abuelo Agatsipá”.

Covid-19 es una enfermedad grave para todos los cuerpos sin inmunidad, pero es aún más grave para quien vive al margen de las protecciones del Estado, como las poblaciones negras e indígenas. La Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) cuenta que 2.390 indígenas se enfermaron de covid-19 y de esos 236 murieron. Ya fueron 93 pueblos infectados con un total de 305 en el país. El gobierno federal desafia estos números. Si para el pueblo común, Bolsonaro prohíbe hasta la publicación de datos oficiales, para los pueblos indígenas crea su propia clasificación sobre quién es indígena—serían 85 muertes, pues solamente sería indígena quien vive en una aldea. Indígena de ciudad sería otro tipo de gente, dice la xenofobia de los autoritarios.

Sonia Guajajara es la coordinadora de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil. Ella describe a Bolsonaro como “el enemigo declarado” de los pueblos indígenas. Con “cocar” (un penacho tradicional indígena) en la cabeza, ella supera la falsa dicotomía entre indígena de ciudad o indígena aldeada: fue candidata a la vicepresidencia de la república en las elecciones que llevaron a Bolsonaro al poder. “Nuestra existencia es nuestra resistencia”, dice Sonia Guajajara, para quien la pandemia de covid-19 representa el “riesgo de un nuevo genocidio” acompañado de un ecocidio contra la Amazonía. Ella no hace cuarentena, a pesar de la gravedad del virus, pues la muerte de Alvanei Xirinana es el presagio de la tragedia ya vivida por sus antepassados.

Debora Diniz es brasileña, antropóloga, investigadora de la Universidad de Brown. Giselle Carino es argentina, politóloga, directora de la IPPF/WHR.

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