La nacionalización del Canal de Suez, 50 años después

Por Pedro Martínez Montávez, experto arabista y profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid (EL MUNDO, 27/07/06):

Pocos recordarán que se cumplieron ayer los 50 años de un acontecimiento importantísimo, al que sí corresponde por su relevancia y naturaleza el abusivamente repetido, y por ello ya lamentablemente devaluado, calificativo de histórico. Ese acontecimiento fue la nacionalización del Canal de Suez, proclamada por el presidente egipcio Gamal Abdel-Náser el 26 de julio del año 1956, en Alejandría, el gran mirador levantino del Mediterráneo árabe, ante una muchedumbre enfervorizada y sorprendida que se calculó en 200.000 personas.

Nacía un nuevo líder, no sólo nacional sino también panárabe, el único líder auténtico que, para bien y para mal, para su desgracia y para su gloria, ha tenido el mundo árabe contemporáneo. Se abría otro acto en el larguísimo drama que Egipto y toda la zona del Maxrek (Oriente Próximo y Medio) venían viviendo entonces desde hacía ya un siglo aproximadamente y que aún hoy continúa, incrementado hasta el paroxismo y pavorosamente extendido, sin que sepamos cómo y cuándo terminará. Las relaciones internacionales se veían sometidas a otros marcos, otras estrategias y otros diseños, en una vasta región del mundo de descarnada conflictividad neurálgica intencionadamente acumulada y mantenida. Todo ello palpitaba en aquella transcendental decisión que posiblemente se vio forzado a tomar en pocos días el nuevo régimen republicano egipcio. Años después, en un libro que se impuso desde su aparición como referencia inexcusable en la materia, el conocido analista libanés Georges Corm pudo situar en tal fecha y en tal acontecimiento el inicio de la explosión de la zona.

Los signos particulares e individuales son, sin duda alguna, sumamente importantes y representativos, hasta decisivos con frecuencia, pero son también en la gran mayoría de los casos partes de un conjunto, nudos de una trama, escalas de una trayectoria, tiempos de un proceso. La dimensión particular y concreta de los hechos cimeros y de los individuos carismáticos puede sustraer la representatividad y el significado que poseen también las dimensiones colectivas. La continuidad histórica y existencial del mundo árabe contemporáneo, de los individuos, colectivos y sociedades que lo conforman tal como es, se ve habitualmente sometida a interpretaciones reduccionistas, fragmentistas, atomizadoras, que lo hacen añicos e ininteligible. No por azar, la mayoría de este género de interpretaciones incorrectas, mayoritariamente indocumentadas y casi carentes de argumentación, alteradoras y perversas en última instancia, proceden de baluartes (renuncio a decir en este caso atalayas) occidentales.

La nacionalización del Canal de Suez y la figura de Abdel-Náser son signos estelares y capitales en sí mismos, pero se entraman también en un tejido, que es más bien una telaraña, son hitos de un camino tortuoso y torturador, atalayas -ahora sí- desde las que poder contemplar un vastísimo panorama mayoritariamente desolador. No es difícil, y sí resulta una obligación, traer a la memoria algunos de estos aspectos de la cuestión.

Sin negar ni rebajar la importancia que para el desencadenamiento de los acontecimientos tuvieron los que deben ser considerados móviles inmediatos, como la adquisición de las armas checoslovacas por parte del Gobierno egipcio, la negativa de las administraciones estadounidense y británica -y del Banco Mundial- para financiar el magno proyecto de la gran presa de Assuán, y la interferencia siempre alteradora y determinante de Israel en las tragedias palestinas, entre otros motivos y causas, lo indudable es que el hecho de Suez se inserta con total coherencia y significado propio en el proceso de desarrollo del proyecto nacional egipcio, seguramente el más consolidado y configurado de todos los proyectos similares que venían produciéndose en el espacio árabe-islámico. Sostener lo contrario es desconocer la verdad histórica o tergiversarla intencionadamente y con propósitos partidistas y espurios.

Abdel-Náser, adalid indiscutible del pronunciamiento de los Oficiales Libres en 1952, nombrado primer ministro del nuevo régimen republicano y con pretensiones revolucionarias en 1954, y promovido a la Presidencia de la República sólo un mes antes de la nacionalización del Canal, asumió también, sin oposición ni discusión ningunas, la representatividad y la dirección plenas de ese proyecto nacional egipcio. Es la nueva moneda identitaria de curso único y legal, de facies única y refundida. Gracias al hecho de Suez, Egipto, el pueblo egipcio, y Abdel-Náser serán una y la misma cosa. Esta naturaleza recuperada resurgió con la nacionalización, y se constituirá enteramente como consecuencia congruente e inevitable de aquella conjura vergonzosa e irresponsable, internacionalmente denunciada y combatida, que fue la agresión tripartita anglo-franco-israelí contra Egipto, a finales del mismo año. Es ese hecho innegable de identificación plena entre país y líder, consumado ahora, lo que importa recordar aquí ante todo. La evolución posterior será otra cosa, en la que no entramos ahora.

Las explicaciones y visiones instantaneístas, eventualistas y contingenciales impiden ver que aquellos hechos de 1956 se sitúan entre los del bienio 1947-48, que provocan la pérdida de Palestina, y los de junio de 1967, la llamada Guerra de los Seis días -entre otras denominaciones- que acarrearon otra derrota humillante, otra catástrofe de la arabidad, y la pérdida de más territorios, en este caso también en parte de Egipto.

Queda ahora definitivamente claro que 1956 significó una victoria transitoria, engañosa y fugaz, dejando aparte otros aspectos y calificativos que tampoco corresponde añadir aquí. Habría que estudiar a fondo si 1956 pudo propiciar un espejismo o serlo definitivamente, cosa que todavía no se ha hecho con seriedad y suficiencia. Un relámpago fulgurante y breve, entre dos sombras espesas. Hay quienes han explicado la derrota de 1947-48 como la liquidación del arabismo liberal, y la de 1967 como la liquidación del panarabismo socialista. 30 años, menos de la mitad de una existencia: ¿cuántas generaciones perdidas?, ¿cuántas vidas inmoladas?, ¿cuántas ilusiones deshechas?, ¿cuántas pérdidas amontonadas? 30 años que se van haciendo progresivamente más urgidos y de dolores acumulados. En medio está Suez.

Gamal Abdel-Náser fue también protagonista principalísimo, testigo excepcional y responsable descollante -pero no único- de todo ese enorme deterioro. Lo sufrió también de manera incomparable. El Abdel-Náser exultante y arrollador que no había alcanzado aún la cuarentena en 1956, quedó reducido al Abdel-Náser autoritario, acosado y vencido de 1967, al que quedaban solamente tres años de vida, experiencias aún más amargas y decepciones todavía mayores. Un Abdel-Náser, sin embargo, grande todavía y singular en la derrota, en el fracaso. El poeta Adonis, que no es precisamente ahora un admirador de su persona ni de su obra, lo ha recordado recientemente con acierto: es el único responsable político árabe contemporáneo que tuvo la dignidad de dimitir, tras la derrota de 1967. Aunque la inmensa mayoría de su pueblo le alzara de nuevo a la máxima responsabilidad gubernamental. El Abdel-Náser que, según se dice, fue aclamado y llevado en volandas en su entierro por varios millones de compatriotas. El Abdel-Náser que empezó a hablar al pueblo y acabó hablando a las muchedumbres, como retrató con certera imagen el pensador sirio Antuán Maqdisi. Abdel-Náser: una de las dos voces que galvanizaron y conmovieron a todo el mundo árabe contemporáneo, reduciendo al silencio a todas las restantes; la otra fue la de la cantante egipcia Umm Kulzum.

Muhammad Salamawi cuenta una anécdota poco conocida de la infancia de Abdel-Náser. Un día su padre, al salir de casa, le vio cavando con las manos en la tierra, a la puerta. Aconsejándole que desistiera de tan fatigosa e inútil tarea, le preguntó qué estaba buscando. Él le respondió que quería descubrir el secreto que guardaba aquel suelo, el suelo de Egipto. Años después se propondría descubrir también el secreto que guardaba el agua de su país, el gran Canal que lo atraviesa. Esa calle interior cuya gestión, dirección y buena parte de los beneficios que producía estaban en manos de extranjeros. Quiso convertirla en una calle interior egipcia.

Todavía seguimos sin conocer con exactitud todos los horizontes que se abrieron con esa adecisión. Y con otras calles similares que también existen en la zona: el Golfo, por ejemplo. Este nuevo escenario ascendería al protagonismo décadas después. Estamos ahora metidos en él. Pero la Historia no ha llegado aún a su final. Continuará...